En guerra
El plazo de diez días que dio el presidente para que alias Guacho se entregara, feneció. Y los ecuatorianos nos quedamos con ese sinsabor de que aquí no pasó nada, pese a la firme y sagaz advertencia de que, o se entregaba a la justicia, o acompañaba “a nuestros queridos hermanos en su tránsito, pero por supuesto con diferente dirección”. ¡Buena frase! Me hizo recordar aquella fantástica y retórica locución que reza: “Perdonar a los terroristas es cosa de Dios, enviarlos con él es cosa mía”.
Los ecuatorianos estamos cansados, queremos respuestas, exigimos acción. Las multitudinarias marchas y pedidos de paz no paran y lastimosamente, las amenazas y advertencias no fueron suficientes.
No permitamos que nuestras pacíficas marchas se conviertan en reclamos desesperados producto de políticas erradas, como ahora ocurre en Nicaragua y Venezuela, en donde el pueblo, saturado, ha salido a las calles para exigir la salida de sus gobernantes. Están hartos de vivir bajo regímenes con tintes dictatoriales, disfrazados de democracia y perennizados en el poder por más de diez años.
Debemos reconocer la buena actitud de este gobierno que, a pesar de haber sido parte de las filas del régimen de la década perdida, ha decidido desmarcarse de esas prácticas y teorías seudocomunistas para, sin tapujos, abrir las puertas de nuestro país a la ayuda internacional calificada y ponerse en pie de lucha contra la plaga del narcotráfico y sus ramificaciones.
Señor presidente, lo que no funciona hay que desecharlo y no esperar vergonzosos juicios políticos. Se deben iniciar los cambios de fondo para incorporar a funcionarios capaces y con la experiencia necesaria para el manejo de una crisis como la que atravesamos.
El soporte internacional con tecnología y conocimiento es clave para evitar que los narcodelincuentes del norte crucen a nuestro territorio de paz. Esta lacra social no conoce de soberanías, fronteras o principios, hablan el idioma de la guerra y así deben tratarlos.