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Lecturas de domingo Anatomía del yo narrativo

Los géneros literarios se mezclan, entrelazan, se imbrican y se complement­an. Este ensayo ilustra y argumenta sobre la relación incluso necesaria entre el yo narrativo y la autoficcio­n, y afirma: “La hibridez

- JOSÉ ÁNGEL LEYVA Ciudad México Tomado de La Jornada Semanal

El filme

presenta varios dilemas: el de la ficción y la realidad, la literatura y el cine, la verdad y la justicia. En la narrativa de la película hay, por parte de los acusadores, la certeza de que la “autoficció­n” –se escucha ese término en el fime– es muestra de una realidad comprobabl­e. El fiscal intenta persuadir al jurado de que en las novelas de la acusada hay pruebas de hechos verídicos, reales. El juicio en sí, que pareciera un homenaje a de Camus, está lleno de prejuicios hacia la acusada por no ser francesa, hablar mal el idioma en que debe defenderse, ser ambiciosa, exitosa, bisexual, anteponer la literatura al marido y al hijo, y, sobre todo, ser insuficien­temente expresiva y sentimenta­l. Eso la convierte en sospechosa de un crimen; el suicidio pasa a un segundo plano. Entonces, el testimonio de un niño ciego, pequeño Tiresias, es determinan­te.

La función del yo testimonia­l pretende ser la del portador de una verdad en aras de la justicia, pero todos los testimonio­s, en mayor o menor medida, responden a distintas cargas emocionale­s, morales, afectivas. No obstante, más allá del juicio oral, en la obra de la inculpada la narrativa autoficcio­nal no se plantea como posible indicio de la verdad. Lo más interesant­e de narrar en primera persona no es el hecho de recurrir al yo para contar. La autorrefer­encialidad como construcci­ón literaria es, en todo caso, el síntoma de una liberación expresiva que permite el despliegue no sólo de la imaginació­n sino del lenguaje, de las posibilida­des transgenér­icas que enriquecen la memoria y desnudan la realidad, objetiva y subjetiva, no sólo de los personajes, de los propios autores, que suelen ser protagonis­tas de sus relatos. La hibridez de los géneros logra en el yo narrativo una mayor cobertura. Hasta antes de siglo XXI, la preceptiva literaria defendía la rigidez de sus fronteras y no se podía pensar en la posibilida­d de cruzar el periodismo con la literatura, de empatar la poesía con la narrativa, la crónica con la poesía, el drama con la lírica, la ciencia con la ficción. De hecho está en boga, al menos entre los jóvenes poetas mexicanos, poetizar la ciencia y la tecnología, emplear términos que en otro momento resultaría­n sacrílegos. Sor Juana, por cierto, ya había tejido con ese hilo negro su Primero Sueño. Varios amigos, críticos y lectores exigentes, han manifestad­o su hartazgo de la narrativa del yo. En su defensa, debo aclarar que hay diferencia­s de fondo y forma entre el yo narrativo de, por ejemplo, Fernando Vallejo, con el yo de de Marguerite Yourcenar, o incluso de

de Giacomo Casanova. En el yo autobiográ­fico ficcional, como en el caso de Adriano, Yourcenar se coloca en la primera persona del otro, su protagonis­ta; ficcionali­za desde una intimidad histórica para colocarnos en la agonía luminosa del emperador romano. De Casanova no se puede esperar una narrativa apegada a la verdad: es un mentiroso, un seductor profesiona­l.

Los estadunide­nses han puesto la bandera inaugural de la novela de no ficción en la obra de Truman Capote, y los franceses han acuñado la autoficció­n como un descubrimi­ento nacional, tal como se suele leer en Patrick Modiano y de manera particular en Annie Ernaux, ambos Premio Nobel de Literatura. Tanto lo testimonia­l como lo autobiográ­fico recurren al yo narrativo para dar veracidad y lirismo a los relatos. No es algo nuevo, ni comienza con Truman Capote ni es un fenómeno literario que tenga lugar en Francia. Son, sí, fenómenos editoriale­s que pretenden marcar modas y legitimar escrituras que tienden siempre a la banalizaci­ón del recurso y sus contenidos para ampliar el mercado.

Alfonso Reyes se encargó de teorizar al respecto y avanzó líneas en la primera mitad de siglo para enfocar la emergencia de obras que se desenvolví­an en la hibridez narrativa. Obras como Cartucho, de Nellie Campobello, El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, o el Ulises Criollo de José Vasconcelo­s desafían las rígidas fronteras literarias de su época. Reyes pone de ejemplo a sus coetáneos. Pero tal vez el “polo de sujeción”, la ficción de lo realmente sucedido, para emplear la terminolog­ía alfonsina, se ubica en un plano inferior con respecto a la ficción de lo imaginado (polo de emancipaci­ón), que el mercado valoraba y continúa valorando, pero tal vez un poco menos.

El yo lírico, por venir de la poesía propiament­e dicha, encarnaba una fuerte dosis de pudor confesiona­l atribuido sobre todo a la escritura hecha por mujeres. Los hombres no lloran. Un rasgo de virilidad es alejarse de ese yo plañidero y narcisista atribuido también a los románticos.

Adiós a las fronteras literarias

Lo interesant­e de este auge del yo narrativo, autoficcio­nal, es que representa una luz verde en las fronteras literarias. El mercado y la academia valoran obras que se desenvuelv­en en la hibridez narrativa y yo diría también lírica y hasta dramática. Las modas literarias no necesariam­ente son novedades estilístic­as o descubrimi­entos de lo conocido, pero sí la aceptación y reconocimi­ento de lo visualizad­o y en ocasiones no valorado y aceptado. Dante erigió una obra monumental, la Divina Comedia, con un yo ficcional en debate con la realidad. Obra fundada en la hibridez, poema narrativo que mezcla la lírica, la épica y la dramática para representa­r ese viaje del yo a las profundida­des del infierno, en realidad de la conciencia humana y del teatro político de su época y su cultura.

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de Dante Alighieri.
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Fotograma de “Anatomía de una caída”.
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