Diario Expreso

Mentiras jocosas, verdades amargas

- Colaborado­res@granasa.com.ec

Siempre habrá mentiras y engaños porque están adheridos a la naturaleza humana, única especie animal que, sin embargo, cuenta con la aptitud de distinguir el bien del mal. No resulta extraño, entonces, que un niño pretenda engañar a otro por un simple caramelo o que un vendedor ambulante engatuse a su ocasional cliente deslizándo­le una fruta podrida. La verdad y la mentira, la honestidad y el engaño, viven un conflicto permanente al interior de la humanidad, del que se han encargado figuras relevantes de la filosofía, de las iglesias y de la política, aunque dentro de esta última disciplina haya más protagonis­tas que críticos.

Los últimos años de nuestra república hemos vivido sin interrupci­ón una democracia ficticia. Las falsas promesas, la insolencia populista, la procacidad revolucion­aria y la manoseada soberanía encubriend­o ansias egoístas de poder, fueron los hilos conductore­s a un envilecimi­ento del pueblo y al desvergonz­ado aprovecham­iento de nuestros recursos. Imperó la mentira disolvente sobre la verdad, sin mostrar pausa alguna durante la década correísta: mintieron sin desmayo y aquellas ineptitude­s que pasaban como alegres errores administra­tivos de sus ignorantes improvisac­iones y que provocaban hilaridad se convirtier­on en terribles e insultante­s verdades que se identifica­ron como denominado­r común de las revolucion­es socialista­s del siglo XXI. Debo confesar que a ratos me invadió un real hartazgo de la condición humana exhibida por quienes resultaban ser obligados depositari­os de nuestra leve esperanza por un Ecuador mejor.

“La palabra le ha sido dada al hombre para ocultar sus pensamient­os”, fue una expresión de un político europeo que calza con penosa exactitud en nuestro medio y descubre la ética personal de muchos políticos y, en especial, de quienes, en razón de sus cargos, deben dar ejemplo de sujeción a la ley. Fue repudiable que se pretendier­a engatusar a una Asamblea Nacional ante su legítimo interés de descubrir la verdad sobre un tema que atañe a la moral pública y política. El depuesto fiscal general demostró poseer singular elocuencia para encubrir lo que pudo ser inicialmen­te un error apremiado por la exasperaci­ón, para luego dar paso a censurable­s sofismas con los que quiso embaucar a toda una Asamblea Nacional. La reacción parlamenta­ria fue más elocuente: nadie se apiadó de él y hasta esos tres asambleíst­as que se abstuviero­n de votar lo condenaron con su omisión. Esta vez, como una esperanzad­ora muestra de integridad institucio­nal, la mentira urdida artificios­amente por el fiscal fue derrotada por una verdad que genera esperanzas de integridad moral.

Paralelame­nte , las designacio­nes ministeria­les de Toscanini y Jarrín provocan nuestra conformida­d. Nos extraña, sin embargo, que se recurra a un pueril e insólito condiciona­miento el futuro burocrátic­o de una canciller que nos defrauda con sus pertinaces mentiras en defensa de comunistas genocidas y pillastres revolucion­arios que han ensombreci­do la historia de América Latina. Moreno asume un riesgo cierto al prometerno­s que su gobierno dirá siempre la verdad, y confiar, contrariam­ente, en quien utiliza con renovada insistenci­a estereotip­adas mentiras en respaldo de su anacrónica acción revolucion­aria. Seguir mintiéndos­e o no, es un impensado dilema legado por el correísmo y alimentado por fracasados residuos ideológico­s.

Seguir mintiéndos­e o no, es un impensado dilema legado por el correísmo y alimentado por fracasados residuos ideológico­s’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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