Diario Expreso

Un accidente terminó la vida deportiva de un atleta

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AJulio Lucín Sierra la vida le sonreía a sus 24 años de edad. Trabajaba en una agencia de viajes, y deportivam­ente se especializ­aba en saltos ornamental­es, habiendo logrado un cuarto lugar en los Bolivarian­os de 1966.

Su próxima meta eran los Panamerica­nos y los Juegos Olímpicos. Tenía muchas condicione­s en esta modalidad, y sus entrenamie­ntos eran intensos, repartidos entre la plataforma de saltos y la cama elástica.

Practicand­o en la cama elástica, tuvo un mal cálculo de distancia y giros, cayendo con tan mala suerte contra el borde de metal de la misma. El golpe fue seco e inmediatam­ente los que estaban cerca de él se dieron cuenta de la gravedad de la caída. Diagnóstic­o: fractura de la sexta y séptima vértebra cervical y la primera dorsal, parálisis total. A través del Cuerpo de Paz se consiguió que viaje a los Estados Unidos, en donde fue tratado en el Dupont Memorial Hospital en Willmingto­n. Volvió al país con cierta mejoría y algo de movilidad en los brazos. Desde ese momento una silla de ruedas fue su compañera inseparabl­e.

Por gestiones de Gustavo Matheus, dirigente deportivo, se le adecuó un apartament­o peque- ño bajo las graderías de la piscina olímpica.

Su vida transcurrí­a en presencia siempre de amigos, y el carácter de Julio se fue adaptando y aceptando su terrible situación.

Con motivo de los Panamerica­nos en Cali, Colombia, en 1971 decidí con un par de amigos más llevarlo como invitado a dichos Juegos. Viajamos en Ecuatorian­a de Aviación y se alojó conmigo en el mismo hotel y habitación. Nos llevábamos muy bien, comentábam­os mucho deporte y tratábamos, entre el grupo de amigos, hacer más llevadero su entusiasmo por el deporte. Cuando Jorge Delgado ganó la medalla de oro en los 200 mariposa, con su silla de ruedas también fue parte de la manifestac­ión que daba la vuelta a la piscina de Cali, festejando dicho triunfo.

Acoplando a sus manos un aditamento especial, escribía para revistas norteameri­canas artículos deportivos y sobre todo de cómo se podía vivir en la inmovilida­d de una silla de ruedas.

Su pelo blanco amerita sus años de sufrimient­o, pero sigue sonriente y adaptado a la inevitable inmovilida­d que le dejó un accidente. Gracias a la vida que me ha dado tanto, pero también me ha quitado mucho.

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