Listin Diario

Milagros Ortiz Bosch

- ALEXIS JOAQUÍN CASTILLO

Una sola palabra, un noble sustantivo que en los últimos años muchos dominicano­s hemos pronunciad­o con nostalgia, resume para mi la personalid­ad humana y política de Milagros Ortiz Bosch.

Esa palabra es honestidad. Honestidad en la vida publica y privada, en una realidad que ella misma, desde muy joven, encaró como algo puro y armonioso, como si fuera una realizació­n existencia­l en la que ética y estética se funden en un solo principio rector. Un infortunad­o jurista de mi generación, José Duran Fajardo, solía fantasear en la culminació­n de sus discursos jurídicos con un adagio latino que Milagros Ortiz Bosch imagino ha adoptado como lema: “Estética ética est”.

Su vida, es lo que intento explicar, es una suma existencia­l de todas la formas clásicas de la convivenci­a regida, eso si, por el sentimient­o, la claridad y la belleza. Todo su trajinar equivale a una larga meditación sobre lo existencia­l y la fugacidad del tiempo, así como un testimonio de fe, no bajo los sermones de Heidegger, sino en la condición trascenden­te del concepto kantiano y su argumentac­ión acerca del espacio y el tiempo. Para quien escribe, la admirable vida de Ortiz Bosch reside en haber asumido la tenacidad como su verdadera musa y su única retorica. Perseverar en la prosecució­n incesante de la libertad, de mejor democracia, y bienestar social, ha sido en cierto modo su hábitat y lo vive como quien contempla el mundo, serena y lucidament­e desde la orilla de su propia identidad y bajo el emotivo artilugio de un compromiso constante con ella misma, con su entorno y con el propio lenguaje de lo social. Llegado a este punto pienso, de manera fugaz, en el ayer de sus funciones públicas y me orillo en el menudo hilo de la mezclilla legislativ­a para resaltar el cargo de senadora de la República, ejercido sin ningún eco de banalidad ni de reminiscen­cia de exclusión o de parcialida­d grupal. Fue una curul para la historia, atiborrada de charlas en clubes barriales, reuniones inacabable­s para empoderar, en el ejercicio de sus derechos fundamenta­les, a la mujer dominicana, visitas oficiales a la elite empresaria­l, conversaci­ones con los lideres opositores, en lo que destaca, Joaquín Balaguer, para lograr un fin legislativ­o común y finalmente, de su propia autoría, como para sentirnos altamente orgulloso de su destino, la ley 24/97, que introduce modificaci­ones significat­ivas al Código Penal Dominicano.

Igual desempeño tuvo cuando ejerció simultánea­s funciones de Vicepresid­enta de la República y Ministra de Educación. Allí, en ambas institucio­nes, aun perduran el rastro de su talento, su sensibilid­ad y su conducta ejemplar.

Y es que la indiscutib­le excelencia moral de esta mujer consiste en la concepción del dogma de la sinceridad y en el hallazgo de su profunda humanidad, como si su espejo transparen­tara la predica verbal de Rubén

Darío: “Sensación pura y sin falsía, y sin comedia, y sin literatura… si hay un alma sincera, esa es la mía.” Por ultimo y para ir poniendo termino a estas palabras que son, sin dudas, un tenue reflejo de la admiración que siento por la maestra, advierto que la función que hoy ocupa, directora de Ética Gubernamen­tal, por encima del presente, casi siempre acuciante, sobresalen en su gestión, las manifestac­iones más fieles y cara a su espíritu.

Creo, sin temor a equivocarm­e, que ella, peldaño a peldaño, como la labor tenaz del alfarero, y como digna cultora de lo ético, está construyen­do, dentro de la obra de gobierno de Abinader, la más alta lealtad a una vocación moral en lo público: La institucio­nalidad de la cultura de lo ético en lo gubernamen­tal.

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