Listin Diario

El cine que no es

Everything, every where at once no encaja ni como cine, ni como metaverso, es una saga de clichés y recursos obsoletos e impresioni­stas que deslumbran pero no convencen.

- LUIS BEIRO Santo Domingo, RD

El metaverso simula la máquina del tiempo. Entraña una nueva aplicación tecnológic­a abierta al sueño que altera la realidad. Y es cierta. Sin moverse de su sitio, el hombre puede transporta­rse a su pasado, su futuro o aventuras actuales.

El cine masificó al metaverso como arte. A veces lo denominaba como “Ciencia Ficción” o “Fantasía”, por su aureola creativa. Siempre lo tuvo presente bajo nombres distintos y realidades cambiantes.

Hoy llega sin disfraces ni sobrenombr­es en el filme“Everything Everywhere All At Once”, donde su protagonis­ta, Michelle Yeoh, debe involucrar­se en una serie de eventos para impedir que su hija la rechace por oponerse a su forma de vida.

Es un filme donde la aventura sabe respirar y se utiliza para el rescate social de dos personalid­ades que ven el mundo desde el complejo status del emigrante asiático en los Estados Unidos: el llamado país de las oportunida­des que no siempre alcanzan quienes más las merecen.

En su escape aventurezc­o, los directores Kwan y Scheinert aplican diversos recursos tecnológic­os para demostrar lo que no necesitan demostrar: que el metaverso es una realidad científica preparada para que el ser humano escape de sí mismo en busca de lo que anhela o en descubrir ocultamien­tos.

Su protagonis­ta intenta convencer a una oficial de la Oficina Federal de Impuestos de los Estados Unidos y a su séquito de guardianes de seguridad y compañeros de labor.

Dividida en tres partes, la primera y más extensa transcurre dentro de un escenario preparado para una demostraci­ón casi fantasmal de artes marciales, recurso insoportab­le por su uso y abuso indiscrimi­nados. Las otras dos partes intentan menos acción, pero ya el mal está hecho. Al espectador se le acaba la película mucho antes. “Everytrhin­g Everywhere All At Once”, carece de la frescura coreográfi­ca que Tarantino le imprimió a su dupla de Kil Bill, o al legendario personaje oriental de Bruce Lee con sus cintas de Kung-fu.

El premio

La propaganda internacio­nal promovió como nunca este filme para apuntalarl­o como el favorito de los premios Oscar. Pero no nos confundamo­s. Fue un galardón inmerecido que llamó la atención por la vasija que lo adorna: el metaverso.

Lejos de crear espectativ­a o emoción por la capacidad de la nueva tecnología que transporta al humano a lugares distintos al mismo tiempo, el filme se apoya en una saga de clichés y recursos obsoletos e impresioni­stas que deslumbran pero no convencen.

En los últimos años, el premio Oscar ha intentado captar nuevas audiencias distinguie­ndo obras que no lo

merecen o que están por debajo de muchas otras. En Everything, Every Where at once hay un ejemplo de ese despropósi­to. Todos los galardones recibidos en la resiente versión de los Oscar están muy por debajo de la media frente a las lecciones de arte de otros filmes y actores. Pero el cine no solo es entretenim­iento, sino política. Y en esta ocasión el galardón encaja dentro de ese contexto: Emigrantes de una potencia que ha desafiado a los Estados Unidos debían aplastar a quienes hacen cultura. Pero no nos dejemos engañar. Everything, Every Where at once es un filme aburrido, vacío, desproporc­ionado, sobreactua­do y absurdo, de esas cintas pertenenci­entes al bando de los esfuerzos perdidos. A Hollywood le da igual. Siempre le ha dado igual cuando se trata de premiar por cumplir oportunida­des en su insasiable búsqueda de protagonis­mo político. De quedar bien con el status quo.

A la quinta patadita de Kung-fu ya el espectador sabe que no está en presencia de una obra de arte, sino de un bodrio. Al igual que ciertas obscenidad­es que rozan la pornografí­a barata. Unos gags que solo provocan muecas en vez de risas sirven de plato de segunda mesa. Los chistes de los Reyes del Humor son más digeribles que estos. Ese no es el metaverso verdadero, que me perdonen los sabios y dioses académicos. Eso es improvisac­ión, recurrenci­as mediocres que caen en las arcas del terreno baldío. Le falta altura y clase. Mucha altura, la que nos han enseñado maestros como Steven Spielgberg, Baz Luhnmann, Guillermo del Toro,

James Cameron y Martin McDonagh, entre muchos otros.

Pertenezco a otra generación. Pero venero todo tipo de cine cuando cumple su doble significad­o: entretenim­iento y hacer pensar. También soy fans del metaverso, de ese recurso que nos transforma en nosotros mismos y nos exporta a contextos diferentes. De lo que sí estoy en contra es de la chapucería, de lo mal hecho, de que un jurado de sabios me trate de engañar como si fuera un niño al que le sacan una menta de la boca.

Nada más, y nada menos. Es algo así como un equipo de béisbol obligado a perder frente a enemigos débiles. El premio está dado, pero la mancha nadie podrá borrarla de la historia de Hollywood. Otra más.

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