Libertad de culto
La libertad de culto es la segunda de las cuatro libertades fundamentales que todos los hombres deberían gozar en cualquier lugar del mundo, según lo enunciara el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en su célebre discurso de enero de 1941, estando casi por concluir la II Guerra. Pero el goce de esta libertad, como el de las demás libertades y derechos, tiene como límite la libertad y el derecho de los otros, los cuales debemos respetar. El asunto es particularmente sensible respecto del ejercicio de la libertad de culto, pues la religiosidad es la declaración de nuestras más íntimas convicciones en relación con nuestra concepción de la trascendencia, lo intemporal, lo eterno. Lo que para nosotros es sagrado debe ser respetado por los otros, compartan o no nuestras creencias. De allí que la humillación o la burla de lo que para nosotros es sagrado es ofensa que nunca en realidad lograremos asimilar. Y nuestra reacción habrá de darse siempre, aunque sea en el fondo de nuestra psiquis, en las formas más ocultas, más inconscientes. Recuérdese las burlas a la imagen del profeta Mahoma en el periódico satírico francés Charlie Hebdo y la retaliación sangrienta de un puñado de fundamentalistas musulmanes. Con las debidas distancias, la noche del jueves de la semana pasada se dio una manifestación de protesta en los exteriores del teatro Pop-up, ubicado en la vía a Samborondón, contra una de las obras presentadas, la parodia teatral El santo prepucio, que los manifestantes consideraron ofensiva a sus principios religiosos, con consignas como “No te metas con mi fe”. Esto llevó a que el local fuera clausurado por orden del comisario municipal de Samborondón, y aunque el sábado fue reabierto, la obra que estaba presentándose, tildada de “blasfema” por grupos religiosos que iniciaron las manifestaciones en su contra desde la iglesia Santa Teresita del Niño Jesús hacia el teatro, fue retirada de cartelera.
Los modos de expresión que en alguna forma se burlan de ritos y prácticas religiosas, así fuera bajo el ropaje de la parodia o la comedia, son asunto muy delicado. No es cuestión a resolverse con simplismos ni definiciones peyorativas. “No te metas con mi fe” es mucho más que un apotegma de fanáticos.