Peligrosa postura anti-Irán de EE.UU.
En las últimas semanas, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y sus asesores se han unido a Arabia Saudita en su acusación de que Irán es el epicentro del terrorismo en Oriente Medio. El Congreso estadounidense, mientras tanto, está preparando otra ronda más de sanciones contra Irán. Pero la caricatura de Irán como “la punta de la lanza” del terrorismo global, según las palabras del rey saudí Salmán, no solo es equivocada sino también extremadamente peligrosa, porque podría conducir a una nueva guerra en Oriente Medio. Ese parece ser el objetivo de algunos exaltados en EE. UU., a pesar del dato obvio de que Irán está en el mismo bando que EE. UU. en la lucha contra Estado Islámico (EI), y que Irán, a diferencia de la mayoría de sus adversarios regionales, es una democracia en funciones. La ampulosidad de la administración Trump hacia Irán, en un sentido, ya se hizo costumbre. La política exterior norteamericana está plagada de guerras extranjeras absurdas, trágicas e inmensamente destructivas que no tuvieron otro objetivo real que perseguir algún hilo equivocado de propaganda oficial. ¿Cómo explicar, si no, los enredos inútiles y enormemente costosos de EE. UU. en Vietnam, Afganistán, Irak, Siria, Libia, Yemen y muchos otros conflictos? El ánimo anti-Irán de EE. UU. se remonta a la Revolución Islámica de 1979 en ese país. Para la población estadounidense, el padecimiento de 444 días del personal de la embajada de EE. UU. que había sido tomado como rehén por estudiantes iraníes radicales constitu- yó un “shock” psicológico que todavía no ha amainado. Pocos norteamericanos toman conciencia de que esta se produjo 25 años después de que la CIA y la agencia de inteligencia británica MI6 conspiraran en 1953 para derrocar al gobierno democráticamente electo del país e instalar un Estado policial bajo el mando del Sha de Irán, para preservar el control anglo-norteamericano del petróleo de Irán, amenazado por una nacionalización. La mayoría de los norteamericanos tampoco es consciente de que la crisis de los rehenes fue precipitada por la decisión poco meditada de admitir al depuesto Sha en EE. UU. para un tratamiento médico, algo que muchos iraníes consideraron como una amenaza para la revolución. Otra razón para el ánimo anti-Irán de EE. UU. es el respaldo de Irán a Hizbulah y Hamas, dos antagonistas militantes de Israel. Las potencias externas son extremadamente tontas al dejarse manipular para to- mar partido en conflictos nacionales o sectarios amargos que se pueden resolver con solo ponerse de acuerdo. El conflicto palestino-israelí, la competencia entre Arabia Saudita e Irán y la relación sunita-chiita requieren de un mutuo acuerdo. Sin embargo, cada bando en estos conflictos alberga la trágica ilusión de lograr una victoria definitiva sin la necesidad de un acuerdo, si solo EE. UU. (o alguna otra potencia importante) libra la guerra en su nombre. Durante el siglo pasado, el RU, Francia, EE. UU. y Rusia han jugado mal el juego de poder de Oriente Medio. Todos han dilapidado vidas, dinero y prestigio. (La Unión Soviética resultó seriamente, si no fatalmente, debilitada por su guerra en Afganistán). Hoy más que nunca, necesitamos una era de diplomacia que enfatice el acuerdo, no otra ronda de demonización y una carrera armamentista que fácilmente podrían desencadenar un desastre.
La política exterior norteamericana está plagada de guerras extranjeras absurdas, trágicas e inmensamente destructivas que no tuvieron otro objetivo real que perseguir algún hilo equivocado de propaganda oficial’.