¿El fin de las ideologías?
EDITORIAL
Algunos impacientes de buena fe pretenden resolver la carencia de un ideario político (bien que requiere para ser adquirido de serena meditación y estudio), recurriendo al argumento de que las ideologías han dejado de existir.
Intentando lucir pragmáticos, -en relación a la voluntad de poseer una ideología que cada vez cultivan menos ciudadanos dignos de ese calificativo-, han contribuido a generar una peligrosa especie de profecía autocumplida: partiendo de la moda dedicada a sostener que el mundo asiste al fin de las ideologías, las ideologías pierden toda importancia y en la acción política, a despecho del descrédito de los caudillos y sus aberraciones, empiezan a predominar las personas y sus temperamentos.
Por ese camino, y es el interés del presente editorial ponerlo de relieve, más allá de la incertidumbre generada por la ausencia de compromisos y definiciones vinculadas a una manera de entender y gestionar la actividad pública, se deja vía libre al predominio del pensamiento único y al incremento de indeseables polarizaciones no sostenidas con argumentos válidos, solo con emociones.
El riesgo es enorme. Las tentaciones totalitarias fructifican y determinadas maneras de pensar y sentir cobran el valor de sagradas. Desgraciadamente, no son las libertades y su plena vigencia las que adquieren esa alta condición.
Los simples, socialmente aceptados en su pragmatismo, se arriesgan a pontificar sobre la conveniencia de asumir al mercado como el factor fundamental a respetar y preservar. A partir de
Igualmente negativos para el progreso de los pueblos son los pragmáticos sin ideología como los fanáticos ideologizados’.