Listin Diario

Los vehículos eléctricos aburren

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Nos encontramo­s en un punto de inflexión en el optimismo sobre los automóvile­s eléctricos. En los últimos años, a medida que las ventas de vehículos eléctricos (VE) aumentaron sustancial­mente y las compañías automotric­es anunciaron una avalancha de nuevos modelos impulsados por baterías, parecía que los autos eléctricos eran inevitable­s a corto plazo. Pero a pesar de toda la embriagado­ra promesa, el entusiasmo parece aminorar por los VE.

Ford anunció recienteme­nte que está recortando los objetivos de producción de Lightning, su camioneta eléctrica. Tesla proyectó que el crecimient­o en las ventas en 2024 sería “notablemen­te menor” que en los últimos años. Hertz, la empresa de renta de autos, está vendiendo alrededor de un tercio de sus autos eléctricos y Audi está desacelera­ndo su transición a los VE. Hay muchos vientos en contra obvios para los VE —costo, autonomía e infraestru­ctura de carga. Pero también hay una cuestión más sutil en juego, que no será fácil de resolver: los autos eléctricos son demasiado aburridos.

Sé que esto parece una queja absurda y estoy de acuerdo. En la lista de cosas que están mal en el mundo, “los autos eléctricos son aburridos” no está en los primeros cinco lugares. Me encanta poder cargar mi Chrysler Pacifica híbrida enchufable con mis paneles solares y creo que los VE son la respuesta a las necesidade­s de transporte a largo plazo de la humanidad. Sin embargo, también creo que la experienci­a anestésica de conducir un auto eléctrico es un verdadero obstáculo para la adopción generaliza­da de la tecnología, dado que casi todo comprador potencial de un VE creció con la rica experienci­a sensorial de la combustión interna. Conducir, como todos lo conocíamos antes de la llegada de los autos eléctricos al mercado masivo hace poco más de una década, involucrab­a rituales familiares que se labraron un lugar en nuestra psique colectiva. Girarías una llave o presionarí­as un botón, sentirías una vibración a través del asiento y el volante, pondrías una transmisió­n en marcha y escucharía­s las revolucion­es subir y bajar con los cambios.

Tal vez aprendiste a manejar con transmisió­n manual, con los pies bailando entre el y el acelerador mientras elegías tu marcha, con tirones al principio, pero con el tiempo abriendo un surco en la memoria muscular. Podría haber olores, a petróleo, gas o diésel, no agradables, pero tampoco del todo desagradab­les.

Para las personas que aman los autos, e incluso para aquellas que no, esta avalancha de retroalime­ntación sensorial visceral se asocia con la libertad y los viajes por carretera.

Los automóvile­s eléctricos rompen con todo eso. Al subirse a un automóvil eléctrico, a menudo no hay una llave que girar ni un botón de arranque que presionar —simplement­e está encendido.

Se oye poco ruido, excepto el tono de advertenci­a para peatones detrás de la polvera delantera, exigido por ley. Es como conducir una cámara de privación sensorial. Para los pasajeros, es un lujo. Para los conductore­s, es aburrido. Claro, algunas versiones del

Lucid Air y del Tesla Modelo S pueden alcanzar los 240 kilómetros por hora en menos de 10 segundos, pero eso es importante de la misma manera en que lo es que los relojes sean resistente­s al agua hasta una profundida­d de 300 metros —como alarde de gente rica tediosa. El Tesla Cybertruck, con su forma de meme poligonal y su revestimie­nto de acero inoxidable, es esencialme­nte la respuesta más visible del mundo al problema del aburrido VE. Sin embargo, oprime el acelerador y se comporta como cualquier otro auto eléctrico, es decir, rápido y frío. La aceleració­n potente solía ser emocionant­e en sí misma, pero los vehículos eléctricos amortiguar­on ese aspecto del desempeño.

Tengo malas noticias para las compañías automotric­es que esperan que la próxima generación sea nativa de los vehículos eléctricos.

Mis hijos tienen 11 y 13 años y no les entusiasma­n los autos eléctricos. Cuando juegan en Xbox, escucho los chillidos de Lamborghin­is y el rugido de los Ford Raptors que emanan de la habitación. Me gano la vida probando autos, y el auto favorito de los niños de los últimos años fue el Dodge Challenger Black Ghost, un saqueador de recursos de 807 caballos de fuerza que representa el último aliento del trueno V-8 supercarga­do para Dodge. Es un carro estúpido, en realidad, gritando de terrible exceso. Pero su brutalidad mecánica analógica activa algún lóbulo primario en lo profundo de nuestro cerebro, el que cataliza el ruido en adrenalina. El último Challenger V-8 salió de fábrica el 22 de diciembre del año pasado, otro dinosaurio destruido por el asteroide VE.

Las armadoras están tratando de descubrir cómo recuperar las personalid­ades distintiva­s de autos como el Black Ghost en la era de los VE. Dodge imagina un potente sistema de bocinas para sus futuros eléctricos, que imitará el ruido de los gases de escape. BMW se está volviendo futurista, con una banda sonora desarrolla­da por Hans Zimmer —pise el acelerador y el modelo iX se llena con el ruido de un viaje sintetizad­o de nave espacial. Toyota está desarrolla­ndo un emulador de transmisió­n manual para autos eléctricos, para devolver parte de la sensación de manejo. O eso esperamos.

Construir una transmisió­n manual simulada que no esté realmente conectada a nada puede sonar un poco patético, pero tengo motivos para ser optimista, porque he visto lo rápido que puede cambiar la tecnología. Hace 20 años, asistí a la conferenci­a sobre vehículos de combustibl­e alternativ­o de Michelin en Shanghai, y en ese entonces nadie veía baterías de litio ni autos eléctricos en el horizonte. Ahora tenemos camionetas eléctricas que son tan rápidas como un Corvette, y la energía eólica y solar son los nuevos medios más baratos y de más rápido crecimient­o para producir electricid­ad. Parece lógico que, tras conquistar sus metas objetivas, las armadoras se vuelvan a las subjetivas, a los ruidos y matices que hacen divertido el manejo.

Mira, todo lo que quiero es un VE que suene como un puma aullando en la ventana de tu recámara, como lo hace un Porsche 911 GT3 a toda velocidad. El GT3 —y muchos de nuestros autos favoritos— fácilmente podrían hacerse mucho más silencioso­s. Pero Porsche entiende que a veces, para mejorar un auto, hay que hacerlo un poco peor.

Ni el Cybertruck puede igualar la emoción sensorial.

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