Contar historias y las fake news
¿Los humanos somos seres racionales o seres narradores? ¿Tomamos decisiones basadas en buenas razones o en buenos argumentos? Las noticias falsas no son algo nuevo y pueden explicarse desde una perspectiva histórica e incluso científica
MADRID, ESPAÑA TOMADO DE ABC
Contar historias nos ha permitido sobrevivir y reproducirnos como especie. Gracias a esta facultad podemos viajar al pasado o al futuro, imaginar situaciones inexistentes, inventar personajes… En definitiva, narrar es la manera que tenemos los humanos de estar en el mundo y de entenderlo. Pero narrar también tiene su ‘lado oscuro’. Así lo explica Óscar Vilarroya, profesor de Neurociencia en la Universidad Autónoma de Barcelona, en su libro Somos lo que nos contamos (Ariel). En él analiza por qué los humanos «siempre necesitamos una explicación, por incierta o fantasiosa que parezca».
Los autores de ficción, los contadores de cuentos, conocen bien el percal. Toda narración implica un pacto entre el autor y el lector, una especie de contrato. Se llama ‘suspensión de la incredulidad’. El lector sabe que lo que le están contando es una fantasía, pero la acepta si el relato es coherente. Como dijo el filósofo italiano Giordano Bruno, «se non è vero, è ben trovato». Si está bien contado, merece ser verdad. Es un pacto provisional que dura mientras se mantenga el hechizo de la narración. Pero nadie engaña a nadie; y tampoco nadie se engaña a sí mismo. Son las reglas del juego. Ahora bien, esta facultad narrativa conlleva unos riesgos. Si el relato es sencillo, está bien articulado y apela a motivaciones concretas y potentes de personas y de grupos, puede hacerse pasar por real si encuentra el terreno abonado para ello. Si se dan las circunstancias, el momento y el lugar, hay gente a la que se puede convencer de que una historia es real, aunque no lo sea. Hay individuos y colectivos propensos a creerse una milonga a pie juntillas, o por lo menos a otorgarle una presunción de veracidad, por muy inverosímil que parezca.«Las fake news no son otra cosa que un conjunto de relatos, muchos de ellos primordiales, es decir, basados en una estructura narrativa mínima, puestos al servicio de la manipulación y el engaño», explica Vilarroya. Son relatos que se alimentan de las emociones más peligrosas, como el miedo y la ira. Promueven la creación de conocimientos partidistas y generan la polarización social más beligerante. «Son un riesgo evidente para la convivencia democrática entre adversarios y están en el origen de decisiones que pueden llegar a ser irremediables».
¿Por qué funcionan las fake news? Una de las razones es la proliferación de una tecnología creada con el objetivo de manipularnos. Los algoritmos opacos de redes sociales como Facebook y de buscadores como Google se dedican a extraer datos de sus usuarios para crear patrones de comportamiento que les permitan ‘vendernos’ cosas… Y entre esas cosas están las ideas. Es un caldo de cultivo excepcional. Marc Argemí, investigador de las redes sociales y autor de Los 7 hábitos de la gente desinformada (Conecta), propone que los humanos tenemos cierta tendencia a caer en la desinformación o a vivir en la inopia, sea por vagancia o por supervivencia. Preferimos no saber demasiado o reforzar nuestras propias creencias a asomarnos al abismo de una realidad compleja o admitir que estamos equivocados. Pero hay ciertos mecanismos de nuestro cerebro que favorecen las fake news, mucho antes de que ese término y las redes sociales existiesen. Vilarroya desgrana tres factores: una situación desconcertante que nos genera angustia, la predisposición a aceptar teorías ‘conspiranoicas’ y la inmersión en un estado mental conocido como ‘burbuja narrativa’. Cualquiera de ellos es peligroso; la combinación de los tres, altamente desestabilizadora. Veamos por qué.
El mal de Capgras: una explicación para aplacar la angustia Jean Marie Capgras publicó en 1926 la descripción clínica de un extraño cuadro psiquiátrico cuyos síntomas se conocían desde hacía siglos, aunque nadie los había considerado como un trastorno específico. Desde entonces se conoce como delirio de Capgras. Cursa así: el paciente está persuadido de que alguien de su entorno ha sido suplantado por un impostor. El paciente puede decir algo como: «Mire, doctora, esa persona se parece mucho a mi madre, habla como mi madre, pero no es mi madre».