¿Perdón para Canó?
Veo y escucho a periodistas y fanáticos haciendo fuertes críticas a Robinson Canó. Cada vez que las cosas no le salen bien las críticas incrementan, como sucedió en el primer juego de Licey en la Serie del Caribe, con el globito que no pudo fildear .
“Y por qué ese viejo no se retira, que deje eso”, fue el comentario de muchos en distintas instancias. Tambien lo adversan cuando no puede batear.
En realidad, Canó tiene sus facultades disminúidas por el poco juego y por su edad. En octubre de este año cumple 41 años, y se supone que hace rato debió haberse movido a la primera base o ser solamente designado (aunque su bola no vuela y por eso no da jonrones).
. El desplazamiento (alcance) de un segunda base no es igual que cuando se es joven, y eso vale para cualquier jugador. No solo para Canó.
Pero él se ha quedado allí. Lo hizo en sus tres intentos de continuar en acción el año pasado con los Mets, San Diego y Atlanta. Y también lo ha repetido aquí con las Estrellas Orientales.
En la sicología del ciudadano dominicano es difícil pensar que una persona de la fortuna económica de Robinson Canó “necesite” un perdón por los hechos cometidos.
Porque, si alguien lo ha olvidado, me permito apuntar que Canó recibirá otros US$24 millones de los New York Mets en 2023, aunque no tire ni una pelota. En total, estará acumulando en su carrera US$262.0 millones, que es muchísimo dinero. ¿Por qué hablar del dinero? Porque asi piensa el dominicano , pero en el fondo hay otra realidad.
Canó era un ídolo del fanático, haciendo carrera para Cooperstown, hasta que la MLB lo suspendió dos veces por dopaje. Ahí se “cayó un santo”, como dice el dominicano. Otros también fueron suspendidos, pero no tenían la idolatría ni la proyección de Cooperstown de Canó, casos de Nelson Cruz y Bartolo Colón.
Incluso ahora enfrentamos otro caso similar con Fernando Tatis Jr.,quien sorprendió a todos el año pasado por haber sido sancionado por el mismo motivo.
¿Por qué no perdonar a Canó? Pienso que hace rato debió haberse retirado y no insistir en jugar. Porque si juega, está obligado a hacerlo sobresaliente, para que no provoque más desencanto, más decepciones. Mirar la acción desde las gradas y hacer obras de bien sería mucho mejor para él.