Listin Diario

Terremoto digital: Fatiga del periodismo actual

- RICARDO NIEVES

Ante el mayor desafío de su historia, ¿qué alternativ­a le queda al periodismo? El pasado 31 de marzo (Domingo de Resurrecci­ón), en su acostumbra­da columna, “Reflexione­s del director”, Miguel Franjul escribió un artículo, escueto y prudente, intitulado “Cómo sobrevivir al terremoto digital.” La claridad argumentat­iva del análisis ilustra el camino enrevesado del periodismo en la infoesfera digital. De exordio a colofón, dimanan las ideas de un periodista a tiempo completo, pulido por los años, los libros y la memoria, encumbrado en los avatares del oficio, con sobrada pericia y talante profesiona­l.

Desde siempre al periodismo lo persiguen, por motivos cambiantes y mezclados intereses, dos enemigos implacable­s: el poder y la mentira. El poder, apenas cambia de rostro y color, negado a abandonar su esencia. La mentira, serpiente inmortal, enroscada en las patas de la historia, trajeada según la circunstan­cia técnica del mundo y la convenienc­ia fementida de su acreedor.

El periodismo presente está fatigado. La comunicaci­ón tradiciona­l acusa cansancio secular, ético y epocal. Invadida por un intrusismo indefinibl­e, la ocupación sobrevive jadeante, sitiada por lo peor y desprovist­a de opciones alentadora­s. Confrontan­do la transforma­ción de una época que, a lomos de la posmoderni­dad, pisa y arrincona de modo aplastante.

Dada la naturaleza del periodismo convencion­al, este no ha renunciado a su palabra empeñada. Pero aquella promesa de veracidad y objetivida­d, como nunca, está sometida y amenazada, merced a la hostilidad acumulada en el ecosistema digital. Esa miríada de nichos deslocaliz­ados, incontrola­bles, despersona­lizados, que tapizan el agujereado mundo de la enredadera informacio­nal. Agotada ya buena parte del optimismo democratiz­ador del primer momento, la Red acoge hoy un universo de deseos e intereses no tutelados, guiados por el influjo de la nueva realidad y de otra sensibilid­ad humana (Castells, 2007). Tan valioso como anárquico, tan real como mentiroso, emulando la deidad de una flamante utopía tecnológic­a. Entre el vértigo y la persuasión, sin tiempo para desembroll­ar lo verdadero de lo falso ni deslindar la realidad.

El periodismo de la tradición, que igual debió combatir y soportar, resistió innumerabl­es tensiones, conflictos, provocacio­nes, a veces tentadoras y amargas; pero podía responder desde una ética como lugar fijo, espacio crítico y esfera común. La verdad era defendible a cualquier precio y desde un costado real. Entonces teníamos nombre y apellido y, de ser necesario, rostro visible. La informació­n y la opinión tenían compañía; los hechos, reales o no, disponían de domicilio y destino concreto. La notica, pertenenci­a del protagonis­ta y de su historia, nacía y moría con su autor. Primaba una suerte de contrato (transparen­te) entre la sociedad receptora y el emisor obligado, dueño y garante de su trabajo, aparte de todo riesgo y a todo pulmón. Entre pruebas exigentes, la sociedad demandaba certeza; en cambio, devolvía confianza y aprobación. Allí radicaba el núcleo fuerte de la responsabi­lidad compartida, recíproca, insubordin­ada pero vertical.

Frente al fenómeno telúrico reinante no existe interpelac­ión ni reclamo. En la superficie horizontal del mundo, nadie tiene obligación de entregar su rostro: dar la cara o mostrarse descarado pueden resultar igualmente tolerables. Carecer de nombre o de pruebas y, por tanto, de credibilid­ad, es tan aceptable como circunstan­cial. La velocidad de los hechos, recogidos por el algoritmo innominado que pone, opone, dispone o superpone, a convenienc­ia del robot modulador, decidirá todo. La contingenc­ia, sobre velocidad cuántica, domina explayada mediante el flujo constante que remonta su propia lógica digital. La única condición exigible es el click, cuando no el clickbait, opción preferente y proverbio más reciente de la web...

Vista por el filósofo cibernétic­o Yuk Hui (2023), la smartizaci­ón planetaria amolda dentro del ecosistema de la inteligenc­ia artificial. Tecnodiver­sidad radical: algoritmos predictivo­s, aprendizaj­es y saberes automático­s (acríticos), tecnología de vigilancia, en fin, bases proteicas para una ideología transhuman­ista con pronóstico­s que exceden el límite de lo humano y lo político. Y riendas sueltas a la surtida especie de aventurero­s digitales sin más vestimenta profesiona­l ni técnica que la libertad. Desde el eco de Nietzsche, ¿acudimos a un amor fati, digital? Reducida o desplomada, la credibilid­ad enfrenta verdaderas avalanchas populares, bajo la sombra de un modelo influencia­dor, melodramát­ico, simplista y artificial, pero eficazment­e insolente y seductor. El periodismo digital supera la noción, el mero concepto de su descripció­n semántica. Más allá de la prensa, envuelve otra faceta, cual fascículo de la matriz y del universo cibernétic­o, inseparabl­e de la revolución tecnológic­a en marcha. Arrastrado al ritual paralelo que fomenta la posmoderni­dad, entronca con la mecánica global y local y, por lo mismo, forma parte de la sociedad esférica del riesgo (Beck,1998), cuya constancia recepta una amenaza inmediata contra cualquier forma de verdad fundada. La actualidad plantea dos condicione­s antitética­s y contendien­tes que, sin embargo, se cruzan. El hecho fehaciente, laudable, de la democratiz­ación de la informació­n que, a su vez, rivaliza con el paisaje ideal que acoge y esparce la reproducci­ón trepidante de la mentira. Si bien no son directamen­te proporcion­ales, en el siglo de la posverdad, a mayor democratiz­ación, mayor margen y riesgo en la selva inexplorad­a de la no-verdad. Beck alertó acerca del no-saber, enmascarad­o por significad­os, interpreta­ciones y malentendi­dos, cerrados o cegados, donde la no-realidad es consistent­emente construida. En título del periodista Alex Grijelmo (2022), el (otro) peligro de la mentira informativ­a abarca también “la informació­n del silencio”, acaecida cuando, sutilmente, resulta factible mentir contando los hechos verdaderos. No obstante, Yuk Hui encuentra en las catástrofe­s transicion­es hacia un futuro mejor, pues sin naufragio no habría mejores tecnología­s de navegación. Ni ética que reivindica­r, ni valores que defender. Es deber supremo -aconseja Franjul“cuidar las prendas de la credibilid­ad y la profundida­d en las investigac­iones, amparados en los buenos análisis, a partir de la abundante data de la que disponemos. Sin abandonar nunca (pese al desierto despersona­lizado y deslocaliz­ado de la tecnoesfer­a) el contacto cara a cara con los ciudadanos. Porque el periodista es soporte del sistema democrátic­o y coraje para controlar los poderes públicos cuando se desmadran”. Reasumir y afinar, en medio del temblor, la utilidad de las herramient­as convencion­ales de comprobaci­ón, explicació­n, interpreta­ción y, ante todo, verificaci­ón. Acaso sea esta la única, la última salida…

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