Banalidad democrática en AL
EDITORIAL
Mientras algunos sectores del continente observan con satisfacción el claro declive de los gobiernos que decidieron adscribirse en el denominado socialismo del siglo XXI, no son menos ostensibles las dificultades a que someten a sus pueblos los representantes de la derecha, que ahora se aglutinan bajo el membrete de neoliberales. ¿Qué está ocurriendo en la Patria Grande que regímenes de signos ideológicos distintos no logran el deseado anhelo compartido de ser gestores del progreso de sus pueblos?
Sin duda, el continente asiste a las manifestaciones más evidentes de lo que algunos politólogos contemporáneos denominan la banalización de la democracia, producto de la decadencia funcional de un instrumento imprescin- dible para su buena marcha: los partidos políticos. En efecto, tal cual se ha expresado con dureza, cada vez más, los que deberían ser instrumentos de la relación pueblo-gobierno, se han sesgado en función del gobierno. Así, la democracia y sus cultores son cada vez menos pueblo (menos “demos”) y más “kratos”: gobierno. Por ello la acción de los partidos se hace visible solo durante los periodos electorales. Entonces se acercan al pueblo. El resto del tiempo pugnan por ser parte del gobierno en cargos de elección popular o por designación directa.
En ese escenario, insuflado de un pragmatismo que limita con el oportunismo, reconocer las reales necesidades de los habitantes, que no ciudadanos, se vuelve sumamente complicado. Los partidos ni remotamente cumplen
Latinoamérica está sometida a una condición lamentable: la decadencia de sus otrora representativas fuerzas políticas’.
su rol de educar políticamente a sus seguidores, aunque cuenten con asignaciones del dinero público para ello; y casi no existen publicaciones elaboradas por ellos. Cuando ese utilitarismo toma casi todo el acontecer político, se borran las diferencias ideológicas y la política degenera exclusivamente en búsqueda de poder, sin otro esfuerzo que la consecución de recursos para garantizar una buena campaña publicitaria, que ni de lejos recuerda la propaganda que difundía ideas.
Es tanta la confusión, que de la próxima campaña electoral de Colombia se dice que los candidatos son de derecha o de extrema derecha. No hay alternativa real, pese a los antecedentes de uno de los contendientes. Igual ocurre en México donde, pese a sus proclamas todos parecen representar un férreo continuismo.