Diario Expreso

En Pujilí pocos conservan la tradición alfarera

Los artesanos cuentan la historia del oficio en su localidad

- (F) YIE

Sus manos que parecen rudas al tacto con el barro se vuelven frágiles y delicadas.

Toma un poco del sedimento y lo moja con agua, parece jugar con la mezcla hasta que toma forma de balón; ese es el segundo paso para convertir esa tierra negra en las más vistosas artesanías.

El primero es buscar el barro; antes iban en burro hasta los cerros El Tejar y Tunduco, ahora lo venden en volquetas que llegan hasta los talleres, recuerda con nostalgia Gustavo Gerardo Ortiz, quien a sus 67 años, dice con satisfacci­ón que esta es la mejor profesión que pudo obtener.

Gustavo habita en la parroquia La Victoria, pertenecie­nte al cantón Pujilí, provincia de Cotopaxi, zona que es considerad­a la cuna de los alfareros. Gustavo es uno de los pocos que quedan y se resisten a dejar morir la actividad ancestral que, según la historia, remarca desde antes de la llegada de Cristo.

El taller de Ortiz se ubica al ingreso de la parroquia, no es el único, pero resalta por las múltiples réplicas y vasijas que están ubicadas desde el patio. En toda la propiedad de más de siete hectáreas se observan las artesanías elaboradas por Gerardo y su familia. Su casa parece sacada de un cuento de hadas.

El barro lo amasa por varios minutos hasta que lo coloca en una piedra y le espolvorea arena blanca para evitar se pegue. En la piedra expande el barro y lo deja listo para llevarlo al torno que es artesanal.

Gustavo se sienta sobre un pedazo de madera y como un amante apasionado, toma con delicadeza el barro y lo acaricia hasta darle las formas que permita su imaginació­n. La actividad, a la que define como un arte, la aprendió de su mamá, y ella de sus padres. Asegura que es la mejor herencia de sus antepasado­s. Enseña con agrado y vehemencia cada proceso. En el torno se tarda cinco minutos para formar un plato. El agua y hojas de eucalipto son funda- mentales para alisar la pieza y que quede sin imperfecci­ones para llevarlas al horno.

Sonia Ortiz, la hija, se da tiempo para ayudarla en la actividad. Su trabajo comienza después de que salen las diferentes piezas quemadas. Las pinta y las decora.

La parroquia está habitada por más de 3 mil habitantes, de estos 80 son alfareros, el resto venden las artesanías que elaboran los ceramistas. “Con el tiempo se ha de terminar esta profesión y todos solo han de comprar para vender. Somos pocos, los antiguos han muerto y los hijos casi no se han interesado. Da pena que se pierda el arte de la alfarería”, menciona con tristeza Gustavo.

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