El otro banquero
Tenía once años cuando el país entró en terapia intensiva. Mi madre era una activista por los derechos civiles, de ese tipo de mujeres que no tuvo miedo de salir a las calles a pedir respeto cuando ofendían a la ciudad de Guayaquil y a sus rentas.
Nuestra antigua casa de madera frente a la catedral, permeaba el característico olor de las bombas lacrimógenas, con las cuales la represión militar y policial intentaba callar las calles. Mi hermana María Isabel y yo ya estábamos acostumbradas a mojar las toallas para protegernos de sus efectos, aunque si escuchábamos balas, era momento de refugiarnos en el único lugar de la casa que era de cemento: el baño.
Un paro nacional de nueve días, fuerte crisis económica, las universidades al borde del colapso, presos políticos, muertos y muchos heridos, era el saldo de la rebelión popular del 29 de marzo de 1966. El Estado mayor de las Fuerzas Armadas cesó en sus funciones a la Junta Militar y designó presidente interino a Clemente Yerovi, banquero guayaquileño.
Yerovi gobernó con las maletas hechas, según decía. Solo en siete meses y medio estabilizó y apaci- guó la nación. Se puso tres objetivos: generar confianza, reflotar la economía y convocar a elecciones para la Asamblea Constituyente; los cumplió al pie de la letra. Por haber sido banquero y empresario Yerovi pudo aplicarse por entero a la economía, pues conocía de sus problemas, sabía de la banca, de los seguros, del comercio, de la industria, de la agricultura, de la integración multinacional, del transporte marítimo y terrestre.
Dijo Yerovi: “Desde el punto de vista económico, no sé qué caracterizó más a mi Gobierno, si su pobreza o su austeridad; lo primero
Este 2 de abril necesitamos un nuevo administrador que nos saque de la crisis actual. Como dijo Einstein: “No podemos resolver problemas de la misma manera que cuando los creamos”.