El guardián del mundo libre
La crisis financiera mundial, que comenzó hace ya diez años, puso de manifiesto que la supervivencia a largo plazo del orden internacional propugnado por Occidente no es inexorable. Se asume que si EE. UU. pierde su puesto de potencia hegemónica en ese orden internacional, China se abrirá camino como nuevo líder mundial. En junio, una sucursal de Repsol realizó perforaciones en el litoral del Mar del Sur de China, perteneciente al área económica exclusiva de Vietnam. China no tardó en reaccionar. Canceló una reunión prevista con Vietnam sobre seguridad y amenazó con atacar su posición en las islas Spratly. Ante la imposibilidad de contar con el apoyo de EE. UU., Vietnam cedió ante China. Antes de la reunión del G20 en Hamburgo, se dio a conocer que el premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo -a quien el gobierno chino tuvo detenido durante casi una década por sus llamamientos en favor de la democracia- tenía cáncer de hígado en estado avanzado. Liu solicitó permiso para recibir tratamiento en el extranjero pero el Gobierno chino se lo negó. Falleció muy poco después. Lejos de condenar tan cruel comportamiento, el silencio se erigió en respuesta de la comunidad internacional, en particular de Europa. Nadie lo mencionó públicamente durante el G20. Nadie quiere contrariar a China. Este puede parecer un comportamiento sensato, sobre todo para Europa, que aún lucha por posicionarse internacionalmente después de años de crisis económica. China es el segundo socio comercial de la Unión Europea, detrás de EE.UU., y es una fuente clave de inversión directa, con aproximadamente 35.000 millones repartidos en la Unión, solo el año pasado. Pero este pragmatismo aparente tiene serios inconvenientes. Quizás, más que cualquier otro actor mundial, Europa tiene interés en que perdure un ordenamiento liberal basado en la cooperación más que en la competencia, sistema que realza sus puntos fuertes. Constituye la base del proyecto europeo: unir Estados a través de principios, normas, valores e intereses comunes. Ello ha permitido alcanzar paz y prosperidad nunca antes vistas en una región por largo tiempo rehén del conflicto y la competencia. Para Europa, el poder blando supera al poder duro. Pero en un nuevo mundo de transacciones ad hoc y relaciones de puro poder estas cualidades beneficiarían en poco a Europa. ¿Qué puede hacer? La adminis- tración Trump parece no tener interés alguno y aún menos capacidad de liderar, sino que aboga por publicitar una visión indefinida y corta de miras de su “América primero”.. Europa debe acomodarse a este período de incertidumbre. Perseverar – aunque con más valentía– seleccionando sus batallas y sopesando riesgos y recompensas; senda desde la que promover los Derechos Humanos y los acercamientos institucionales a un coste razonable. Pero hoy, la triste realidad es que si Europa no alza la voz, nadie lo hará. Un orden internacional dirigido por China tendría claros ganadores y perdedores, siendo los últimos más numerosos. La UE tiene que mantener el rumbo, calibrar la ambición con el realismo, el coraje con la caución. Hoy, el liderazgo es sin duda un horizonte lejano para Europa pero la implicación y la responsabilidad están a nuestro alcance
Quizás, más que cualquier otro actor mundial, Europa tiene interés en que perdure un ordenamiento liberal basado en la cooperación más que en la competencia, sistema que realza sus puntos fuertes’.