Lecturas de domingo Anatomía del yo narrativo
Los géneros literarios se mezclan, entrelazan, se imbrican y se complementan. Este ensayo ilustra y argumenta sobre la relación incluso necesaria entre el yo narrativo y la autoficcion, y afirma: “La hibridez
El filme
presenta varios dilemas: el de la ficción y la realidad, la literatura y el cine, la verdad y la justicia. En la narrativa de la película hay, por parte de los acusadores, la certeza de que la “autoficción” –se escucha ese término en el fime– es muestra de una realidad comprobable. El fiscal intenta persuadir al jurado de que en las novelas de la acusada hay pruebas de hechos verídicos, reales. El juicio en sí, que pareciera un homenaje a de Camus, está lleno de prejuicios hacia la acusada por no ser francesa, hablar mal el idioma en que debe defenderse, ser ambiciosa, exitosa, bisexual, anteponer la literatura al marido y al hijo, y, sobre todo, ser insuficientemente expresiva y sentimental. Eso la convierte en sospechosa de un crimen; el suicidio pasa a un segundo plano. Entonces, el testimonio de un niño ciego, pequeño Tiresias, es determinante.
La función del yo testimonial pretende ser la del portador de una verdad en aras de la justicia, pero todos los testimonios, en mayor o menor medida, responden a distintas cargas emocionales, morales, afectivas. No obstante, más allá del juicio oral, en la obra de la inculpada la narrativa autoficcional no se plantea como posible indicio de la verdad. Lo más interesante de narrar en primera persona no es el hecho de recurrir al yo para contar. La autorreferencialidad como construcción literaria es, en todo caso, el síntoma de una liberación expresiva que permite el despliegue no sólo de la imaginación sino del lenguaje, de las posibilidades transgenéricas que enriquecen la memoria y desnudan la realidad, objetiva y subjetiva, no sólo de los personajes, de los propios autores, que suelen ser protagonistas de sus relatos. La hibridez de los géneros logra en el yo narrativo una mayor cobertura. Hasta antes de siglo XXI, la preceptiva literaria defendía la rigidez de sus fronteras y no se podía pensar en la posibilidad de cruzar el periodismo con la literatura, de empatar la poesía con la narrativa, la crónica con la poesía, el drama con la lírica, la ciencia con la ficción. De hecho está en boga, al menos entre los jóvenes poetas mexicanos, poetizar la ciencia y la tecnología, emplear términos que en otro momento resultarían sacrílegos. Sor Juana, por cierto, ya había tejido con ese hilo negro su Primero Sueño. Varios amigos, críticos y lectores exigentes, han manifestado su hartazgo de la narrativa del yo. En su defensa, debo aclarar que hay diferencias de fondo y forma entre el yo narrativo de, por ejemplo, Fernando Vallejo, con el yo de de Marguerite Yourcenar, o incluso de
de Giacomo Casanova. En el yo autobiográfico ficcional, como en el caso de Adriano, Yourcenar se coloca en la primera persona del otro, su protagonista; ficcionaliza desde una intimidad histórica para colocarnos en la agonía luminosa del emperador romano. De Casanova no se puede esperar una narrativa apegada a la verdad: es un mentiroso, un seductor profesional.
Los estadunidenses han puesto la bandera inaugural de la novela de no ficción en la obra de Truman Capote, y los franceses han acuñado la autoficción como un descubrimiento nacional, tal como se suele leer en Patrick Modiano y de manera particular en Annie Ernaux, ambos Premio Nobel de Literatura. Tanto lo testimonial como lo autobiográfico recurren al yo narrativo para dar veracidad y lirismo a los relatos. No es algo nuevo, ni comienza con Truman Capote ni es un fenómeno literario que tenga lugar en Francia. Son, sí, fenómenos editoriales que pretenden marcar modas y legitimar escrituras que tienden siempre a la banalización del recurso y sus contenidos para ampliar el mercado.
Alfonso Reyes se encargó de teorizar al respecto y avanzó líneas en la primera mitad de siglo para enfocar la emergencia de obras que se desenvolvían en la hibridez narrativa. Obras como Cartucho, de Nellie Campobello, El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, o el Ulises Criollo de José Vasconcelos desafían las rígidas fronteras literarias de su época. Reyes pone de ejemplo a sus coetáneos. Pero tal vez el “polo de sujeción”, la ficción de lo realmente sucedido, para emplear la terminología alfonsina, se ubica en un plano inferior con respecto a la ficción de lo imaginado (polo de emancipación), que el mercado valoraba y continúa valorando, pero tal vez un poco menos.
El yo lírico, por venir de la poesía propiamente dicha, encarnaba una fuerte dosis de pudor confesional atribuido sobre todo a la escritura hecha por mujeres. Los hombres no lloran. Un rasgo de virilidad es alejarse de ese yo plañidero y narcisista atribuido también a los románticos.
Adiós a las fronteras literarias
Lo interesante de este auge del yo narrativo, autoficcional, es que representa una luz verde en las fronteras literarias. El mercado y la academia valoran obras que se desenvuelven en la hibridez narrativa y yo diría también lírica y hasta dramática. Las modas literarias no necesariamente son novedades estilísticas o descubrimientos de lo conocido, pero sí la aceptación y reconocimiento de lo visualizado y en ocasiones no valorado y aceptado. Dante erigió una obra monumental, la Divina Comedia, con un yo ficcional en debate con la realidad. Obra fundada en la hibridez, poema narrativo que mezcla la lírica, la épica y la dramática para representar ese viaje del yo a las profundidades del infierno, en realidad de la conciencia humana y del teatro político de su época y su cultura.