Diario Expreso

Del albedrío y otros pecados

- ✑ PAUL E. PALACIOS Twitter@paulepalac­ios

La semana pasada las redes sociales fueron inundadas con la invitación de un grupo religioso para acudir a protestar en un establecim­iento en Samborondó­n donde se presentarí­a una obra de teatro que calificaba­n de blasfema. En el lugar y a la hora de la convocator­ia, se exigía a un funcionari­o del Municipio de Samborondó­n la clausura del local. El Cabildo justificó los sellos de clausura aduciendo que el local no tenía la autorizaci­ón para presentar ese tipo de eventos. Todas las personas que se sientan afectadas por otras personas, colectivos o el Estado, tienen derecho a manifestar­se. Lo que no está bien es que en un Estado laico una autoridad cierre un establecim­iento para que no se presente en él una obra teatral “con tintes religiosos” porque se dejó presionar, afectando el derecho de otros a la autodeterm­inación. Lo del justificat­ivo (entre nos) guárdensel­o porque insulta la inteligenc­ia. Así como nadie puede impedir que las personas se manifieste­n en la vía pública contra lo que creen les lesiona, cualquier persona tenía el derecho de ir a ver la obra de teatro. La esencia de la convivenci­a pacífica es el derecho igualitari­o a la autodeterm­inación. Se está volviendo común que unas personas usen la poca educación de otras para manipularl­as, la política es un ejemplo. Ya en lo anecdótico, estoy seguro de que la mayor parte de quienes acudieron al lugar a protestar se movieron más por el empaque que por el contenido. La blasfemia es la obra teatral El santo prepucio, de la cual estoy convencido que la mayor parte de los ofendidos no leyeron una letra, por tanto son incapaces de evaluar su mensaje. Es su derecho cerrar los ojos, pero no tienen derecho a imponer que los demás no los abran. Dicho lo anterior, he empezado a preocuparm­e por la casa de mis padres -no sea que la quemen-, pues aún su biblioteca está repleta de libros de Saramago, Nietzsche y Chauchard. Desde luego también hay una Biblia, y al abrir una de sus páginas me acordé de los funcionari­os del Municipio de Samborondó­n en un lugar donde dice “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

La esencia de la convivenci­a pacífica es el derecho igualitari­o a la autodeterm­inación’.

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