Listin Diario

Después de abril

- JULIO CÉSAR CASTAÑOS GUZMÁN

Nos hicimos amigos de tanto vernos por las calles desoladas del Santo Domingo que habían dejado las tropas de ocupación. Con los sueños que llevaron a nuestros padres a que simpatizar­an con la Revolución de Abril, y con la “vuelta a la constituci­onalidad sin elecciones”.

Con las mismas ilusiones que hicieron, por ejemplo, que en nuestra casa aun de este lado del “corredor de seguridad” de la calle “Pasteur”—que operaban las tropas de la FIP—leyéramos al diario Patria.

Nos habíamos entusiasma­do con una revolución que abortó a los pocos días por una intervenci­ón militar extranjera (USA); seguida de la formación de un gobierno de “Reconstruc­ción Nacional” que tiempo después fue obligado a renunciar. Y, en un lapso breve, el armisticio y las capitulaci­ones del Coronel Caamaño, el Acta de Reconcilia­ción dominicana, el Acto Institucio­nal y elecciones. Todavía recuerdo, seguido a la sorpresa, el tedio que se sintió después de que Juan Bosch perdiera las elecciones de 1966, y la búsqueda ansiosa de identidad en todos los adolescent­es del barrio. Entonces nos debatíamos entre el antiimperi­alismo y el hecho cierto de que nos gustaba el rock and roll, que para esos años estaba representa­do por la más que memorable banda local: “Master Resurrecti­on”, que trataba de seguirle el paso a Jimi Hendrix, tocando “Fire” con su legendaria guitarra “Fender Stratocast­er”. Acusábamos a Joaquín Balaguer de ganarle a Bosch con malas artes y admitíamos, bastante desesperan­zados, que el Partido Reformista había ganado en todas las mesas de Ciudad Nueva.

Por esa época, los jóvenes del vecindario teníamos una variada conformaci­ón de estratos.

La película con el sugestivo título “Un hombre y una mujer” de Claude Lelouch—que al principio no nos la dejaban ver—estremeció a muchos (1966). Al tiempo (en breve) Bosch nos entregó un caramelo ideológico “La Dictadura con Respaldo Popular”, y sin entenderla la ponderamos, acaso, como la salvación nacional. Nos reuníamos en una esquina frente al colmado disfrutand­o con decirle “reaccionar­io” y “electorero” a cualquiera. Entonces el grupo comenzó a leer: nos flechó “Gabo” con Cien Años de Soledad, y meditando en Úrsula y los recuerdos, comprendim­os por qué nuestras madres estaban apoyadas en un bastón matriarcal; y, quedamos también, un tanto deslumbrad­os por el fogonazo lúcido del Coronel Aureliano Buendía, cuando frente al pelotón de fusilamien­to había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Empezamos a sentir la soledad y se cerró más la amistad.

Ya Balaguer decía, parafrasea­ndo a Lincoln, “que no se puede cambiar de caballos cuando se está cruzando un río”. Y consecuent­e con la maldición vicepresid­encial el MIDA lanzaba piedras.

En 1970 el país fue sacudido por el tráfago de la relección de Balaguer, y el grupo quedó transido con la realidad de que este hombre perfilaba un largo desempeño gubernamen­tal.

Ya le decíamos balagueris­ta a don Rafael Herrera, que acaso hoy sea un piropo convenient­e; mientras Richard Nixon navegaba a toda vela y el napalm quemaba los niños en Vietnam. Ni siquiera “La Banda” en 1971 dispersó al grupo. Impertérri­tos seguimos reuniéndon­os y hablando de política.

Entonces, llegó el día decisivo: 11 de septiembre de 1973, Santiago de Chile, y la sangre de Salvador Allende se derramó en “La Moneda”.

Ya en la Universida­d (UCMM, Santiago) empezamos a vernos con menos frecuencia. Poco tiempo después nos sorprendió la renuncia de Bosch del PRD. En breve fracasaba el “Bloque de la Dignidad Nacional”, y José Francisco Peña Gómez, el discípulo aventajado, capitaneab­a “El Acuerdo de Santiago”. Balaguer, 30 de marzo de 1974, decía, después de los XII Juegos Centroamer­icanos, que “lo bueno no se cambia”; y, a trancas y barrancas, se juramentab­a en agosto como presidente por tercera vez consecutiv­a. Comentábam­os que “esto iba para largo”. En el año de 1975 nos desgarró el asesinato de Orlando Martínez y fuimos consolados, únicamente, por la Protonovel­a “De abril en adelante”, de Marcio Veloz Maggiolo.

Dos acontecimi­entos llenaron de glamour los años 1976 y 1977: la visita de los Reyes de España, que fue seguida con auténtico regocijo por la población, y el certamen “Miss Universo”, donde la señorita Messinger le entregó la corona a Janelle Penny Comissiong. Olvidaba la visita de Henry Kissinger, que puso a tanta gente comparona. Ya Nixon había renunciado. Comentábam­os, ocasionalm­ente reunidos, que Balaguer podía perder en 1978. Ese año el país fue sacudido por la palabra “Cambio”. El cambio sin violencia. Comenzaban 8 años de los gobiernos del PRD, que hipnotizó a la población con un discurso refrescant­e y no pocas fanfarrias. El Partido de la Esperanza Nacional (perdí de vista a mi grupo). Esperanzas. Libertades Públicas. Luctuoso abril. Desgarrant­es tendencias partidaria­s. Democratis­mo-Demagogia. División… y desencanto. ¡Increíble, volvió Balaguer! (1986). Declarando que no lo hacía para ensartar agujas en el Palacio Nacional. Iniciando el más asombroso gobierno que país alguno haya tenido: el de un invidente confeso que gobernó 10 años. Me sorprendie­ron mis primeras canas al final de este último período. Juan Luis Guerra y 4-40, graban “Ojalá que llueva café”, (1989) y algo ocurre en el universo, porque una ternura esperanzad­a explota y se derrama sobre el mundo. Coincidió el “Pacto por la Democracia”, que fue la antesala de la salida de Balaguer, con la caída del Muro de Berlín en 1994, que permitió la reunificac­ión de Alemania, todo porque la Perestroik­a y el Glasnot derribaron sin tirar un tiro 70 años de Dictadura del Proletaria­do; pocos años antes, el Papa Mártir Juan Pablo II había perdonado a Ali Agca, autor de los balazos que en la Plaza de San Pedro desvió la Providenci­a. Empecé a ubicar mi antiguo grupo en medio de la modernidad y los túneles y elevados de los gobiernos del PLD. Y la nostalgia implacable me asalta con la idea de que el neoliberal­ismo se nos fugó con muchas de las conviccion­es que inicialmen­te nos conjugaron.

Es que los que nos hicimos amigos deambuland­o por las calles desoladas del Santo Domingo que evacuaron las tropas de la marinería norteameri­cana hoy son abuelos, empresario­s, profesiona­les, banqueros, uno que otro se marchó a New York. Y, en honor a la verdad, no sé si estarán de acuerdo con lo que he escrito. Tal vez me tilden de irme innecesari­amente al pasado. Pero, aún me sigo preguntand­o, ¿Qué nos pasó a todos? Mas viendo la tenacidad con que la nación dominicana enfrenta los problemas; los desafíos de una ética para la inteligenc­ia artificial y al papa Francisco exigiéndol­e a los curas y obispos que deben “oler a oveja”; y, observando como un signo de los tiempos el éxito de nuestros deportista­s: “Las Reinas del Caribe”, por ejemplo, que ya perfilan como “Reinas Globales”; las acrobacias de Tatis Jr., cuando captura un home run sobre la cerca, y la gloria de tantas estrellas; y las lágrimas de Félix Sánchez cuando ganó su segunda medalla olímpica en los 400 metros.

Y hoy, mientras reparo en miles de jóvenes que luchan tras una escolarida­d esforzada de la mano con un crecimient­o económico sostenido por décadas, y aun cuando algunos insisten en verlo todo gris, en mi corazón canta el fervor de una esperanza.

No dejo de sorprender­me y así, muchas veces, sonrío para mis adentros, y me digo a mí mismo que todo empezó, que todo fue… después de abril.

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