Ya están aquí
Los carteles de la droga compiten en un “libre mercado” llamado Ecuador. El genio del mal nos lo dejó perfectamente bien diseñado para que -no uno, sino tres carteles de la droga (Sinaloa, Clan del Golfo y Jalisco) - se disputasen las rutas desde este país. Ese es su legado. Y claro, el narcotráfico nunca viene solo. Necesita un complemento indispensable para subsistir: la guerrilla. ¿Y saben por qué? Porque es un negocio. Hay un área de producción y comercialización -el narcotráfico propiamente dicho- y un área de “seguridad”, que es la guerrilla. Además, esta es la justificación ideológica de la actividad para seducir a las poblaciones abandonadas por los gobiernos de salón, propios de Latinoamérica. La lucha contra la tiranía, el sistema, el capitalismo y todas esas paparruchas, es la forma de defender la insurrección armada. Por eso poco a poco comenzamos a entender el porqué de lo que nos ha pasado. Como la desmembración de Santa Elena de la provincia del Guayas. El genio del mal requería tener nuevos órganos administrativos y jueces bajo su control. Así podía aprovecharse de los comuneros y traspasar sus tierras a sus panas del cartel; y de paso, ayudar a los de las avionetas si caían presos, diseñando un esquema propicio para que “el negocio” prosperara sin problemas. He escuchado a detractores de Febres-cordero decir la frase “¡ah! …si León estuviera aquí, esto no pasaría”. Nada más cierto. Parece mentira afirmar que el haberse robado el futuro, quebrarnos y endeudarnos “hasta las patas” no sea lo peor. Pero el mayor daño es su mortal legado. Y es que ellos ya están aquí. Y vinieron para quedarse. Ya son “duros”. Dueños de tierras, tienen dinero, abogados y amigos influyentes. ¿Echarlos? Imposible. Claro, su “libre mercado” ya no es el mismo. Tendremos radares, helicópteros, cooperación israelí y de EE. UU. Y el terror será su letal arma por combatirlos. La usarán para recuperar su “libre mercado” tan bien garantizado por el monstruo. No fue Odebrecht su peor crimen. Por eso no debemos cejar hasta verlo en el único lugar que se merece: la cárcel.