El atávico y aberrante centralismo
EDITORIAL
El centralismo, desde los orígenes de la República (1830) hasta la consolidación del sistema democrático (segunda mitad del siglo XX), ha dado evidencias de una pésima organización, dinámica y sustentación del Estado y sus diferentes instituciones.
Ecuador lo heredó del coloniaje. Este lo implantó para apropiarse de los recursos de las localidades y concentrarlos en la metrópoli, lo cual se constituyó en una práctica jurídica y sociopolítica aberrante, opuesta a cualquier forma de desarrollo que siguieron las sociedades locales. Desde ahí la antigua Provincia de Guayaquil, y la actual provincia del Guayas y la ciudad de Guayaquil han luchado férreamente contra aquello.
Es una política y una práctica que el país debió superar hace dé- cadas. Sin embargo no fue así. Por eso se ha dado la lucha contra esta atávica forma de organización del Estado nacional, que siempre ha sido un verdadero obstáculo y lastre en el objetivo de crear un Estado republicano realmente unitario y descentralizado. A este mal se opusieron Olmedo, Rocafuerte, Pedro Carbo, Benigno Malo, Solano, Peralta, etc. Ellos comprendieron que se debía combatir esta lacra jurídica y política que atenta contra las regiones y localidades.
El centralismo a lo largo de la vida republicana ha sido un factor que impide la efectiva institucionalización de un Estado democrático. Sus creyentes, de izquierda, derecha o centro han creado “seudorazones” para justificar las políticas y prácticas centralistas. Guayaquil desde 1930 al presente lucha intensamente contra esta
La ciudadanía repudia este tipo de acciones que no favorecen la unidad nacional y demuestran cómo el centralismo es un mal atávico que atenta contra la unidad del Ecuador’.
oprobiosa forma de ejercer el poder y de organizar el Estado.
Siempre el argumento contra Guayaquil ha sido que sus “instituciones autónomas son contrarias a un Estado central”. Constantemente han buscado los recursos de esta para trasladarlos a Quito. Hoy estamos ante una nueva práctica centralista respecto a Solca y a importantes obras de arte que quieren ser expropiadas para trasladarlas a la capital. Guayaquil, las sociedades locales del litoral y del resto del país rechazan este tipo de política y práctica que impiden que las instituciones se consoliden respetando la diversidad, sus recursos y las riquezas que ellas tienen. La ciudadanía repudia este tipo de acciones que no favorecen la unidad nacional y demuestran cómo el centralismo es un mal atávico que atenta contra la unidad del Ecuador.