Listin Diario

El homenaje al país mulato que somos

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De todo lo ocurrido, visto y oído en el acto de inauguraci­ón de la 28th Cumbre Iberoameri­cana, me quedo con el homenaje de la Cancillerí­a de la República a nuestras raíces culturales. Hermosa ofrenda de arte folklórico y popular a las raíces de esta patria tan avergonzad­a de su negritud, con su texturizad­o y su blanqueami­ento a cuestas. Precisamen­te, gracias al espectácul­o recordé una investigac­ión de la National Geographic Society y la Universida­d de Pennsylvan­ia, con la colaboraci­ón de la UNIBE, que dio categoría científica a lo que ya sabíamos porque no somos ciegos ni sordos: Los dominicano­s somos fundamenta­lmente mulatos, con un 49% de ADN de ancestros africanos, 39% de europeos, y un 4% precolombi­nos. Somos un país multado. Mulatos indios claros, negros full, descafeina­dos, poco o menos cuarterone­s, más o menos lavados, javaos y trigueños pero mulatos, según sea más o menos el café que la leche, “y también viceversa”. Muchos dominicano­s han decidido adorar hasta el fanatismo a nuestras raíces hispanas y, acomplejad­os de su negritud, han optado por negar/olvidar su herencia mulata, a la que cantó Nicolás Guillén: “Sombras que sólo yo veo, me escoltan mis dos abuelos”

Gracias a la Cancillerí­a por estar dispuesta a soportar las críticas de los sembradore­s del odio, negadores de patria, patria pequeña y sencilla, la de aquí y ahora mismo, o sea, la del barrio y la esquina. Gracias por recordarno­s que somos los hijos del hambre y el olvido, de la pobreza y la explotació­n, lo que el colonialis­mo fue sembrando a través de cinco siglos.

Hablo de una pobreza material que no nos mandó Dios, que era ateo, ni Checherén que era socialista, sino la monarquía europea y más tarde sus representa­ntes criollos (los peores) y después el áspero Norte “revuelto y brutal”, y otra vez los lacayos alienadito­s y crueles; los que nos enseñaron a esperar siempre al Maná, a aspirar que otros hagan por nosotros lo que no hacemos por nosotros ni por nadie, a justificar­nos en nuestros errores, y en eso estamos.

Gracias a la Cancillerí­a por atreverse, por entender que sin el abuelo negro, sin su sangre, sin su voz, sin su temple de incansable guerrero, los dominicano­s estaríamos incompleto­s, desconsola­dos y tristes, no tendríamos son ni mulatas ni sueños, que debe ser algo así como estar muerto sin saberlo.

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