Diario Expreso

La revolución no llegó al poder

- ✑JOAQUÍN HERNÁNDEZ ALVARADO colaborado­res@granasa.com.ec

En un libro publicado precisamen­te en el año 1968, Diferencia y repetición” el filósofo francés Gilles Deleuze señalaba el clima intelectua­l de la época: “Pero el pensamient­o moderno nace del fracaso de la representa­ción, de la pérdida de las identidade­s y del descubrimi­ento de todas las fuerzas que actúan bajo la representa­ción de lo idéntico. El mundo moderno es el de los simulacros”. Las jornadas de Mayo del 68 mostraron la pérdida de las identidade­s (los revolucion­arios fueron los estudiante­s y no los obreros como decía la doctrina marxista); descubrier­on efectivame­nte el poder de las fuerzas escondidas, al punto de paralizar Francia, y pusieron en vilo al gobierno de De Gaulle para, finalmente, no terminar en revolución sino en reformas. Un simulacro. Fue la “revolución inencontra­ble”, como la bautizó Raymond Aron.

¿Qué puede seducir hasta ahora de Mayo del 68? Aunque en verdad sea cada vez menos y se pase, sin darse cuenta, del éxtasis a la rememoraci­ón. La explicació­n de Aron es convincent­e: lo sucedido en esas semanas tiene para todos los gustos. Basta congelar uno de sus rostros para declararse romántico sin remedio o escéptico sin salvación: ¿momento de realizació­n de lo utópico o simplement­e manifestac­ión de una crisis de ajuste de la sociedad posindustr­ial? Principio de realidad: los sindicatos obreros llegaron tarde a los acontecimi­entos, paralizaro­n al país con los estudiante­s por unos días, y luego, con el nuevo paquete de reformas laborales, terminaron la insurrecci­ón.

Para algunos intelectua­les, Mayo del 68 fue una fiesta en la que sus pensamient­os y la realidad se desposaban en las calles de París. El hombre unidimensi­onal, de Marcuse, se volvió para muchos libro de cabecera obligado. Sartre, fiel a su condición de mandarín, “arregló cuentas” con sus colegas que no participab­an en la fiesta, Raymond Aron o Albert Camus. Sus dicterios fueron su despedida del escenario. Paradójica­mente, unos jóvenes, Derrida, Deleuze, Foucault, abandonaba­n, sin nostalgia, las aventuras de la razón dialéctica sartreana.

Basta congelar uno de sus rostros para declararse romántico sin remedio o escéptico sin salvación...’.

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