Los diez años de Correa
Hace diez años, cuando empezó toda esta revolución, la gente sentía mucha confianza. Pensaba que con el dólar y un hombre joven que promocionaba la esperanza, íbamos a salir del círculo politiquero que nos había dejado tanta inestabilidad económica y política. La primera sospecha que rompió la ilusión apareció en la posesión del cargo, pues no hubo juramento de fidelidad a la Constitución de la República vigente de ese entonces; luego, resultó bastante extraño que se dispusiera el traslado de los restos de Eloy Alfaro. Esto de desenterrar muertos y adherirse a la limpia imagen de históricos revolucionarios fue el primer dato para suponer que el presidente Correa necesitaba sentirse endiosado. La consulta popular, la reforma, la Asamblea Constituyente y el ser él, el presidente, el primero en alejarse, con su conducta y lenguaje, de los principios de esa nueva Constitución, ratificaron que esto se trataba de una ideología que necesitaba destruir a otros y a las frágiles estructuras sociales-políticas para imponer su presencia, ante la cual había que bajar la cabeza. De ahí aparecieron los insultos, las mentiras y sus ca- denas. Las mañanas de los sábados toda la televisión nacional ha tenido un “vengador” exponiendo el daño que le hacen al país “la maldad, la mediocridad, la basura, la limitada mente, la traición, el infantilismo, las gorditas, las coloraditas, la prensa, los imperios extranjeros”, es decir, los “otros” son los enemigos. Pero que lo importante, sin olvidar lo malo del pasado, era que él ya estaba aquí, y su presencia nos había salvado. Los aplausos han acompañado esa sensación de alabanza que necesitaba sentir cada sábado. Empezó a borrar la historia, sacando, discriminadamente, a los ancianos, médicos y profesores. Resolvió qué podemos comprar y qué podemos ver en la televisión. Multó a diarios, fijó en cuarenta millones de dólares la reparación moral de aquello que lo moleste y cerró Teleamazonas. Rafael Correa, con todo un aparato de medios de comunicación a su disposición, sembró odio entre hermanos, hijos de un mismo Dios, que él dice que existe y en el que también dice creer. El domingo tendremos a un nuevo presidente electo. Moreno dice que Correa es su líder, Lasso propone un cambio.