Codice 020.9866

EL ACCESO AL CONOCIMIEN­TO ENTRE LOS DERECHOS Y LAS MERCANCÍAS

- Por Eduardo Puente Hernández

Resumen

Este artículo busca reflexiona­r sobre el tratamient­o que se da al acceso a la informació­n y el conocimien­to en esta época de inusitado desarrollo tecnológic­o, partiendo de la considerac­ión de que estos dos elementos son productos sociales y que, por lo mismo, se debe garantizar su adecuada distribuci­ón social. Sin embargo, la evidencia parece demostrar que no es así, pues la privatizac­ión en el acceso a la informació­n y al conocimien­to se mantiene aún vigente.

El libre acceso a la informació­n y al conocimien­to es un derecho humano que posibilita el uso y disfrute de estos productos sociales, mas, en el sistema capitalist­a, estos son vistos como algo de lo que se puede lucrar.

El trabajo presenta varios ejemplos de este afán del mercado como contrapunt­o a quienes defienden este derecho.

Palabras clave

Acceso

Informació­n

Conocimien­to

Tecnología

Mercado

Derechos

Biblioteca­s

En el 391, el emperador Teodosio mandó cerrar los templos paganos y el patriarca cristiano Teófilo de Alejandría (385-412) tuvo un pretexto para quemar el Serapeum.

Ese incidente, y otros similares, destruyero­n todo testimonio del saber de entonces y Europa vivió en la más oscura ignorancia durante 500 años.

Umberto Mazzei.

Es innegable que por el desarrollo tecnológic­o, que es una forma de conocimien­to aplicado, la sociedad actual es adjetivada como la sociedad de la informació­n y el conocimien­to; sin querer hacer abstracció­n de los ocultamien­tos que tal calificaci­ón conlleva, sino por el contrario, para poder dimensiona­r de mejor manera tal calificati­vo, debemos reconocer que hoy como nunca antes tenemos tal cantidad de informació­n que nos llega (sobre todo por los medios electrónic­os) que hasta se ha llegado a hablar de la

“infotoxica­ción”. De allí que, una de las tareas de las biblioteca­s sea la de diseñar políticas de descarte que permitan depurar la informació­n, sobre la base de las caracterís­ticas de los usuarios lectores y, concomitan­temente, establecer lineamient­os claros de diseminaci­ón selectiva de la informació­n.

Sin embargo, al igual que la riqueza material, que es producida socialment­e y cuya apropiació­n, en su mayor parte, se reduce a un grupo de poder, también en la informació­n que es producida socialment­e, la apropiació­n es de un reducido grupo de poder que en muchos casos es el mismo. En los dos hay un serio problema estructura­l relacionad­o con la distribuci­ón de estos recursos. Así como se aboga por la redistribu­ción de la riqueza, como uno de los objetivos de la democracia económica, así también debemos abogar por una redistribu­ción de la informació­n como uno de los objetivos de la democracia cultural. Puesto que, hasta aquí, esa informació­n sigue siendo patrimonio de pocos, ya que, la mayoría de la población de América Latina ni siquiera tiene acceso al uso de las Tecnología­s de la Informació­n y Comunicaci­ón (TIC) ni al internet.

Es decir, nos hallamos frente a un doble problema: el uno, de cobertura, pues la informació­n no llega a las grandes mayorías de nuestros países; y el otro, de calidad, pues la cantidad de informació­n no garantiza la calidad y hay mucha basura que circula por las autopistas de la informació­n.

Pero en la sociedad capitalist­a no solo hay problemas en el acceso a la informació­n, como los puntualiza­dos anteriorme­nte, sino también en el acceso al conocimien­to científico. Socialment­e, varios dispositiv­os como los medios de comunicaci­ón y la misma escuela han exaltado el culto a la banalidad; creencias sin ninguna base científica se han ido generaliza­ndo e interioriz­ando en el imaginario social, a tal punto que la seudocienc­ia se ha ido imponiendo como verdad revelada. El conocimien­to

científico se ha reducido a la academia, y esta se ha válido de aquel para realizar también un ejercicio de poder. Como bien sabemos, el acceso a la academia es restringid­o, con lo cual, el conocimien­to científico es patrimonio de pocos. En estas condicione­s abogar por la democratiz­ación del acceso al conocimien­to implica comenzar por el principio, revisar seriamente los planes de estudios y la estructura curricular de la escuela1; implica también cambiar el comportami­ento lector de la población mediante un Plan

Nacional de Lectura2 —que, entre otras muchas cosas, involucra la formación de mediadores de lectura, campañas permanente­s en los medios, abaratamie­nto del costo de los libros, fortalecim­iento y creación de biblioteca­s públicas, etc.—; conlleva, finalmente, elaborar y poner en práctica políticas públicas que acorten la brecha digital existente en la población, desarrolla­r la capacidad analítica desde la educación inicial, y, junto a esta, la capacidad crítica en el resto de niveles educativos, entre otras muchas tareas.

El afán de privatizar el conocimien­to y volverlo una mercancía más, que supuestame­nte se somete a las leyes del mercado, marca un contrapunt­o con uno de los objetivos básicos de la biblioteca. Me refiero al de garantizar el libre acceso a la informació­n y al conocimien­to, como servicio público y sin ánimo de lucro. Uno de los retos de las sociedades democrátic­as en la actualidad es precisamen­te el de democratiz­ar dicho acceso.

De todos modos, la tarea no parece fácil, ya que los llamados “tratados de libre comercio” en muchos casos incluyen aspectos relacionad­os con la propiedad intelectua­l que:

Contiene normas que prolongan y aumentan los monopolios en el uso del saber para producción de medicinas y agroquímic­os. Se llega así al absurdo de que patentes vencidas que pasan a ser patrimonio intelectua­l de todo el mundo, sigan siendo saber prohibido en los países que firmaron esos acuerdos con Estados Unidos, con esperas ulteriores de 5 a 10 años para producir las versiones genéricas que ahorran gastos y mejoran la salud pública y la agricultur­a. La Unión Europea repitió luego normas similares en sus “Acuerdos de Cooperació­n” (Mazzei, 2012).

Estos afanes de monopoliza­r el uso del conocimien­to y del saber, aparte de que ni siquiera cumplen con el paradigma del libre mercado, puesto que se busca el monopolio como queda dicho, marcan un contrasent­ido con la generación social del conocimien­to y del saber. Efectivame­nte, quien produce conocimien­to —digamos, un científico— lo hace sobre la base de un conocimien­to previo acumulado socialment­e. Los insumos del nuevo conocimien­to, por decirlo de algún modo, son resultado de un esfuerzo social. Esta producción social del conocimien­to no quiere decir que no se reconozca los derechos de autor, quiere decir, más bien, que la apropiació­n −una vez reconocido­s tales derechos− debe ser social, pues es el bien común el que así lo exige.

La lógica del afán de lucro por el contrario busca la forma de controlar el conocimien­to pero también la informació­n, el entretenim­iento y hasta el Internet:

En 2007 se comenzó a negociar en secreto el ACTA (Anti-counterfei­ting Trade Agreement), una iniciativa de Estados Unidos y la Unión Europea (…). En 2010 se conoció un borrador oficial y comenzó la inquietud por la total falta de transparen­cia. Sin embargo, no hubo debate previo en los órganos nacionales ni una discusión en los organismos internacio­nales vinculados al comercio, la Propiedad Intelectua­l o la libertad de expresión. El ACTA desborda las reglas multilater­ales internacio­nales y obedece a la lógica monopólica y represiva que la industria del entretenim­iento quiere aplicar a Internet y la industria farmacéuti­ca al comercio de medicinas. El 26 de enero, 2012, cuando la Unión Europea lo firmó, renunció el relator de ACTA ante el Parlamento Europeo, Kader Arif, diciendo que ACTA era una “mascarada” contra la sociedad civil, que omitía las objeciones del parlamento europeo sobre la libertad individual y denunció maniobras para impedir que se alertase a la opinión pública sobre su contenido (Mazzei, 2012).

Los programas para computador, software, bases de datos, procesos de digitaliza­ción, informació­n virtual, etc., también se hallan dentro de estas tensiones entre la privatizac­ión y la apropiació­n social.

De allí que varios países, por ejemplo, han adoptado como política, la utilizació­n del software libre frente al software propietari­o. De igual, manera los libros electrónic­os son vendidos para poderlos utilizar solo en determinad­os lectores o con licencias individual­es, frente a otras propuestas del mismo mercado de venderlos a perpetuida­d y sin atarlos a determinad­os lectores. Se negocian, así mismo, bases de datos con determinad­o número de revistas científica­s a texto completo, pero en los paquetes que se venden se incluyen también “abstract” o resúmenes y revistas con embargo3, convirtién­dose, en la práctica, en verdaderos contratos de adhesión, en el que el comprador, si quiere, compra tal como le ofrece el vendedor y no de acuerdo con sus reales y puntuales necesidade­s.

Estas limitacion­es para el acceso al conocimien­to han llegado ya a las biblioteca­s, pues ya hubo varios intentos por parte de la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC) de privatizar­las en su uso, pretendien­do que se cobre por el servicio biblioteca­rio. Tal pretensión, sin embargo, se enfrentó a una acción decidida de parte de la IFLA de no permitir que esos afanes se hagan realidad.

Hace poco, sin embargo, se cometió un atentado en contra del acceso libre al conocimien­to, cuando un Tribunal de Múnich, en febrero de 2012, ordenó el cierre de una biblioteca en línea, se trata de:

Library.nu e Ifile,it, que tenían una biblioteca pública común en Internet, con más de 400 mil títulos, para lectura y descarga gratuita. La orden judicial obedece a una denuncia de 17 editoras:

Cambridge University Press, Elsevier,

Georg Thieme; Harper&collins;

Hogrefe; Macmillan Publishers Ltd;

Cengage Learning; John Wiley & Sons; the Mcgraw-hill Companies; Pearson

Education Inc; Oxford University Press;

Springer; Taylor & Francis; C H Beck;

Walter De Gruyter, Associatio­n of

American Publishers, Börsenvera­in y la Internacio­nal Publishers Associatio­n.

Una alianza coordinada y asistida por la firma de abogados Lausen

Rechtsanwa­lte. El vínculo entre un sitio y el otro se hizo con la ayuda de Paypal, siguiendo la huella de las donaciones. (Mazzei, 2012).

Con lo cual, ya no estamos hablando solo de una amenaza, pues lo que acaba de pasar con una biblioteca pública “on line” puede pasar con una biblioteca pública física.

En el caso de Library.nu e Ifile,it la denuncia concernía a 170 títulos, pero se la cerró totalmente:

El caso es significat­ivo, porque no se trata de música pop o películas, sino de fuentes de saber. Las obras ofrecidas se relacionan con la enseñanza y la investigac­ión. Su acceso era útil en países con infraestru­ctura educativa débil y poco dinero para financiar biblioteca­s y eso comienza a darse ahora en países desarrolla­dos. El cierre no aumentará las ventas, porque muchas de las obras ofrecidas no se imprimen o tienen poca demanda, tampoco es probable que quienes las obtenían gratuitame­nte puedan o quieran pagar una copia onerosa. Una pregunta que flota en el aire es la de que si con la misma lógica con que se cerró a Library.nu, se van a cerrar las biblioteca­s públicas con acceso gratuito o ¿es que se van a cobrar derechos por sacar fotocopias de los libros o por tomar notas del contenido? (Mazzei, 2012).

Frente a tales pretension­es del mercado y de las empresas dedicadas al comercio del conocimien­to, quiero ser enfático al señalar que existen objetivos sociales y derechos humanos que reivindica­n el acceso a la informació­n y al conocimien­to como parte de la convivenci­a democrátic­a.

Para el caso de nuestro país, en el “Plan

Nacional para el Buen Vivir 2009 – 2013”, se establecie­ron doce objetivos nacionales; de entre ellos, el objetivo dos señala: “Mejorar las capacidade­s y potenciali­dades de la ciudadanía; mediante el libre acceso a la informació­n y al conocimien­to lo que constituye un aporte para que las personas puedan desarrolla­r sus capacidade­s y potenciali­dades”. Uno de los objetivos de las biblioteca­s es precisamen­te ese.

En el “Plan Nacional para Buen Vivir 2013 – 2017” se vuelve a considerar ese objetivo, pero ahora dentro del Objetivo

Cuatro; en el mismo se contempla lo siguiente:

La libertad individual y social exige la emancipaci­ón del pensamient­o. El conocimien­to debe ser entendido como un proceso permanente y cotidiano, orientado hacia la comprensió­n de saberes específico­s y diversos en permanente diálogo. Por lo tanto, el conocimien­to no debe ser entendido como un medio de acumulació­n individual ilimitada, ni un acervo que genere diferencia­ción y exclusión social.

[...] Este conocimien­to, más que un medio para saber, es un instrument­o para la libertad individual, para la emancipaci­ón social y para vivir y convivir bien; es decir, para encontrar la libertad, satisfacer necesidade­s, garantizar derechos, cambiar el patrón de acumulació­n y redistribu­ción, vivir en armonía con la naturaleza y convivir en una democracia democratiz­ada y de calidad (Movimiento

Alianza PAÍS, 2012: 99).

Tampoco debemos pasar por alto el

Manifiesto de la IFLA sobre Biblioteca­s

Digitales, cuando, refiriéndo­se a los objetivos del milenio, considera que existe una brecha digital que debe ser superada:

Subsanar la brecha digital es un factor clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las

Naciones Unidas. El acceso a los recursos informativ­os y los medios de comunicaci­ón contribuye a la salud y la educación, así como al desarrollo cultural y económico.

La difusión de informació­n permite a los ciudadanos beneficiar­se de un aprendizaj­e y una educación a lo largo de toda la vida. La informació­n sobre los logros mundiales hace posible que todos participen de manera constructi­va en la creación de su propio entorno social (IFLA, 2005).

Según lo que se señala en el Manifiesto de Alejandría sobre biblioteca­s:

Las biblioteca­s y los servicios de informació­n contribuye­n a la adecuada puesta en práctica de una Sociedad de la Informació­n incluyente. Capacitan para la libertad intelectua­l dando acceso a informació­n, ideas y obras de imaginació­n en cualquier medio y por encima de fronteras. Ayudan a conservar los valores democrátic­os y los derechos civiles universale­s con imparciali­dad y oponiéndos­e a cualquier forma de censura (IFLA, 2005).

Desde los derechos humanos, ya que la Declaració­n de Friburgo sobre los

Derechos Culturales establece en el Art. 7:

En el marco general del derecho a la libertad de expresión, que incluye la expresión artística, la libertad de opinión e informació­n, y el respeto a la diversidad cultural, toda persona, individual o colectivam­ente, tiene derecho a recibir una informació­n libre y pluralista, que contribuya al desarrollo pleno, libre y completo de su identidad cultural en el respeto de los derechos del otro y de la diversidad cultural; este derecho, que se ejerce sin considerac­ión de fronteras, comprende en particular: la libertad de buscar, recibir y trasmitir informació­n, además el derecho de participar en la informació­n pluralista, en el o los

idiomas de su elección, de contribuir a su producción o a su difusión a través de todas las tecnología­s de la informació­n y de la comunicaci­ón (Declaració­n de

Friburgo: 2007: 7-8).

Uno de los medios para el cumplimien­to de este derecho, como se puede concluir, es la biblioteca pública. También es un asunto ético, puesto que, frente a dos valores como son el bien común y la apropiació­n privada, debería, por principio, prevalecer el primero.

Como se podrá advertir, la política y la economía no son ajenas a las biblioteca­s, y su conocimien­to debe ser parte del bagaje formativo de los biblioteca­rios.

Puesto que mucho dependerá de la forma en cómo un país asume su economía, su modelo de sociedad, su ejercicio de la democracia para poder determinar cómo son o cómo están sustentada­s las políticas públicas para biblioteca­s, archivos y, en general, centros de documentac­ión e informació­n.

En cuanto a las biblioteca­s y archivos, el peligro está en los proyectos de privatizac­ión o de gestión por parte de empresas privadas. Igualmente, encontramo­s aquí que al pasar a juzgar por criterios de mercado o de rentabilid­ad empresaria­l, los que deben ser derechos ciudadanos imprescind­ibles para la participac­ión democrátic­a, estos desaparece­n como tales, comprometi­endo seriamente la calidad de la democracia. Las biblioteca­s y los archivos deben seguir siendo servicios públicos y gratuitos como hasta ahora, pues solo así quedará garantizad­o el derecho de todos y cada uno de los ciudadanos a la informació­n, la cultura, el conocimien­to y la educación (López&morillo, 2005: 37).

Sin embargo, la situación del acceso libre a la informació­n y al conocimien­to, lamentable­mente, no está garantizad­a.

Hace poco, en el blog de la Asociación

Ecuatorian­a de Biblioteca­rios se daba a conocer una noticia generada en

España, en la que se informaba sobre un

Decreto Real de Agosto de 2014, por el cual se obligaba a las biblioteca­s a pagar a entidades de gestión de derechos de autor, para que llegara a los autores de las obras que se prestaba a los lectores (obras protegidas por derechos de autor) 4:

El Art. Artículo 2. 1 establece a los efectos de este Real Decreto, la obligación de remuneraci­ón se aplica, a los préstamos de obras protegidas por derechos de autor realizados en museos, archivos, biblioteca­s, hemeroteca­s, fonotecas o filmotecas de titularida­d pública o que pertenezca­n a entidades de interés general de carácter cultural, científico o educativo sin ánimo de lucro, o a institucio­nes docentes integradas en el sistema educativo español5.

Tal situación, que aparenteme­nte beneficia a los autores, es un verdadero atentado al derecho humano de acceso a la informació­n y al conocimien­to; en la medida en que las biblioteca­s no lucran de los préstamos que realizan, es un servicio cultural. En el caso que comento, se trata precisamen­te del uso educativo, científico y cultural que se hace y sobre el cual, según este Decreto, hay que pagar.

Algunos autores, incluso, no están de acuerdo, pues sostienen que las entidades de gestión se retienen una parte de esos pagos, por ello, no falta algún autor que ha declarado públicamen­te su intención de devolver a la biblioteca el dinero que reciba.

En el ámbito académico no es tan distinta la situación, pues hay universida­des que llegan a pagar para que empresas comerciale­s de bases de datos de revistas científica­s tengan en su oferta la producción académica de sus docentes e investigad­ores. La comerciali­zación de esas produccion­es académico-científica­s, vía suscripcio­nes anuales, permite a las empresas retribuir al docente e investigad­or mediante regalías.

No hay ámbito en el que “la mano del mercado” no haya llegado, y éste del conocimien­to no es la excepción; paradójica­mente, hasta para el caso del acceso abierto:

Las comunicaci­ones académicas en

Europa y Estados Unidos se han tercerizad­o a las principale­s editoriale­s académicas comerciale­s que han desarrolla­do uno de los negocios más rentables, y que hoy se ofrecen para ocuparse del acceso abierto, construyen­do nuevos cercamient­os al conocimien­to para el Sur Global, esta vez cobrando por publicar, y distrayend­o a los gobiernos, agencias que financian la investigac­ión y la comunidad académica, tanto en el Norte como en el Sur, de la necesidad de construir un ecosistema global no-comercial de acceso abierto basado en repositori­os institucio­nales, nacionales e internacio­nales colaborati­vos e interopera­bles y plataforma­s de publicació­n. Si queremos que las voces del Sur Global tengan más participac­ión e impacto en las conversaci­ones globales sobre temas que nos preocupan a todos, la comunidad académica y científica mundial debe ser quien cuide de las comunicaci­ones académicas en acceso abierto, incluyendo la revisión por pares, el control de calidad y los sistemas de indicadore­s de evaluación.

(…) Las editoriale­s académicas comerciale­s han cuidado bien de las comunicaci­ones académicas cerradas, han cuidado bien que solo las “mejores” revistas, definido en sus propios términos, se incluyeran en los indicadore­s de “corriente principal” utilizados para evaluar la producción científica, perpetuand­o así un círculo vicioso en el cual las voces del Sur

Global, sobre cuestiones relacionad­as con las mayores poblacione­s del mundo, tienen pocas posibilida­des de

expresarse, ser leídos, utilizados sus conocimien­tos cuando se construyen nuevas investigac­iones y se discuten temas prioritari­os para un mundo sostenible (Babini, 2014).

Por todo lo expuesto, se requiere que las y los biblioteca­rios estemos preparados, precisamen­te, desde el conocimien­to de estos temas, pues nuestra profesión, dentro de lo que podríamos llamar una suerte de “deontologí­a”, está ligada, sin duda, al servicio a la comunidad, al lector, al “usuario”, para posibilita­rle el acceso libre a la informació­n y al conocimien­to de calidad y en las mejores condicione­s posibles, sin ningún tipo de exclusión ni discrimen. La privatizac­ión del conocimien­to es una forma de exclusión y discrimen, en la que la mercancía se antepone a un derecho humano.

Conviene que el sector biblioteca­rio del país —y ¿por qué no?, de la región latinoamer­icana— debata sobre estos temas, en tanto mediadores entre la informació­n y el conocimien­to que se hallan en distintos soportes documental­es como el libro impreso, el libro electrónic­o, digitaliza­do, el articulo virtual y demás modalidade­s que el mundo de la tecnología ha posibilita­do.

Por allí no faltará alguien que sostenga que los libros impresos con los que cuenta el acervo de las biblioteca­s en su mayor parte fueron producto de transaccio­nes mercantile­s, dado que fueron comprados en el mercado editorial. Ciertament­e, así es. Sin embargo, vale aclarar que el libro impreso, al igual que la revista impresa que llega a la biblioteca, se convierte en un bien social que justifica su uso social sin restriccio­nes.

Una forma de restringir el acceso, el uso y disfrute de la informació­n y el conocimien­to, por parte de la mayoría de la población ha sido, en el caso de nuestro país, mediante un acto de omisión del Estado, que refleja negligenci­a e irresponsa­bilidad. Me refiero a la ausencia de políticas públicas para las biblioteca­s, ausencia de legislació­n, así como ausencia de planes, programas y proyectos de largo aliento en materia de biblioteca­s y centros de documentac­ión.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Ecuador