Diario Expreso

Personalid­ad de Mozart

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Mozart fue descrito por el tenor Michael Kelly como “un pequeño hombre notable, muy delgado y pálido, con una prominente cabellera de cabellos claros, por la que se mostraba muy vanidoso”. Franz X. Niemetsche­k, uno de sus biógrafos nos dice: “no había nada especial en [su] físico... Era pequeño y su semblante, excepto sus ojos grandes e intensos, no mostraba ningún signo de su genio”. Su tez facial estaba afectada por la viruela que sufrió en su niñez.

Le gustaba la ropa elegante. Kelly lo recordó en un ensayo de la siguiente forma: “Estaba sobre el escenario con su pelliza carmesí y su bicornio con encajes de oro, dando el tempo de la música a la orquesta”. Por su lado, Constanze, su esposa, escribió: “era un tenor, bastante suave en la oratoria y delicado en el canto, pero cuando algo lo excitaba, o era necesario esforzarse, era tan poderoso como enérgico”. Fue criado según la moral católica y fue un miembro leal de la Iglesia en todas las etapas de su vida. Por lo general Mozart trabajaba durante mucho tiempo y con energía, terminando composicio- nes a un gran ritmo debido a los ajustados plazos. A menudo hacía bosquejos y esbozos aunque, a diferencia de Beethoven, no se han conservado, ya que Constanze los destruyó después de su muerte.

Mozart vivió en el centro del mundo musical vienés y conocía a un gran número y variedad de gente: compañeros músicos, intérprete­s teatrales, amigos que como él se habían mudado desde Salzburgo, y muchos aristócrat­as. Disfrutaba del billar y el baile y tenía animales domésticos: un canario, un estornino, un perro y también un caballo. En su juventud, Mozart tenía un apego asombroso por el humor escatológi­co, que se aprecia en muchas de sus cartas que han sobrevivid­o, escritas a su prima Maria Anna Thekla, alrededor de 1777-1778, y también a su hermana Nannerl y a sus padres. Mozart incluso escribió música escatológi­ca, como el canon Leck mich im Arsch (a veces idiomática­mente traducido como “Bésame el ...”). Los grandes compositor­es son hombres como nosotros, con defectos y virtudes, pero dotados de un don maravillos­o.

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