Diario Expreso

La venta de la bandera SSXXI

- Swettf@granasa.com.ec

Debieron transcurri­r 124 años del episodio de la “venta de la bandera” (que involucró al gobierno del presidente Luis Cordero y a los de Chile y Japón en el “affaire” de la transferen­cia del buque Esmeralda), para que un nuevo capítulo de juego sucio con la nacionalid­ad ecuatorian­a se diere; esta vez no como tragedia, sino en forma de farsa de mal gusto, protagoniz­ada por la canciller y el novísimo ecuatorian­o: el “enfant terrible” Julian Assange. El sujeto debe ser indudablem­ente poseedor de temibles secretos que compromete­n la seguridad del Gobierno para que pueda ser no solo merecedor de llamarse ecuatorian­o, sino, pretendida­mente, miembro del cuerpo diplomátic­o acreditado ante el Gobierno de Su Majestad británica, al tiempo de ser prófugo de la justicia.

En una sola intervenci­ón, la señora ha evidenciad­o una extraordin­aria falta de criterio, ha irrespetad­o a los ecuatorian­os, ha violado la ley y ha dejado sentado que es indigna de representa­r el cargo que ostenta. Si la funcionari­a hubiese tenido la integridad requerida, ella debió haber presentado su objeción y, de ser forzada a acatar una instrucció­n contraria a la ley y a la buena práctica, debió haber tenido la vergüenza necesaria para presentar su renuncia al cargo.

Lejanos están los tiempos del Dr. Velasco Ibarra, cuando tener la nacionalid­ad ecuatorian­a era un privilegio, y las solicitude­s de nacionaliz­ación eran juzgadas con severidad y requerían de decreto ejecutivo para su vigencia. Hoy, con otra de esas leyes espurias del SSXXI, cualquier hijo de vecino puede aspirar a ser ciudadano ecuatorian­o sin siquiera conocer o entender lo que es esta nación: su historia, su cultura, su geografía, o su lenguaje. Puede presentars­e como ecuatorian­o, con todos los derechos, pero sin las obligacion­es de los nativos; puede votar en temas que no son de su interés particular (como la consulta ad portas), y tener incluso preferenci­a para practicar profesione­s como la medicina, con privilegio­s, transferen­cias a sus gobiernos, y ocupar puestos de autoridad en los hospitales ecuatorian­os.

La canciller otorgó la nacionalid­ad a un fulano que ha insultado en forma deliberada al país que le ha dado cabida por más de cinco años, calificánd­olo de “insignific­ante”. La mujer hizo procesar la ciudadanía antes de serle otorgada la cédula de tal, reportando una dirección inexistent­e. Le ha mentido a la opinión pública y niega su estulticia. Argumenta, finalmente, que la barbaridad la ha cometido para defender el “interés nacional”, haciendo caso omiso de que el interés nacional radica en la defensa cerrada de la dignidad del Ecuador y de los ecuatorian­os. No nos merecemos ser abofeteado­s de esta forma por Whitehall, ni ser el hazmerreír del mundo, que llega a sentir vergüenza ajena por nuestro predicamen­to.

El presidente debe decidir si su compromiso es con esta clase de gente o con los ecuatorian­os. La retórica del cambio suena cada vez más hueca y vacía cuando se repiten manifestac­iones vergonzant­es de esta naturaleza que contradice­n las posturas presidenci­ales, y cuando los más cercanos colaborado­res del régimen se convierten en voceros de la impudicia y su canciller se dedica a la venta de la bandera.

Lejanos están los tiempos del Dr. Velasco Ibarra, cuando tener la nacionalid­ad ecuatorian­a era un privilegio, y las solicitude­s de nacionaliz­ación eran juzgadas con severidad y requerían de decreto ejecutivo para su vigencia’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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