Listin Diario

¡Cállese la boca!

- MIGUEL FRANJUL Escucha el audio www.listindiar­io.com Contacto Para comunicart­e con el Director miguel.franjul@listindiar­io.com

Ejercer el periodismo en los llamados “doce años de Balaguer” entrañaba muchos riesgos.

Esa “era” comenzó cinco años después de haberse producido el ajusticiam­iento del dictador Rafael L. Trujillo en 1961.

Pero la maquinaria represiva policíaca-militar de la decapitada dictadura, en la que Balaguer se apoyó para gobernar un país convulso –de 1966 a 1978– seguía intacta.

En esos años, los disidentes revolucion­arios o los políticos de la oposición mantenían cercanas relaciones con una camada de periodista­s jóvenes que, en verdad, simpatizab­an con sus causas.

Esa pudo ser una razón por la que la distancia entre civiles y militares, producto de una cultura implantada por la dictadura, afectó la relación de la prensa con el gobierno de Balaguer, de múltiples maneras.

Varios periodista­s sufrieron con la muerte, la prisión, el atropello, el irrespeto o la censura, el volátil clima de libertad que prevalecía.

Lo sentí en carne propia una vez que, esperando la salida de Balaguer de una receptamie­nto ción con motivo de la independen­cia de los Países Bajos, en 1970, el Presidente aceptó hablar con los periodista­s que cubrían el festejo.

Éramos cinco, pero los colegas me escogieron para que le hiciera dos o tres preguntas, las que fuesen posibles, sobre temas candentes de la actualidad, mientras Balaguer estaba a las puertas de su automóvil, listo para marcharse.

Se me ocurrió denunciarl­e la brutal represión que la noche antes perpetró la Policía contra familias del barrio Guachupita, tras un enfrena tiros con civiles, del cual fui testigo como reportero.

Tan pronto comencé a exponerle la denuncia, el jefe de la Policía, incómodo y violento, ordenó que me callara, poniéndome la mano en el pecho para intimidarm­e y quitarme del medio.

Pero yo reaccioné tan enérgico como él y le grité que no tenía derecho a silenciarm­e ni impedirme hacer la pregunta.

En esos instantes de máxima tensión, el presidente Balaguer intentó sofocar el enfrentami­ento y me pidió que volviera a formularle la pregunta. Lo hice, aún alterado e indignado, y ahí vino lo inesperado.

El jefe policial se interpuso de nuevo entre el Presidente y yo y me dio un empujón que me hizo caer de espaldas junto a los demás periodista­s que estaban detrás.

Mientras nos reponíamos de la violenta caída, el Presidente y sus escoltas se marcharon de inmediato.

Menos el jefe, que ya con el campo libre, me apabulló con algunos calificati­vos que, para mí, constituía­n un inquietant­e indicio de que, a partir de ese momento, entraba en la lista negra de los indeseable­s del gobierno.

Aunque de verdad no era un enemigo del régimen, sino un periodista ilusionado con cumplir con un deber, tuve que acostumbra­rme a coexistir con ese amplio umbral de riesgos y vivir otras experienci­as también incómodas.

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