Lecturas de domingo
en su presente –el tiempo de la pasión, según Ricardo Piglia.
Como advirtieron sus hijos y herederos, el libro trae alguna inconsistencia menor, y es llamativo comprobar –por fuera de los papeles del Harry Ransom Center que compró el archivo del genio– que algunos pasajes difundidos hace algunos años en medios de comunicación fueron modificados cotejando los que el autor dejó como más definitivos (los de la carpeta con la “versión 5” y el archivo digital que recuperaron su secretaria, Mónico Alonso, y Cristóbal Pera, el editor a cargo). El primero de los seis capítulos, por ejemplo, incluye una descripción de un pene que no figuraba en los extractos antes divulgados, y que no chirría en una obra salpicada de escenas e imágenes sexuales preñadas de poesía y –a veces– de ordinariez. (En agosto nos vemos es también un clímax y un suspiro de otras exploraciones eróticas que ya conocíamos del autor.) Hay, por otro lado, palabras corregidas que parecían fruto de los errores tipográficos de la mala prensa que en publicaciones de 2007 y 2014 impuso al inicio “libro intenso” en donde correspondía –y por el texto así se colegía– “libro intonso”.
El prurito por saber si cada palabra escrita es o no del autor (ya es indiscutible que lo es) ha convertido la edición en un dispositivo de especulación de enorme resonancia mediática. Pero una lectura de la obra y de la “argucia póstuma” de la madre de Ana Magdalena nos insinúa la argucia del propio escritor al no destruir el manuscrito y legarle a los hijos el deber de hacer con su herencia lo que quisieran (que lo traicionaran, como dicen en el prólogo).
EN LA NARRACIÓN VEMOS CÓMO VA MUDANDO DE HOTEL Y DE ROPA, CÓMO ESCOGE A UNOS HOMBRES Y ES ESCOGIDA POR OTROS, Y CÓMO SU NUEVA SITUACIÓN CREA UN CONTRAPUNTO REVELADOR DE SU REALIDAD CONYUGAL.