Cómo funciona el populismo económico
Con la llegada al poder de los populistas se está gestando un conflicto sobre la propiedad intelectual de su orientación. Escritores como John Judis afirman que los estadounidenses decimonónicos inventaron el populismo político con su postura antielitista y su inflamatoria retórica. Acaso no estén de acuerdo con esto los argentinos, que aportaron al mundo el ultrapopulista Juan Domingo Perón, ni los brasileños con su conocido Getúlio Vargas. Pero no puede haber desacuerdo alguno en que los latinoamericanos han sido los mejores y más antiguos practicantes del populismo económico. En el siglo XX, Perón y Vargas, Alan García en Perú (durante su primer período), Daniel Ortega en Nicaragua, Salvador Allende en Chile y muchos otros, practicaron el proteccionismo comercial, incurrieron en altos déficits presupuestarios, sobrecalentaron sus economías, permitieron el alza de la inflación, y eventualmente sufrieron crisis cambiarias. En años recientes, Hugo Chávez y Nicolás Maduro de Venezuela han practicado estas políticas en forma aún más extrema. ¿Qué debería aprender el mundo rico, que actualmente pasa por su propia racha de populismo económico, a partir de la experiencia latinoamericana? Para comprender las consecuencias de las políticas populistas, primero se debe comprender su lógica. Sebastián Edwards de UCLA y el fallecido Rudiger Dornbusch de MIT, definen el populismo económico como “un acercamiento a la economía que enfatiza el creci- miento y la redistribución del ingreso y resta importancia a los riesgos de la inflación y del financiamiento deficitario, a las restricciones externas, y a la reacción de los agentes económicos ante políticas agresivas ajenas al mercado”. Agregan que los enfoques populistas “a la larga fracasan”, como “resultado de políticas insostenibles”. Pero “a la larga” puede ser mucho tiempo. Las políticas populistas se llaman así precisamente porque son populares; y lo son porque funcionan, por lo menos durante algún tiempo. En una economía deprimida, un estí- mulo fiscal considerable produce repunte en el crecimiento y en la creación de empleo. Si los mercados financieros se entusiasman, el tipo de cambio se aprecia, aplaca las nacientes presiones inflacionarias y abarata las importaciones. Y, como sostiene Guillermo Calvo, economista argentino y profesor de la U. de Columbia, precisamente por insostenibles, las políticas populistas hacen que la gente traslade sus gastos de un futuro incierto al presente. Esto refuerza el impacto expansivo del estímulo, con un efecto que resulta especialmente potente bajo un sistema de tipo de cambio fijo. Por lo tanto, países de la eurozona: ¡cuidado! ¿Cuánto puede durar la fiesta? Depende, ante todo, de las condiciones iniciales. Asimismo, la deuda pública y privada, de hecho se convierte en una restricción, pero cómo y cuándo ello ocurre depende, de manera crucial, de qué tipo de deuda se trate. Los antipopulistas en EE. UU., el Reino Unido y otros lugares, deben aceptar la realidad de que malas políticas dan resultados positivos, tanto económica como políticamente, mucho antes de volverse tóxicas. Claro que el exceso de deuda privada y pública, la pérdida de la capacidad exportadora y el debilitamiento de las instituciones perjudican a la economía (y al orden político), pero solo en el largo plazo. Si los críticos no comprenden esto y actúan de manera acorde, en los países ricos los populistas estarán en el poder por un período tan largo (y destructivo) como alguna vez lo estuvieron en América Latina.
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