Ricardo Estrada
Nos vimos la última vez en el aeropuerto de Guayaquil, él iba a atenderse a Houston y yo viajaba por trabajo. Aún aquejado por una enfermedad que seguramente habría deprimido a cualquiera, desbordaba alegría y sus últimas palabras fueron: “Paul, a mi regreso me gustaría reunirme contigo porque tengo unas ideas de proyectos que quisiera rebotar contigo”. Ese era Ricardo, jamás una queja, siempre una sonrisa y una actitud positiva en medio de tormentas y adversidades.
En el gobierno del doctor Gustavo Noboa ejercía como embajador en Alemania don Werner Moeller; eran momentos de extremas limitaciones económicas y Ecuador debía buscar promocionar su turis- mo y sus exportaciones en una feria en Alemania, evento que costaba $500.000 y no existían los recursos para ello. Recibí la llamada del señor Moeller una mañana, pidiéndome que piense cómo podíamos financiar el evento (su confianza fue una cortesía porque yo nada tenía que ver con el Estado). Por entonces Corpei, bajo la dirección de Ricardo, jugaba un rol trascendente en la promoción de inversiones y exportaciones del país. Mi primer impulso fue llamar a Ricardo y reunirnos. Nos pasamos unas horas pensando en alternativas y finalmente logramos los recursos a través de un canje de deuda. Juntarse con Ricardo era siempre una oportunidad para encontrar ideas, aunar esfuerzos, barajar posibilidades que sin su talento no habrían esta-
Ricardo siempre fue un puente de entendimiento y solución de dificultades ’.