Reglas de juego electoral
Con innegable acierto se dijo que no es en la votación donde reside la democracia, sino en los escrutinios. Surgieron las reglas para escrutar, algunas de las cuales, extrañamente, riñen con la democracia misma. Han sido impuestas sirviendo a intereses y cálculos partidistas del momento y su aplicación culminaría con la victoria sorpresiva o la derrota inesperada de algunos. Son las reglas del juego.
La democracia, concebida como un sistema de gobierno en el que predomina la voluntad de las mayorías populares, ha terminado premiando a individuos que a duras penas han podido sacar sus narices por encima de los demás, sin alcanzar la ansiada mayoría que otorgue legitimidad a su pretendida victoria. ¿Prisa? ¿Fraude? Son reglas para todos, en verdad, pero por alguna extraña razón terminan beneficiando a una facción en desmedro de la real democracia. Gracias a ellas, un candidato puede lograr la presidencia con el rechazo o desestimación del sesenta por ciento del electorado: le basta llegar al 40 % restante, auxiliado por las reglas del escrutinio, y que el rival que le siguió en votación no alcance el 30 %. La campaña electoral no habría servido para plasmar en las urnas las virtualidades del candidato, quien sin embargo cuenta con el auxilio de unas reglas del juego que deciden reemplazar la voluntad popular y otorgar la victoria a quien se mantiene en la minoría. Esas reglas excluyen del contaje los votos nulos y blancos, como si no fueran expresiones de voluntad del elector, para así aumentar la porcentualidad de los sufragios emitidos en favor del candidato a beneficiar. El padrón electoral ya no sería tomado en cuenta por su sospechosa y cuestionada pureza.
¿Qué podría generar esta situación para tener que recurrir a una ficción ideológica semejante? ¿Acaso simple falta de civismo o una calculada modalidad de fraude electoral que sustituye al burdo cambio de antaño de las actas? Las campañas electorales hoy muestran el apaleamiento de los candidatos a manos de sus contrincantes. De ellas emergen genios y estúpidos, inmaculados y rufianes, si les damos crédito; pero siempre ha exhibido desbalances en favor de los candidatos oficialistas a través de superioridad mediática y empleo abusivo de recursos estatales, así como a través del amedrentamiento de los medios privados. Son figuras relativamente nuevas de la lucha electoral que distorsionan o acallan la voluntad popular generando un resultado ajeno a la decisión originaria del elector, conduciéndolo mañosamente al voto nulo o en blanco, que será excluido luego del primer escrutinio para elevar las opciones de su escogido. No podemos saber, entonces, que lo correcto prevalezca al reemplazar una votación que no se dio, y esta simple circunstancia deslegitima cualquier resultado nacido de esas singulares reglas del juego. Las minorías no resultan ser todas ellas minoría: una deviene decisoria, contrariando principios básicos de cualquier democracia. La expresión nacional de voluntad no quedaría dilucidada al impedirse que el país vote por los dos primeros, sin más artificios. Según las encuestas, se votaría por Lenín o Viteri, Lenín o Lasso, Lenín o Moncayo, etcétera. Solo así sabremos que el cúmulo de restricciones y negatividades lanzadas por un gobierno contra sus opositores ha tenido acogida popular o si el estigma de la corrupción administrativa se ha afianzado y dará paso a alguna esperanza de redención democrática.
La expresión nacional de voluntad no quedaría dilucidada al impedirse que el país vote por los dos primeros, sin más artificios’.