Del albedrío y otros pecados
La semana pasada las redes sociales fueron inundadas con la invitación de un grupo religioso para acudir a protestar en un establecimiento en Samborondón donde se presentaría una obra de teatro que calificaban de blasfema. En el lugar y a la hora de la convocatoria, se exigía a un funcionario del Municipio de Samborondón la clausura del local. El Cabildo justificó los sellos de clausura aduciendo que el local no tenía la autorización para presentar ese tipo de eventos. Todas las personas que se sientan afectadas por otras personas, colectivos o el Estado, tienen derecho a manifestarse. Lo que no está bien es que en un Estado laico una autoridad cierre un establecimiento para que no se presente en él una obra teatral “con tintes religiosos” porque se dejó presionar, afectando el derecho de otros a la autodeterminación. Lo del justificativo (entre nos) guárdenselo porque insulta la inteligencia. Así como nadie puede impedir que las personas se manifiesten en la vía pública contra lo que creen les lesiona, cualquier persona tenía el derecho de ir a ver la obra de teatro. La esencia de la convivencia pacífica es el derecho igualitario a la autodeterminación. Se está volviendo común que unas personas usen la poca educación de otras para manipularlas, la política es un ejemplo. Ya en lo anecdótico, estoy seguro de que la mayor parte de quienes acudieron al lugar a protestar se movieron más por el empaque que por el contenido. La blasfemia es la obra teatral El santo prepucio, de la cual estoy convencido que la mayor parte de los ofendidos no leyeron una letra, por tanto son incapaces de evaluar su mensaje. Es su derecho cerrar los ojos, pero no tienen derecho a imponer que los demás no los abran. Dicho lo anterior, he empezado a preocuparme por la casa de mis padres -no sea que la quemen-, pues aún su biblioteca está repleta de libros de Saramago, Nietzsche y Chauchard. Desde luego también hay una Biblia, y al abrir una de sus páginas me acordé de los funcionarios del Municipio de Samborondón en un lugar donde dice “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
La esencia de la convivencia pacífica es el derecho igualitario a la autodeterminación’.