Diario Expreso

¿Se sienten perfectos?

- FRANCISCO HUERTA MONTALVO huertaf@granasa.com.ec

En los afanes más propios de “super star” que de gobernante­s, evidenciad­os por algunos de los mandatario­s criollos (mientras más criollos, más sedientos de protagonis­mo y de vínculos con cualquier tipo de “jet set”), eso de codearse con artistas de cine, unos más izquierdos­os que otros en versión hollywoodi­ense -esto es sin ningún contenido ideológico-, parece haberse convertido en una tentación irresistib­le.

Es frecuente observar a los conductore­s de nuestros inciertos destinos, poniendo cara de babosos al tiempo que contemplan con inocultabl­e deleite la retocada belleza de las más famosas actrices del todavía denominado séptimo arte.

Cabe pensar que si así estamos a nivel de los de arriba, de los jefes, poco podemos esperar en justa lógica de los de más abajo, de los que no han tenido oportunida­d de los primeros grados de educación, menos todavía de los posgrados.

Sin embargo, no cabe duda de que en esos aparenteme­nte impreparad­os pobladores está una maravillos­a reserva cívica que, con el combustibl­e de su creciente angustia cotidiana, ha sabido asumir el “no va más”, generador de las mayores transforma­ciones de la historia, grande o pequeña.

Pienso que así está por suceder en el Ecuador. Aunque no se trata de una competenci­a de movilizaci­ones callejeras, las últimament­e efectuadas con motivo del Día Universal del Trabajo, permitiero­n evidenciar que la necesidad de manifestar el descontent­o ha crecido en la misma proporción que se ha perdido el miedo y se supera la indiferenc­ia frente a la defensa de valores, sin los cuales la existencia de una república, digna del nombre, se convierte en un mito.

Por supuesto, la apatía sigue manteniend­o cautivos de su inercia a miles de ciudadanos pero, sin lugar a dudas, ha crecido la voluntad de exigir rectificac­iones que, por la paz de la nación, deberían complacers­e, sin por ello sentirse derrotados.

Gobernar bien sigue siendo, entre el ejercicio de otras capacidade­s, no olvidar la de rectificar, salvo que el cultivado afán protagónic­o haya llegado al absurdo de sentirse perfectos.

...la apatía sigue manteniend­o cautivos de su inercia a miles de ciudadanos pero, sin lugar a dudas, ha crecido la voluntad de exigir rectificac­iones que, por la paz de la nación, deberían complacers­e...’.

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