COMPARTIR, el arte que se aprende
Tengo una muñequita de casi dos años que tiene esos famosos “terribles dos” desde que nació prácticamente y gracias a ello he podido ver, poco a poco, cómo se va haciendo consciente del mundo y sus “reglas”, palabra que sitúo entre comillas porque, al final del día, todo es subjetivo y aferrado a la cultura de cada quien. Ahora tiene el no incrustado en su boquita de piñón y el “mío” adueñándose de cada objeto y persona a su alrededor pues es solo decirle “Eso es mío” con la intención de molestarla levemente y se revuelve a doscientas revoluciones por segundo dando alaridos de “no, mamá, ¡mío!”. Buscando en varias páginas de maternidad que sigo, encontré casualmente uno de la autora Heather Shumaker, en su blog Starlighting Mama, que habla sobre el compartir y cómo nuestras criaturitas, ajenas a las normas de etiqueta y protocolo, el decoro o el simple sentimiento de bondad, entienden más bien
poquito. Explica que al obligar a un niño a compartir sus juguetes justo cuando los está usando, es una orden impuesta y se sienten tristes y abrumados porque aún no han terminado con dicho juguete y, por consiguiente, no están listos para prestarlo, relacionando así que compartir se siente mal y es una obligación más que un deseo.
Inteligentemente, para hacernos entender a todos los adultos a qué se refiere, Shumaker pone el ejemplo con nosotros mismos. Imaginando que estamos usando nuestro teléfono celular y alguien se nos acerca para hacer una llamada, nos ofenderíamos, ¿cierto? Pues lo mismo un niño y más aún que no controlan o conocen ni un tercio de las emociones humanas, por lo que se vuelven un ocho cuando interrumpimos su línea del pensamiento. En nuestro caso cederíamos el teléfono una vez hayamos terminado de usarlo para que la otra persona pueda utilizarlo. Regresando a mi punto favorito que es el ejemplo, es propio decir que como en tantas otras ocasiones, nuestros hijos aprenden según nuestro comportamiento. La antigua frase de “haz lo que digo y no lo que hago” es un enigma tan imposible como desconcertante para la mente de un infante pues estos absorben cada emoción y conducta que ven en las personas con las que más tiempo pasan: familia y educadores. Para fomentar una actitud positiva hacia el mundo y la sociedad en la que se desarrolla, es importante mostrarle con acciones cómo se debe comportar una persona de bien. Buscar valores que podemos considerar tan perdidos como la confianza, la seguridad en sí mismo, el respeto, la asertividad o la misma bondad hacia los demás.
Así como motivarle a jugar con otros niños, compartir con personas de su misma edad y respetar el espacio y turno de cada uno al jugar. Evitar compararle con otros niños como ejemplo y reproche hacia su comportamiento pues causa el efecto contrario al que buscamos. Los niños, y más los menores de 4 años, tienen literalmente un mundo que aprender sobre cómo comportarse y expresarse dentro de la sociedad. Para lograr una correcta inserción en la misma, deben saber controlar sus emociones y ser conscientes de las personas y ambiente a su alrededor para crear así una desenvoltura natural que les ayude a defenderse en cualquier situación de su camino.
Tenemos el deber y la bendición de criar y enseñar lo mejor del mundo y cómo ayudar y solucionar lo peor a las próximas generaciones, primero empezando por uno mismo y después con todo el amor y
paciencia con el fin de heredar personas firmes y de bien.
Ser padre es, y siempre será, el trabajo más arduo y gratificante sobre la faz de
la tierra.