¿Se sienten perfectos?
En los afanes más propios de “super star” que de gobernantes, evidenciados por algunos de los mandatarios criollos (mientras más criollos, más sedientos de protagonismo y de vínculos con cualquier tipo de “jet set”), eso de codearse con artistas de cine, unos más izquierdosos que otros en versión hollywoodiense -esto es sin ningún contenido ideológico-, parece haberse convertido en una tentación irresistible.
Es frecuente observar a los conductores de nuestros inciertos destinos, poniendo cara de babosos al tiempo que contemplan con inocultable deleite la retocada belleza de las más famosas actrices del todavía denominado séptimo arte.
Cabe pensar que si así estamos a nivel de los de arriba, de los jefes, poco podemos esperar en justa lógica de los de más abajo, de los que no han tenido oportunidad de los primeros grados de educación, menos todavía de los posgrados.
Sin embargo, no cabe duda de que en esos aparentemente impreparados pobladores está una maravillosa reserva cívica que, con el combustible de su creciente angustia cotidiana, ha sabido asumir el “no va más”, generador de las mayores transformaciones de la historia, grande o pequeña.
Pienso que así está por suceder en el Ecuador. Aunque no se trata de una competencia de movilizaciones callejeras, las últimamente efectuadas con motivo del Día Universal del Trabajo, permitieron evidenciar que la necesidad de manifestar el descontento ha crecido en la misma proporción que se ha perdido el miedo y se supera la indiferencia frente a la defensa de valores, sin los cuales la existencia de una república, digna del nombre, se convierte en un mito.
Por supuesto, la apatía sigue manteniendo cautivos de su inercia a miles de ciudadanos pero, sin lugar a dudas, ha crecido la voluntad de exigir rectificaciones que, por la paz de la nación, deberían complacerse, sin por ello sentirse derrotados.
Gobernar bien sigue siendo, entre el ejercicio de otras capacidades, no olvidar la de rectificar, salvo que el cultivado afán protagónico haya llegado al absurdo de sentirse perfectos.
...la apatía sigue manteniendo cautivos de su inercia a miles de ciudadanos pero, sin lugar a dudas, ha crecido la voluntad de exigir rectificaciones que, por la paz de la nación, deberían complacerse...’.