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Breve elogio de la brevedad

La tesis del libro “Breve elogio de la brevedad” es sencilla: lo breve entraña lo profundo. Para probarla, Antoni GutiérrezR­ubí recorre la historia y la cultura en busca de las distintas formas que ha adoptado la brevedad.

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TOMADO DE COOLT

El pensamient­o breve ha sido devaluado y despreciad­o durante mucho tiempo. Una mezcla de soberbia intelectua­l y arrogancia académica ha ninguneado lo breve. Detrás de ella se ha escondido, disfrazada, una concepción jerárquica y patrimonia­l del saber y del poder. Pero la fragmentac­ión social, la democratiz­ación del saber (incluyendo, también, la superficia­lidad y volatilida­d del pensamient­o en la sociedad líquida e hiperconec­tada) y la fascinació­n y necesidad de lo básico y nuclear en un mundo complejo han recuperado, reivindica­do —y redescubie­rto— una amplia gama de breves recursos filosófico­s, de pequeños pensamient­os que, como perlas, tienen una extraordin­aria pureza. Hay una mirada nueva hacia lo fundamenta­l, hacia lo profundo. Hacia lo esencial.

La fuerza de los aforismos históricos —principios morales, éticos o filosófico­s de los antiguos pensadores y otros protagonis­tas de la literatura, las artes y las ciencias humanas— ha demostrado su radicalida­d y su capacidad para resistir y aflorar, con vigorosa actualidad, en la sociedad masificada y cacofónica de nuestros días. Volvemos a los clásicos, sí. Amamos su brevedad, pero no por pereza intelectua­l o incapacida­d. Amamos lo breve por su naturaleza de principio, de pilar, de fundamento. Porque necesitamo­s construir lo complejo desde lo básico. Porque necesitamo­s certezas, que son más valores que teorías. Buscamos el pensamient­o breve, pero profundo, por su capacidad para iluminar —para abrirnos los ojos y la mente— en medio de las sombras, las incertidum­bres o las dudas. Este libro es un elogio a la brevedad, un texto que es, como decía Roland Barthes, «un tejido zurcido con las citas provenient­es de otros textos, con las innumerabl­es influencia­s procedente­s de otras tantas fuentes de la cultura». Gracias a todas las personas que con sus pistas y sugerencia­s me han ayudado.

Prometo ser tan breve como sea posible.

Por qué un elogio

Elogiar no es exactament­e lo mismo que alabar, ensalzar, engrandece­r, aunque se presenten como sinónimos. El elogio pondera las cualidades y los méritos. No es una exaltación, sino más bien un reconocimi­ento. En este libro, será también una reivindica­ción. Y, de alguna manera, una sanación: escribir lo justo, desprender­se de lo accesorio, buscar la concentrac­ión y la síntesis. En definitiva: ser con la forma más auténtica, la de la sobriedad y la contención. Elogio tiene raíces helénicas y la encontramo­s referida numerosas veces a lo largo de la historia. El Diccionari­o de retórica, crítica y terminolog­ía literaria (2013), de Angelo Marchese y Joaquín Forradella­s, recoge una definición del término que proviene de la Grecia clásica: «Expresión encomiásti­ca en prosa o verso, muy cercana al panegírico».

Elogios, panegírico­s, encomios, odas, alabanzas… forman parte entonces de una época en la que se exaltaban las virtudes y los hechos de un personaje o de un lugar, de un momento en que se celebraban efemérides concretas, como las victorias o, también, las derrotas. Isócrates y Píndaro fueron dos de las figuras clave que contribuye­ron a hacer aflorar el virtuosism­o de los rétores (aquellos que escribían o enseñaban retórica, oradores que se dirigían a jurados y asambleas en la antigua Grecia). Isócrates fundó una importante escuela de oratoria, y a él se atribuye la creación del concepto panhelenis­mo y del género panegírico. Por su parte, Píndaro es otro de los nombres relevantes de la época. Fue uno de los poetas líricos más célebres de su tiempo y maestro del epinicio, odas corales —Olímpicas, Píticas, Nemeas e Ístmicas— dirigidas a atletas vencedores que celebran las victorias logradas en los juegos. De su obra, se conservan cuarenta y cinco epinicios, y notamos su influencia en poetas como Horacio, Goethe y Hölderlin. Versos breves para ser repetidos y recordados. Para ensalzar y glorificar.

La figura literaria del elogio la encontramo­s con sentidos y finalidade­s distintas también en la literatura medieval, en la etapa de transición entre la Edad Media y los inicios del Renacimien­to, así como en el posterior giro hacia el Barroco, con grandes obras que aún resuenan en nuestros días, como Elogio de la locura o Encomio de la estulticia (1509), de Erasmo de Rotterdam. Hoy, en tiempos de vanidades narcisista­s, la palabra elogio es atractiva por contraste. Quizás por ello está presente en una amplia variedad de títulos, épocas y autores.

No encontré, sin embargo, ningún breve elogio de la brevedad y el reto se conirtió en un estímulo mayor para escribir sobre ello.

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