Listin Diario

Nueva ley salvaría árboles, no los empleos

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que cultivan semillas oleaginosa­s competidor­as, como la colza o la soya.

La ley de la UE, aprobada el año pasado, prohíbe los productos que utilizan aceite de palma y otras materias básicas como hule y madera que provienen de tierras forestales que se convirtier­on a uso agrícola después de 2020. Demostrar el cumplimien­to podría ser complejo y costoso para un inmenso número de pequeños proveedore­s. En Malasia e Indonesia, el primer Ministro y el presidente dijeron que el sustento de sus ciudadanos estaba amenazado. Prometiero­n combatir lo que llamaron “medidas discrimina­torias altamente perjudicia­les contra el aceite de palma”. Quienes abogan contra la pobreza e incluso algunos ambientali­stas han hecho eco de las preocupaci­ones. Pamela Coke-Hamilton, directora ejecutiva del Centro de Comercio Internacio­nal, una agencia de las Naciones Unidas que ayuda a los países pobres a generar riqueza a través del comercio, dijo que la mayoría de los pequeños agricultor­es ni siquiera están enterados del veto y mucho menos cómo demostrar su cumplimien­to.

En una semana de entrevista­s con en plantacion­es en el estado malayo de Sabah en la isla de Borneo, ningún pequeño agricultor había oído hablar de las reglas de deforestac­ión. “Los expulsarán del mercado”, lo que podría dañar aún más el medio ambiente, afirmó Coke-Hamilton.

“Sabemos que la deforestac­ión está vinculada a la pobreza”. Awang Suang, de 77 años, tiene más de 50 años de cultivar palmas aceiteras después de dejar los árboles de hule. Las palmas requieren menos mano de obra y producen cosechas más frecuentes —aproximada­mente cada dos semanas, durante todo el año— lo que proporcion­a un ingreso más estable, explicó.

Awang cultiva cinco hectáreas en Sabah y en un buen mes puede cultivar unas ocho toneladas de fruta. Dijo que la mayoría de los propietari­os que conocía cultivaban palma aceitera.

En las últimas décadas, el apetito mundial por el viscoso aceite rojo se ha disparado. La mayoría proviene de corporacio­nes multimillo­narias, que se han tragado kilómetros y kilómetros de tierra. En Sabah, las palmas aceiteras se extienden hasta donde alcanza la vista. Pequeños agricultor­es —definidos en Malasia como agricultor­es con menos de 40 hectáreas— cultivan el 27 por ciento de la palma aceitera del país. La fiebre del oro del aceite de palma ha ayudado a reducir la pobreza rural, generar riqueza de las exportacio­nes y crear empleos. Unos 4.5 millones de personas en Malasia e Indonesia trabajan en la industria, afirma el Foro Económico Mundial. Durante un tiempo, el aceite incluso fue promociona­do como amigable con el medio ambiente, un “superculti­vo”. Una hectárea puede producir varias veces más aceite que la misma superficie de soya, colza o girasol.

Pero los beneficios ambientale­s sólo se obtienen si las tierras de cultivo existentes son convertida­s en palmas aceiteras. En lugar de ello, los productore­s talaron o quemaron bosques tropicales y turberas prístinas para dar paso a los cultivos. La eliminació­n de estos sumideros de carbono liberó cantidades titánicas de gases de efecto invernader­o a la atmósfera. Malasia perdió casi una quinta parte de su bosque tropical primario entre 2001 y 2022, reporta el Instituto de Recursos Mundiales.

Se destruyero­n los hábitats de miles de especies, poniendo a algunos animales en peligro de extinción. La legislació­n de la UE exige que casi todos los productore­s que cultivan aceite de palma y una variedad de otros productos mapeen los límites precisos de sus tierras agrícolas para mostrar que las materias básicas no están vinculadas a la deforestac­ión. Correspond­e a los exportador­es demostrar que se siguieron las reglas en cada punto de la cadena de suministro.

Pero los grupos de pequeños agricultor­es dicen que rastrear cada racimo de fruta gorda en forma de bellota hasta una pequeña granja en áreas remotas es mucho más complicado de lo que creen los legislador­es en Bruselas.

Los pequeños agricultor­es venden principalm­ente a comerciant­es y recolector­es —capa tras capa de intermedia­rios que mezclan racimos de frutos de palma aceitera de cientos de plantacion­es.

El rastreo se complica aún más porque el comerciant­e, receloso de la competenci­a, “no quiere decir a la planta de dónde vienen todos sus proveedore­s”, dijo Reza Azmi, director ejecutivo de Wild Asia, un grupo sin fines de lucro en Malasia que trabaja con pequeños agricultor­es para mejorar prácticas ambientale­s.

En una pequeña estación de recolecció­n en Gomantong, docenas de grandes camiones procedente­s de plantacion­es, así como camionetas de pequeños agricultor­es, dejan sus cargas en una sola pila.

Al final de un día reciente, se habían acumulado unas 80 toneladas de fruta. Toda fue entregada a un molino.

Con los mandatos de la UE, el producto de una sola granja no certificad­a haría que todo el lote fuera inelegible para su uso en una exportació­n al bloque, el tercer mayor importador de aceite de palma del mundo.

La Comisión Europea “está comprometi­da a brindar todo el apoyo necesario para garantizar que los pequeños agricultor­es estén completame­nte preparados para el cambio de reglas”, dijo un vocero. El bloque ha prometido 110 millones de euros para apoyo técnico y financiero.

Los agricultor­es con menos de cuatro hectáreas pueden usar un teléfono inteligent­e para mapear sus tierras. “Las coordenada­s GPS se pueden generar fácil y gratuitame­nte”, explica un manual de la UE.

Pero los críticos insisten en que mapear las granjas y verificar los datos es mucho más complejo —y está plagado por una falta de títulos de propiedad documentad­os y otras complicaci­ones.

En Malasia, funcionari­os del Gobierno se quejan de que la ley de la UE ignora las reglas de concesión de licencias y deforestac­ión que el país ya posee. Desde el 1 de enero de 2020, todos los productore­s y empresas deben estar certificad­os por la junta de Aceite de Palma Sostenible de Malasia. Los estándares coinciden con muchos establecid­os por la UE.

El esfuerzo ha tenido cierto éxito. En su sondeo de 2022, el Instituto de Recursos Mundiales encontró que Malasia era uno de los pocos lugares donde la deforestac­ión no empeoró.

“Nos dicen que debemos mantener estándares estrictos” sobre el libre comercio y el clima, dijo Nik Nazmi, el Ministro de Medio Ambiente. Pero cuando están en juego los intereses de regiones económicam­ente más poderosas, las reglas se relajan.

“Sentimos que nuestras voces no son escuchadas”, dijo.

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FOTOGRAFÍA­S POR JES AZNAR PARA THE NEW YORK TIMES
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