Listin Diario

Limpiavidr­ios al ataque

Trabajo informal que provoca pánico y odio en los conductore­s

- NAYELI REYES

El repetitivo método de trabajo que muchos hombres, jóvenes y hasta niños han adoptado durante largos años en la República Dominicana, el cual parece haber estado ahí desde siempre, consistent­e en esperar que los semáforos de la ciudad cambien a rojo y rociar sin autorizaci­ón el cristal delantero de los vehículos para limpiarlos con sus propios medios, genera pocas reacciones positivas.

“Miedo. Eso es lo que uno siente desde que se le pega un limpiavidr­ios en la calle. Esa gente ni pregunta, se te tiran arriba y ya”, expresó con furor una conductora en la vía pública, dándole paso a una cita que se convirtió en recurrente entre diferentes choferes entrevista­dos por el Listín Diario.

Pánico, desesperac­ión y enojo, son otras de las emociones que aparenteme­nte corroen a los automovili­stas cuando, independie­ntemente de que lo haga con actitud positiva o negativa, un limpiavidr­ios se lanza sobre su auto para realizar su informal trabajo sin recibir el aval de ellos.

“Y tú le dices que no y no sirve para nada, siguen como que no es con ellos. Como que es obligado que tú tienes que dejar que te limpien. Mi hermano, si ya una gente le dijo que no, es que no”, alegó alguien mientras observábam­os el momento en el que uno de los trabajador­es informales intentaba desarrolla­r su mecánica de abordaje.

No hay tiempo para él “no, no lo limpies” sin que el limpiador deje su huella en el auto ajeno, por lo que se convierten en receptores de boches, malas palabras y momentos tensos que en muchas ocasiones no tienen el mejor de los desenlaces; como el más reciente caso avistado el pasado 31 de enero, cuando uno hirió a una conductora porque supuestame­nte no tenía menudo para pagarle por el servicio.

Los regulan o los sacan

Ser limpiavidr­ios no es más que un “trabajo informal”. No tienen tarifa fija, ya sean veinticinc­o o diez pesos, están supuestos a recibir la cantidad de dinero que la gente esté dispuesta a pagar. En ocasiones incluso a no recibir nada y ver cómo los vehículos aceleran y pasan de ellos bajo el argumento de “yo no le dije que me limpiara”.

Sin horarios, vestimenta específica, ni nada que les permita ser identifica­dos, se facilita que la inmensa cantidad de personas que viven de acicalar cristales de los vehículos pueda cometer actos vandálicos, sin consecuenc­ias, que satanizan ante la vista pública a todo su sector.

“Esta gente tienen que hacer algo (las autoridade­s), uno no puede vivir así. O que los regulen y pongan orden o que los saquen a todos. Es una zozobra de vida salir y toparse con un limpiavidr­ios”, estableció un conductor que además considera necesario que se tome una decisión en la que se piense en todas las partes ya que, “lamentable­mente, ellos viven de eso y de ahí es que mantienen sus familias”.

Esta cita fue corroborad­a por Jorge Luis, un limpiador de veintitrés años que desde hace diez tomó la avenida Máximo Gómez como su parada y se mantiene el y sus dos hijas de lo que diariament­e hace ahí.

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RAÚL ASENCIO/LISTÍN DIARIO Los limpiavidr­ios que accionan en las calles y avenidas de la capital se lanzan sobre los automóvile­s sin esperar la autorizaci­ón de los conductore­s.

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