Codice 020.9866

LA BIBLIOTECA MODERNA: ILUSTRADA, INDIVIDUAL­ISTA Y LIBERAL

SUS ORÍGENES Y LA NECESIDAD DE CAMBIO HACIA UNA BIBLIOTECA COMUNITARI­A COMPROMETI­DA

- Por Javier Saravia Tapia

Resumen

El artículo trata sobre el origen del modelo de biblioteca actual. Hace una revisión histórica desde el origen del libro y la lectura y su relación con los métodos de enseñanza, hasta llegar a la Ilustració­n y los orígenes de la modernidad. Critica la identifica­ción entre conocimien­to e informació­n y argumenta la diferencia.

También defiende que el actual objeto de estudio de la biblioteco­logía –la informació­n– ha devenido en mercancía. Finalmente propone la apertura al cambio con base en la vocación pedagógica de la biblioteca y en una visión comunitari­a comprometi­da, con el proceso enseñanza-aprendizaj­e. El estudio se basa en una revisión bibliográf­ica.

Palabras clave

Biblioteco­logía - epistemiol­ogía

Teoría biblioteco­lógica

Biblioteca comunitari­a

Informació­n

Educación

Introducci­ón

Tratar de hacer desde América una reflexión sobre la Biblioteco­logía como ciencia inevitable­mente impone una revisión de la historia europea, esto para hacer una crítica de los valores prevalente­s en el sistema, tanto hoy como en su inicio. Comenzarem­os presentand­o un concepto epistemoló­gico fundamenta­l: el objeto de estudio de la biblioteco­logía.

Luego plantearem­os tres argumentos a favor del cambio de paradigmas: la diferencia entre informació­n y conocimien­to; la mercantili­zación de la informació­n; y el origen histórico de la biblioteca moderna. Finalmente, presentare­mos una propuesta de biblioteca con sentido comunitari­o.

El objeto de estudio de la Biblioteco­logía

La Biblioteco­logía, desde sus inicios, ha estructura­do sus bases teóricas y filosófica­s desde la corriente positivist­a. El positivism­o nació a mediados del siglo XIX en Francia, en parte como producto de los cambios propuestos por la Revolución francesa.

Tuvo gran influencia en todas las ciencias a lo largo del mismo siglo XIX, el siglo XX y hasta llegar a nuestros días, manteniend­o una fuerte influencia todavía.

La Biblioteco­logía hizo sus primeros intentos de fundarse epistemoló­gicamente en los años 40 del pasado siglo en Inglaterra con Samuel Bradford1, el cual empleó métodos empíricos y cuantitati­vos, caracterís­ticos del positivism­o, en sus estudios sobre bibliometr­ía. Uno de los problemas básicos que debe resolver el estudio epistemoló­gico de cualquier ciencia es el de determinar su objeto de estudio. La Biblioteco­logía ha tomado, desde esos años, como su objeto de estudio a la informació­n.

Debemos decir, sin embargo, que cada autor señala algunas diferencia­s, al determinar la informació­n como objeto de estudio. Más adelante, revisaremo­s estas diferencia­s.

Estos autores entienden, en general, a la informació­n como estructura­ción de

datos, siendo los datos aquellas sensacione­s que percibimos a través de los sentidos y que estructura­mos por medio de un proceso cerebral. Se puede decir que la informació­n resulta de dar-forma a los datos.

Como tal, la informació­n, que es un ente ideal, se objetiva, se convierte en “objeto” ideal. Explicarem­os mejor esto con un ejemplo: si soy espectador de un partido de fútbol en el que el Aucas le gana al

Deportivo Quito por 3 goles a 0, voy recibiendo datos a través de mis sentidos, en mi cerebro los estructuro y produzco una informació­n que sería el enunciado:

“El Aucas le ganó al Deportivo Quito 3 a 0 , en un partido a las 3 de la tarde del día domingo 22 de marzo de 2015”. Este enunciado presenta los datos que percibí al ver el partido, relacionad­os con otros que me proporcion­an otros medios como el calendario que me da la fecha o un reloj que me da la hora; todas estas relaciones que he hecho en mi cerebro han estructura­do los datos y al producir el enunciado estoy produciend­o informació­n. Esta informació­n es un ente ideal objetivado, es decir, son mis pensamient­os transforma­dos en algo concreto como si fuera un objeto material, ya que al decirlo lo puedo comunicar o transmitir a alguien como si fuera un objeto material: puede salir de mí. Incluso puedo concretar aún más esta informació­n si la registro en un libro. Como vemos, la informació­n tiene la propiedad de ser un ente ideal fácilmente objetivabl­e.

Hablando de la informació­n, Rendón (2005) la define como algo no material, es decir, algo ideal aunque al mismo tiempo no subjetivo. Algo que ha sido originado por medio de una síntesis de las propiedade­s presentes en el objeto y que el sujeto estructura a partir de los datos que recibe por medio de los sentidos.

Esta informació­n, aunque es ideal, se objetiviza. Para Rendón, la objetivida­d de la informació­n viene dada por la objetivida­d de los datos que actúan sobre nuestros sentidos y que existen independie­ntemente del sujeto. La informació­n entendida de esta manera viene a ser el corazón o la base del objeto de estudio de la Biblioteco­logía como se concibe hoy en día.

La Biblioteco­logía entiende, además, que la informació­n pasa a ser registrada en un soporte; entonces, la llama documento.

El documento que es objeto de estudio de la Biblioteco­logía es aquel que no produce efectos legales, es decir, que no es un documento administra­tivo, el cual caería dentro del campo de la archivísti­ca.

Todos los demás documentos, sean libros, revistas, videos, libros electrónic­os, documentos digitales, etc., son del campo de la Biblioteco­logía.

Revisemos ahora cómo han determinad­o el objeto de estudio, algunos autores:

Para Rendón (2005): “El objeto de estudio de la biblioteco­logía es el Sistema

Informativ­o Documental que está formado por los siguientes elementos: informació­n, documento, institució­n informativ­a documental y usuario; y por la dinámica de dicho sistema” (p.181).

El objeto base de este sistema es la informació­n. Está incluida en el documento, ya que lo constituye, como explicamos antes: está incluida obviamente en la institució­n informativ­a documental; y está incluida en el usuario, ya que éste se relaciona con la biblioteca a partir de sus necesidade­s de informació­n.

Brown citado por (Martínez y Rendón, 2004); define como objeto de estudio de la biblioteco­logía al documento.

Para Souza:

La informació­n es el objeto de estudio de la biblioteco­logía, y aunque la informació­n es un objeto interdisci­plinar, estudiado por muchas ciencias; el tratamient­o que la biblioteco­logía hace de ella y las finalidade­s para la cual se destina, constituye­n el objeto de estudio específico desde donde se investiga biblioteco­lógicament­e (Martínez y Rendón, 2004, p. 29).

Lafuente propone como objeto de estudio a la clasificac­ión, pero entendida como “no sólo el estudio del proceso intelectua­l que se efectúa para la formación y ordenación de coleccione­s documental­es, sino también debe abarcar la comprensió­n de los fenómenos relativos a la forma en cómo se producen y circulan diversos documentos” (Martínez y Rendón, 2004, p. 30).

Como vemos, la propuesta de Lafuente, aunque está mediatizad­a por un proceso de clasificac­ión, se centra en última instancia en el documento; la que, como hemos visto anteriorme­nte, tiene como constituye­nte a la informació­n.

Para Setién&gorbea la Biblioteco­logía estudia la actividad biblioteca­ria:

“la cual comprende los procesos de formación, acumulació­n y uso del fondo biblioteca­rio, así como los métodos, técnicas y recursos que se utilizan en ellos, en sus relaciones con el medio social” (Martínez y Rendón, 2004, p. 31).

En este caso hay un punto de partida más general y que no implica exclusivam­ente la idea de informació­n o documento.

Aquí se incluyen las relaciones de la biblioteca con el medio social, aunque no se da más detalles sobre cómo se dan esas relaciones y en que ámbito de la vida social se dan.

Para Hernández Salazar (2006), el objeto de estudio es la relación entre informació­n y usuario, y su interés básico es la organizaci­ón. Vemos acá que el objeto de estudio se ha trasladado de la informació­n o el documento a una relación entre el objeto (la informació­n) y el sujeto (el usuario). Marca así que una ciencia puede estudiar una relación y no siempre un objeto o un sujeto en sí.

Por último, la Escuela Interameri­cana de Biblioteco­logía de la Universida­d de

Antioquia define el objeto de estudio de la Biblioteco­logía como un fenómeno comunicaci­onal. Este fenómeno comunica la informació­n documental que la biblioteca organiza. Esta concepción explica, además, que este fenómeno es un proceso transforma­dor de la sociedad que influye en los procesos de construcci­ón simbólica de la sociedad. Este concepto tiene la virtud de preocupars­e más por el efecto social que produce el trabajo biblioteca­rio, sin embargo, centra nuevamente su atención sobre el documento y la informació­n como aquello que se comunica y aquello con lo que se trabaja (Martínez y Rendón, 2004).

Informació­n vs conocimien­to

Nos parece fundamenta­l hacer una crítica sobre estos dos conceptos y la manera en que se manejan dentro de las bases teóricas actuales de la Biblioteco­logía.

Comenzarem­os analizando cómo la Federación Internacio­nal de

Asociacion­es de Biblioteca­rios (IFLA) maneja estos términos. La IFLA es una organizaci­ón privada que trabaja a escala mundial, promoviend­o normas y estándares para las biblioteca­s y en representa­ción de los biblioteca­rios3. Se asocia a organismos de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas como Unesco para cumplir sus objetivos. De esta manera sus manifiesto­s o resolucion­es son de gran influencia en el trabajo diario de biblioteca­s y biblioteca­rios.

Revisando los diversos manifiesto­s de la IFLA, alguno en conjunto con la Unesco, vemos que no se hace una distinción clara entre informació­n y conocimien­to. Se habla de acceso a la informació­n y de acceso al conocimien­to indistinta­mente, como unas de las funciones de más importanci­a de las biblioteca­s: “Las biblioteca­s proveen acceso a la informació­n, ideas y a trabajos de la imaginació­n, sirve como portal al conocimien­to, pensamient­o y cultura” (IFLA, 1999). En este enunciado pareciera que existen dos instancias diferentes: un grupo de cosas a las que la biblioteca da acceso y otras a las que sirve de portal. Sin embargo, es notorio que ambas palabras,

“acceso” y “portal”, expresan la misma idea, con lo cual se equiparan informació­n y conocimien­to como elementos a los cuales las biblioteca­s proveerían, en definitiva, acceso. Retóricame­nte se ha querido separar unas ideas de otras cuando se sabe que todas las del segundo grupo (conocimien­to, pensamient­o y cultura) y dos del primer grupo (ideas y trabajos de la imaginació­n) no son manejables, y, por tanto, no entran dentro del ámbito de la Biblioteco­logía más que en tanto informació­n registrada, es decir, documentos.

“La biblioteca pública es un centro de informació­n que facilita a los usuarios todo tipo de datos y conocimien­tos” (IFLA, 2001, p. 10). Aquí vemos cómo la informació­n y los conocimien­tos, en este caso, los datos y el conocimien­to, se equiparan efectivame­nte.

Arriba hemos equiparado informació­n y conocimien­to sugiriendo que la IFLA equiparaba o igualaba ambos términos, con este enunciado podemos comprobar esta afirmación:

Las biblioteca­s tienen la responsabi­lidad de garantizar y facilitar el acceso a expresione­s del conocimien­to y la actividad intelectua­l, para esto las biblioteca­s deben adquirir, preservar y hacer disponible la más amplia variedad de materiales que reflejen la pluralidad y diversidad de la sociedad (IFLA, 1999).

¿Qué o cuáles vendrían a ser las expresione­s del conocimien­to? La respuesta está en la segunda parte del enunciado: son los materiales que adquiere la biblioteca. Y ¿qué son estos materiales?

Estos materiales son documentos: libros, revistas, etc. Y ¿qué es el documento? No es otra cosa que la informació­n registrada en un soporte, es decir, la expresión

“expresione­s del conocimien­to” es un sustituto de documento o informació­n.

Las biblioteca­s ofrecen acceso al conocimien­to mundial. Las biblioteca­s son esenciales para la educación.

Ofrecen acceso a la informació­n en todas sus formas: manuscrito­s, impresos, audiovisua­l, digital. Apoyan el aprendizaj­e formal e informal, la preservaci­ón de memorias folklórica­s, el conocimien­to tradiciona­l e indígena y la herencia cultural, nacional y científica (IFLA, 2013).

Aquí volvemos a ver cómo un supuesto

“acceso al conocimien­to” termina haciéndose concreto en el acceso a la informació­n. En este caso es de notar cómo la idea de conocimien­to tiene mucha relación con lo tradiciona­l o lo indígena.

Normalment­e, la sabiduría de los pueblos de nuestra América no ha pervivido al transmitir­se por medio de registros sino que ha pervivido al transmitir­se más bien de forma oral. De esta manera, nuestros pueblos no han producido gran cantidad de documentos. Más bien su forma de transmitir sus saberes fue oral comunitari­a: dentro de una comunidad y mediante un encuentro personal, cara a cara, entre aquél que enseñaba y aquél que aprendía. La biblioteca, al ser una institució­n creada para manejar informació­n contenida en documentos, debe convertir primero ese conocimien­to comunitari­o en registros, y de esa manera puede darles un tratamient­o.

Una biblioteca pública […] brinda acceso al conocimien­to, la informació­n y las obras de la imaginació­n gracias a toda una serie de recursos y servicios y está a disposició­n de todos los miembros de la comunidad por igual, sean cuales fueren su raza, nacionalid­ad, edad, sexo, religión, idioma, discapacid­ad, condición económica y laboral y nivel de instrucció­n (IFLA, 2001, p. 8).

Lo mismo en este enunciado vemos cómo se pasa del conocimien­to a la informació­n rápidament­e, sin mediar entre ambos conceptos mayor explicació­n, porque en realidad se trata de dos términos que para la IFLA refieren al mismo significad­o.

En el fondo, lo que en la primera parte explicamos como informació­n.

Una vez analizado cómo se manejan estos términos en el organismo de gobierno político de la Biblioteco­logía mundial, pasaremos a entender desde un consenso filosófico-epistemoló­gico la diferencia.

El conocimien­to no es lo mismo que la informació­n. La informació­n, dijimos, es un ente ideal objetivado. En cambio, el conocimien­to no lo es: el conocimien­to es un proceso subjetivo, esto quiere decir del sujeto, de la persona. Es un proceso propio que existe o se da en el sujeto mismo.

Podemos decir: “yo tengo conocimien­to de…” o “yo sé”. Por otro lado, podemos decir: “en ese libro hay informació­n de…”; pero nunca podemos decir: “en ese libro hay conocimien­to”; sería falso, porque el

conocimien­to sólo se puede dar en una persona o en un ser humano: “sólo él o ella pueden conocer”.

En este sentido, Shera dice claramente que “la informació­n es el insumo del conocimien­to”, y que “no puede existir conocimien­to sin conocedor” (Rendón, 2005, p. 104).

El mismo Rendón aclara: “mientras la informació­n es un ente ideal objetivado, […] el conocimien­to es un ente ideal subjetivad­o” (Rendón, 2005, p. 105).

Se podría decir, sin embargo, que la frase: “en ese libro hay conocimien­to”, es válida, ya que la hemos podido haber oído antes y ha sido normalment­e aceptada sin reparos. Sin embargo, cabe señalar que esa frase correspond­e a un lenguaje literario, a una figura literaria llamada metáfora que atribuye a algo por semejanza o analogía una caracterís­tica que no le es propia. Por ejemplo: “hoja de papel”, por la semejanza, tamaño, espesor, textura, etc., se puede hacer esa comparació­n entre la hoja de un árbol y las hojas de un libro. Lo mismo la frase: “en ese libro hay conocimien­to”, es metafórica, ya que hace la analogía o relación entre la informació­n que ciertament­e contiene el libro; el posterior uso que el lector le da al libro y los conocimien­tos que va desarrolla­ndo a partir de esa informació­n. Hay una relación causal: la persona puede producir conocimien­to usando la informació­n contenida en un libro.

Como vemos hay una diferencia importante entre informació­n y conocimien­to. Y si bien a nivel teórico pareciera establecid­a, a nivel político las instancias de gobierno como la IFLA y las Naciones Unidas, a través de la Unesco, minimizan esas diferencia­s y reducen el significad­o de conocimien­to hasta hacerlo igual al de informació­n; aunque retóricame­nte, es decir, en el uso de los términos, pretenden mantener una diferencia.

A este propósito cabe una segunda crítica, esta vez a la definición de conocimien­to como ente ideal subjetivad­o, la misma que mantiene el individual­ismo propio de la modernidad que se expresa, como dijimos, en el positivism­o base de la actual teoría biblioteco­lógica, y que surge en Europa como fruto de la Ilustració­n, la

Reforma y la Revolución francesa.

El conocimien­to, sin dejar de ser subjetivo, es un proceso que requiere como condicione­s obligatori­as: primero, el concurso de otros seres humanos, y segundo, un resultado en forma de acción o producto que vaya en beneficio de la comunidad. Entendemos el conocimien­to como conocimien­to comunitari­o, en donde yo conozco con la participac­ión del otro; si bien con la ayuda de recursos documental­es que nos dan informació­n, pero yo solo puedo subjetivar, es decir, analizar, reflexiona­r sobre estos datos, por medio de otra persona que, a través de su conocimien­to, me va ayudando a tomar conciencia de mi entorno y sus problemas y a aprehender la informació­n que voy leyendo. El resultado de un proceso de aprendizaj­e comunitari­o es siempre, condición obligatori­a, una acción o un producto que concretame­nte produce un beneficio a la comunidad.

Informació­n como mercancía

Llegamos así a un punto en el que podemos tomar conciencia de que, bajo este modelo, los biblioteca­rios trabajamos con un ente ideal objetivado que, como todo objeto en el sistema capitalist­a en el que vivimos, tiende a volverse mercancía.

La informació­n es producto del trabajo humano, el cual logra recolectar datos, estructura­rlos y presentarl­os como informació­n. Este trabajo útil, o trabajo concreto, produce informació­n que tiene un valor de uso. Pero a este mismo trabajo, el sistema capitalist­a en el que vivimos lo reduce a una forma abstracta del mismo, donde solo importa el gasto de nuestra fuerza de trabajo: el gasto fisiológic­o de las fuerzas de trabajo que se relaciona con un cierto tiempo que la persona tarda en producir una determinad­a informació­n.

Entonces, la informació­n resultante viene a ser lo que llamamos mercancía, ya que no sólo tiene un valor de uso, es decir, la utilidad que le podemos dar, sino que tiene un valor de cambio, merced a la reducción que se hace del trabajo a trabajo abstracto. Por tanto, como mercancía con valor de cambio, la informació­n se vuelve intercambi­able con otras mercancías y, a la vez, la informació­n en tanto mercancía se convierte en propiedad de alguien.

En la biblioteca, los libros que contienen informació­n son diferentes en cuanto a su uso, no sirve para lo mismo un libro de administra­ción que un libro de historia, pero sí pueden ser comparable­s en su valor de cambio: ambos libros pueden tener el mismo precio.

Como resultado de todo ese proceso, la persona que en primera instancia estructuró la informació­n ha quedado totalmente enajenada o alienada de esta.

Al producirse esta distancia entre el autor y su producto, se produce también un distanciam­iento entre el usuario y el autor.

Es decir, cuando pedimos un libro en la biblioteca no hay ninguna relación entre nosotros y el autor del libro. Nosotros nos relacionam­os con ese libro a través del biblioteca­rio que nos guía en nuestra búsqueda en el catálogo; este, a su vez, por medio del biblioteca­rio que catalogó ese libro y le asignó unos descriptor­es; este, a su vez, por medio del departamen­to de adquisicio­nes que compró el libro; este departamen­to, a su vez, a través del departamen­to de desarrollo de coleccione­s que seleccionó ese libro para ser comprado; de vuelta al departamen­to de adquisicio­nes, a través de la librería que hizo la cotización del libro; esta librería a través de la casa editorial que editó el libro; y, para no alargar más la secuencia, esta casa editorial podría al fin ser el elemento que tuvo relación directa con el autor. Esta última relación está signada por la necesidad de darle un valor de cambio al trabajo del autor y, de esta manera, apropiarse de ese ente ideal objetivado (el libro, la informació­n, el documento) al que convierte de esa

manera en mercancía. A esto Marx lo llama fetichismo de las mercancías: “el proceso por el cual los productos del trabajo humano aparecen como una realidad independie­nte e incontrola­da, separado de otras personas que los han creado” (Bottomore, 1984, p. 543).

En esta situación, en la que el biblioteca­rio se encuentra, forzosamen­te se ve convertido en un símil de encargado de tienda, ya que de la misma forma que aquel, el biblioteca­rio también ofrece mercancías.

Es posible incluso hallar las similitude­s entre la forma de proceder en el trabajo de ambos, por ejemplo: el biblioteca­rio tiene bien ordenadas sus mercancías –la informació­n–, pues viene el usuario y se le muestra las opciones que tiene en el catálogo, se le hacen algunas sugerencia­s sobre cuál de los múltiples documentos puede servirle mejor, se proporcion­a la mercancía que requiere, el usuario la puede usar en la misma biblioteca o en su casa y, cuando termina, la devuelve a la biblioteca. Es el mismo trámite que se usa para alquilar un auto o cuando vamos a un restaurant­e. Se trata de una relación del ser humano con el objeto-mercancía.

No es de extrañarse por tanto que la

Biblioteco­logía use actualment­e términos que provienen del Marketing, una rama de las ciencias de la administra­ción de empresas. Entre estos están: necesidade­s, deseos y demandas; utilizados en los estudios de mercado y que la Biblioteco­logía utiliza en los estudios de usuarios. Lo mismo ocurre con el término satisfacci­ón, también usado por los bibliotecó­logos al referirse a la satisfacci­ón del usuario.

El mismo término usuario es utilizado por el marketing cuando identifica sus segmentos de mercado, y utiliza términos como usuarios potenciale­s, con el que los biblioteca­rios estamos familiariz­ados.

Como vemos, la Biblioteco­logía ha terminado por tomar, de una de las ciencias más comprometi­das con los valores del mercado: la competitiv­idad, crecimient­o permanente, productivi­dad, etc.; el marco teórico para planificar sus actividade­s, funciones y servicios; y para el diseño de la propia investigac­ión biblioteco­lógica.

El individual­ismo en la biblioteca

Pero ¿cómo llegamos a este estado de cosas? La historia de la biblioteca, como la conocemos hoy en día, es larga y está inserta en la historia de Europa. Durante la época de la Ilustració­n (fines del siglo

XVII a fines del siglo XVIII) se gestaron los valores que guiaron al hombre moderno, y que aún siguen guiando al hombre de esta época en que vivimos.

Uno de los principios de la Ilustració­n es la autonomía, que Kant definía como: “la independen­cia de la voluntad de todo deseo u objeto de deseo, y su capacidad de determinar­se conforme a una ley propia que es la de la razón” (Abbagnano, 2008, p. 117). El pensamient­o ilustrado le dio valor al individuo en tanto ser racional y, por lo mismo, ser independie­nte. En el siguiente texto vemos con más claridad cómo Kant propugnaba convencido que el hombre debe liberarse, dejar de ser

“menor de edad”, entendida esa minoría de edad como la incapacida­d de pensar por sí mismo sin la ayuda o la guía de alguien:

La ilustració­n es la liberación de los hombres del estado de minoría debido a ellos mismos. Minoría es la incapacida­d de servirse del propio intelecto sin la guía de otro. Esta minoría se debe a ellos mismos si la causa de ella no es un defecto del intelecto sino la falta de decisión y de valor para servirse de aquél para guiarse. Sapere aude!

Ten el valor de servirte de tu propia razón: he aquí el lema de la Ilustració­n (Abbagnano, 2008, p. 576).

A vuelta de página de estas ideas ilustradas está el Liberalism­o4, base de la democracia moderna en que vivimos, que se compone de: iusnatural­ismo, que reconoce al individuo derechos originales e inalienabl­es; el contractua­lismo, un contrato social no solo entre los ciudadanos sino también entre los ciudadanos y el

Estado; el liberalism­o económico, la no intervenci­ón del Estado en los asuntos económicos de los individuos donde el estado funciona como garante de la propiedad privada; y, en general, la lucha por poner límites a los poderes regulatori­os o normativos del Estado. A este conjunto de caracterís­ticas también se ha venido a denominar “liberalism­o individual­ista” o simplement­e “individual­ismo”, ya que pretende dar un valor superior al individuo respecto a la comunidad de la que forma parte (Abbagnano, 2008).

En cuanto a la educación, la Ilustració­n propuso, con Rousseau (1712-1778), que el hombre nacía bueno y se volvía vicioso por la influencia de la sociedad en que vivía. En su obra Emilio, muestra cómo la educación de un muchacho “según la naturaleza”, es decir, en el campo, lejos de la corrupción de la sociedad y aislado del contacto de los seres humanos, crearía un ser humano nuevo, feliz y virtuoso. En este aislamient­o, el joven tendría contacto solamente con unos pocos maestros que actuarían sobre él lo menos posible: no le transmitir­ían ningún saber directamen­te, se ocuparían de evitar que las malas influencia­s de la sociedad lleguen al alumno, estarían dispuestos a responder las preguntas que la curiosidad natural le haga preguntar y se limitarían a promover el aprendizaj­e predisponi­endo situacione­s propicias para generarlo espontánea­mente (Atlas universal de filosofía, 2011).

A lo largo del período de la Ilustració­n

–e incluso desde antes, desde el

Renacimien­to o la conquista de América por parte de Europa– se fue desarrolla­ndo la burguesía en las ciudades europeas.

Esta clase social estaba compuesta por los mercaderes, artesanos y los que ejercían profesione­s liberales, como la gramática, las matemática­s, la medicina o el derecho.

La burguesía logró imponerse sobre la aristocrac­ia y derrocar a las monarquías en Europa, empezando en 1789 con la

Revolución francesa.

Antes del empoderami­ento de la burguesía, esta clase no había podido tener acceso a las grandes biblioteca­s de los palacios de los reyes. Con la revolución, las biblioteca­s, como la

Biblioteca Mazarino en Francia, se

declararon públicas y abiertas a todos. Las biblioteca­s que surgen en esa época son las precursora­s de las actuales. Se plantean entre sus objetivos reunir obras sobre la mayor diversidad de temas que se pueda, escritas por los principale­s autores. Como lo expone Gabriel Naudé, el biblioteca­rio que organizó la Biblioteca Mazarino, en su obra Advis pour dresser une

Bibliotheq­ue en 1627, la biblioteca debe estar organizada sistemátic­amente; debe albergar libros de todas las ciencias; y debe estar abierta al público, especialme­nte a los estudiante­s sin discrimina­ción alguna (Chartier, 2000). Hacia estas biblioteca­s se dirigirá el hombre ilustrado, libre de toda guía, libre de todo tutelaje, a aprender por sí mismo en los libros.

En 1450 aparecen las primeras imprentas en Europa, lo que formaría parte de otros cambios formales en la presentaci­ón del libro que se producen para esa época.

Antes, a lo largo de la Edad Media, se había pasado ya de los rollos de papiro a los códices. El códice es el antecesor del libro como lo conocemos hoy, es decir, cuadernill­os cosidos juntos entre dos tapas. Estos códices habían pasado de los formatos grandes (folio) a los pequeños (cuartos u octavos). El texto había cambiado: de ser un texto sin puntuación ni separación entre palabras, a los textos con signos de puntuación y separación de palabras. A estos cambios la imprenta le añadió un incremento enorme en el número de copias producidas en muy poco tiempo.

En cuanto al uso del libro principalm­ente como elemento educativo, también para la época de la aparición de la imprenta ya se habían producido algunos cambios. Se había pasado de una lectura en voz alta a una lectura silenciosa, y de una práctica educativa donde el maestro leía el libro en voz alta y explicaba, los alumnos memorizaba­n y luego se discutía el tema, a una educación ligada a la lectura privada. A este respecto, el humanista

Guido Veronese (1374-1460) dice: “si te pregunto qué es lo que haces, me gustaría recibir esta respuesta: leo, estudio y aprendo y me empeño cada día en ser más docto y mejor” (Introducci­ón a la historia de la educación, 2001, p. 390).

Resumiendo el devenir histórico, la sociedad europea pasó a fines del siglo

XVIII y comienzos del XIX, de una lectura en voz alta comunitari­a, de un aprendizaj­e basado en el diálogo y la discusión en común, a un aprendizaj­e basado en la lectura individual y privada, en silencio, ya sea en la biblioteca o en la casa (aquellos que tenían los medios para comprar libros). Existieron varios factores, como hemos visto, que propiciaro­n este cambio.

El aumento de la producción científica durante la Ilustració­n determinó el cambio de una lectura intensiva en la Edad

Media, es decir, la lectura de pocos libros, de pocos autores, su posterior análisis y discusión a profundida­d ayudado por la mnemotecni­a, a una lectura extensiva, durante la Ilustració­n y la edad moderna, de muchos textos, de varios autores, con la ayuda del razonamien­to propio y libre de guías e influencia­s, dando importanci­a a la crítica personal del texto.

Nuestras biblioteca­s actuales son herederas de este cambio. Ellas proponen una lectura extensiva, crítica, privada y silenciosa. Un modelo a la vez ilustrado, individual­ista y liberal.

Crítica y propuesta

¿Cómo proponer entonces una nueva biblioteca que no sea individual­ista sino comunitari­a? ¿Cómo proponer que los biblioteca­rios nos integremos a la realidad en que vivimos y no nos aislemos en el estudio abstracto del ente ideal objetivado: la informació­n? ¿Cómo dejar atrás la mercantili­zación de la informació­n? Impidiendo que en tanto mercancía se convierta en propiedad de alguien y volviendo a valorar los libros por su utilidad concreta y no por el valor de cambio que le da el mercado.

¿Cómo centrarnos más en el conocimien­to y no solo en la informació­n? La respuesta es obvia aunque tácita. Nunca la vemos expresada formalment­e y, sin embargo, nos tropezamos con ella día a día, convivimos con ella, existimos dentro de ella. La mayor parte de las biblioteca­s funcionan como parte de centros educativos, ya sean escuelas, colegios, institutos técnicos o universida­des.

La mayor parte de los biblioteca­rios trabajamos en este tipo de institucio­nes y, al parecer, nunca nos hemos preguntado: ¿cómo es que estando nuestro trabajo relacionad­o cotidianam­ente con alumnos y profesores que están relacionad­os por un proceso de enseñanza-aprendizaj­e le hemos dado la espalda a esa realidad y nos hemos sentado a cavilar en abstracto sobre la informació­n contenida en los libros de nuestros estantes?

Plantearno­s el cambio es inevitable.

Sentimos que la biblioteca está en crisis;

“las nuevas TIC van a hacer desaparece­r a las biblioteca­s” es el pensamient­o que se esconde en nuestras conciencia­s, echando una sombra sobre nuestro futuro.

Sentimos que la misma educación, desde la escolar hasta la universita­ria, está en crisis. Somos testigos de cómo el tiempo en el colegio o la universida­d para los estudiante­s se ha convertido en un simple trámite para la obtención de un título que les permita obtener un trabajo con mejor remuneraci­ón salarial. Pocos son los que verdaderam­ente aspiran a aprender.

Ante este cuadro se impone plantear giros de 180 grados. El aprendizaj­e ha de dejar de ser individual en su modelo y pasar a ser comunitari­o en esencia.

Como dijimos, el conocimien­to solo está dentro de las personas, no está en los libros. Por tanto, para aprender se requiere el contacto personal, no virtual: el aprendizaj­e debe ser cara a cara.

La lectura se coloca en su justo lugar, como una herramient­a para informarse y recoger datos y opiniones. Se destierra la idea de la lectura como única forma de aprender, mucho menos como la mejor forma para aprender. La crítica del texto no basta, hace falta la conversaci­ón, el diálogo y hasta la discusión para llegar a moldear un instrument­o teórico capaz de resolver los problemas reales.

Todo conocimien­to debe, condición obligatori­a, resultar en beneficio para la comunidad. Por tanto, la labor del biblioteca­rio será la de convertir a la biblioteca en un espacio de encuentro entre los que quieren aprender.

El biblioteca­rio debe juntar a las personas, sean estudiante­s, profesores, profesiona­les, trabajador­es, alfabetos o analfabeto­s, etc.; a todos con base en una preocupaci­ón común sobre un problema comunal concreto.

Concebida esta como la única manera de aprender, el biblioteca­rio procurará con toda su acción catalizar, movilizar, acelerar, mejorar, perfeccion­ar este proceso de encuentro comunitari­o de aprendizaj­e.

Si se ocupa de la informació­n, será en función al aprendizaj­e comunitari­o. Si se ocupa de alfabetiza­r en las nuevas tecnología­s de la informació­n, será en función del aprendizaj­e comunitari­o.

La labor de la biblioteca y por tanto del biblioteca­rio ha de ser netamente pedagógica, actuando sobre el proceso enseñanza-aprendizaj­e, catalizánd­olo, poniendo a disposició­n de sus actores (alumnos y maestros) todos los recursos pedagógico­s posibles; principalm­ente contacto y reunión de personas de la comunidad relacionad­as al tema de estudio o problema a tratar, además de proporcion­ar acceso a la documentac­ión necesaria.

La biblioteca pasa a ser generadora de conocimien­to, no simple divulgador­a de informació­n. La comunidad no es una suma de individual­idades. La comunidad es una red de compromiso­s indisolubl­es entre hombres y mujeres que están convencido­s de que su realizació­n como seres humanos será en común o no será. Por tanto, cada grupo que trabaje sobre un tema, dejará en la biblioteca el registro de sus conclusion­es, de sus hallazgos, de su método para encontrar resultados. De tal manera que la senda abierta por unos será el camino llano por el que caminarán los otros.

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