La indecencia irrumpe entre los evangélicos
Los evangélicos conservadores han influido durante mucho tiempo en las prioridades políticas del Partido Republicano en Estados Unidos, y esa influencia se extendió a la cultura conservadora, donde las normas evangélicas contra la vulgaridad rara vez eran cuestionadas en público. En cierto modo, permanecen intactos. La mayoría de los pastores no dicen malas palabras desde el púlpito, y las principales iglesias conservadoras siguen enseñando a sus jóvenes a reservar el sexo para el matrimonio y evitar la pornografía.
Sin embargo, un espíritu obsceno y externo se ha introducido en la clase de poder conservadora, acelerado por el ascenso de Donald J. Trump, el declive de la influencia de las instituciones religiosas tradicionales y un panorama mediático cambiante, dominado por las normas más laxas de la cultura en línea.
Cuando Trump fue electo presidente en 2016, ganando los votos de aproximadamente 8 de cada 10 evangélicos blancos, muchos observadores lo vieron como una relación esencialmente transaccional. Trump, una estrella de la telerrealidad, divorciado dos veces, había prometido nombrar jueces conservadores y defender los intereses cristianos. Pero rara vez iba a la iglesia y defendió una grabación en la que se jactaba de agarrar los genitales de las mujeres como “bromas de vestidor”. Se presentaba como un protector, no como un piadoso compañero de viaje. Pero es difícil permanecer leal a una figura como Trump sin ser cambiado por él. Ocho años después de que se aseguraba por primera vez la nominación republicana a la presidencia, está claro que las fronteras de la moral pública en la América evangélica están cambiando.
El cambio es quizás más visible en la política. La diputada Marjorie Taylor Greene, de Georgia, que ha adoptado la etiqueta de “nacionalista cristiana”, utiliza palabras altisonantes en la Cámara de Representantes y en conversaciones con periodistas.
El verano pasado, Nancy Mace, diputada republicana de Carolina del Sur, bromeó sobre el sexo premarital y la cohabitación, que alguna vez fueron tabúes evidentes, desde el atril en un desayuno de oración cristiana en Washington.
Abrió su charla diciendo que había hecho un esfuerzo especial por llegar temprano, rechazando las insinuaciones de su prometido de quedarse en la cama. “Puede esperar, lo veré más tarde esta noche”, agregó. Más tarde escribió en X que “¡voy a la iglesia porque soy una pecadora, no una santa!”.
Para algunos cristianos conservadores, hay tanto en juego en este momento como para que cierta vulgaridad no solo sea tolerada, sino también se exiga como una forma de decir la verdad.
Las viejas instituciones y personalidades que definieron la cultura evangélica se están desvaneciendo: la asistencia a la iglesia ha disminuido, al mismo tiempo que varias figuras grandes del movimiento han muerto, se han jubilado o han sido derribadas por el escándalo. Los influencers y personas externas han llenado el vacío. En internet, “la forma de destacar es ser el más devoto y el más extremo en la causa”, dijo Jake Meador, editor en jefe de la publicación evangélica Mere Ortodoxy, quien ha criticado la difuminación de las normas evangélicas y seculares. En cuanto al comportamiento en el dormitorio, el viejo estereotipo del cristiano mojigato contradice la compleja historia reciente de franqueza evangélica en torno al sexo en ciertos ambientes. A finales de la década de 1960 y en la de 1970, los autores y editores evangélicos produjeron montones de “manuales matrimoniales” que eran, en la práctica, libros de consejos sexuales. El género se había popularizado en la cultura secular en el contexto de la revolución sexual, y muchos cristianos buscaron su propia guía, en un momento cultural en el que muchos se sentían amenazados por el feminismo y las cambiantes expectativas de género.
Los manuales eran profundamente conservadores a su manera, prohibiendo las actividades sexuales fuera del lecho conyugal heterosexual (y algunas actividades dentro de él). Los líderes evangélicos estaban tratando de mantener altos estándares comunitarios. sin retirarse de una cultura dominante cada vez más grosera. Querían seguir siendo relevantes, comunicando que no es necesario renunciar al buen sexo para convertirse en cristiano. Era un complejo acto de equilibrio entre los impulsos humanos básicos y los dictados de la fe.
Pero cuando algunos cristianos sienten que el mundo se ha desequilibrado peligrosamente, la piedad puede enmarcarse como “consciencia de injusticia social” y romper tabúes como valentía.
La aceptación parcial de la vulgaridad, dijo Kristin Kobes Du Mez, historiadora, que ha estudiado el evangelicalismo y la masculinidad, está ocurriendo en un momento de profunda indignación conservadora, ante los crecientes índices de identidades sexuales y de género no tradicionales.
En ese contexto, dejarse llevar por la lujuria heterosexual, aunque sea de mal gusto, se considera, incluso, como saludable y noble. Parte de la razón por la que las identidades transgénero se consideran como una amenaza es que desdibujan la diferencia de género, explicó Kobes Du Mez. “Contra ese telón de fondo, es saludable que un chico desee a una mujer muy sexy”.