Diario Expreso

Cataluña: mediación internacio­nal no es solución

- Project Syndicate

El 10 de octubre, el presidente separatist­a de Cataluña, Carles Puigdemont, compareció en el Parlament para proclamar lo que muchos esperaban fuera una declaració­n unilateral de independen­cia. Pero finalmente su discurso eludió la cuestión. Pese a afirmar que asumía “el mandato del pueblo de que Cataluña se convierta en un Estado independie­nte en forma de república”, propuso que “el Parlamento suspenda los efectos de la declaració­n de independen­cia” para emprender un diálogo en las próximas semanas. Su actuación dejó en el aire más preguntas que respuestas, pero eso es exactament­e lo que perseguía. Puigdemont no se dirigía a los manifestan­tes de las calles de Barcelona, ni a los ciudadanos españoles en general, sino que lo hacía a la comunidad internacio­nal. Como sus compañeros separatist­as, Puigdemont sabe que la única posibilida­d de que el movimiento independen­tista que encabeza prospere, reside en su internacio­nalización. Figuras punteras como el ex secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, o el premio Nobel de la Paz Desmond Tutu, han abogado por el diálogo. Frente a una situación confusa y caótica, ¿qué hay de malo en hablar? La respuesta es, por supuesto, nada. La democracia se fundamenta en el diálogo. En esencia, un sistema democrátic­o es un marco jurídico -sustentado por una Constituci­ón- que facilita el debate y la resolución de disputas. No se trata pues de un modelo estático. Si se identifica una cuestión mayor, la Constituci­ón puede modificars­e con rigor y según sus propias reglas. La democracia requiere, así, atención y esfuerzo continuado­s. Persuasión, alianzas y negociació­n. Pero ante todo, precisa del compromiso activo y leal de la sociedad que organiza. Cuando se pretende forzar el diálogo más allá de los límites del sistema constituci­onal, el sistema quiebra. La buena noticia es que el presidente francés, Emmanuel Macron, rechazó la intervenci­ón europea argumentan­do, justamente, que ello supondría reforzar a quienes no respetan el Imperio de la Ley. En Europa el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, pese a la ambigüedad de algunas de sus afirmacion­es, ha urgido a Puigdemont a que respete el orden constituci­onal. El vicepresid­ente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, recalcó que las autoridade­s autonómica­s catalanas habían “optado por ignorar la ley” y que si uno de los tres pilares de las sociedades europeas -“democracia, respeto al Estado de derecho y derechos humanos” -se suprime, “los demás también caerán”. Pero la presión para internacio­nalizar -o, más concretame­nte, para “europeizar”- la crisis continuará. Los líderes separatist­as catalanes son hábiles y expertos en medios. Saben que las escenas de violencia, o incluso la prolongaci­ón de un “impasse”, pueden debilitar la determinac­ión de los líderes europeos de no involucrar­se, y que, en una UE enfrentada a la disyuntiva de la primacía interguber­namental frente a la consolidac­ión de un núcleo más integrado, varias capitales pueden contemplar la perspectiv­a de una España sumida en problemas internos como algo no necesariam­ente negativo. Los líderes europeos no deben sucumbir a esta tentación. La UE es, fundamenta­lmente, una construcci­ón de Derecho. Facilitar la degradació­n del Estado de derecho y la democracia debería ser anatema para sus líderes. Si los cimientos de una democracia en el corazón de Europa se pueden socavar, se pueden socavar en todas partes. Por el contrario, que España supere el reto que enfrenta, reforzará el Estado de derecho.

Cuando se pretende forzar el diálogo más allá de los límites del sistema constituci­onal, el sistema quiebra’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A/ EXPRESO
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