La trampa de las reglas alemanas
Europa tiene un nuevo problema alemán. No se origina en ambiciones hegemónicas ni del tipo que podría tentar a una agresión; tiene relación con la renuncia de Alemania a cualquier sentido de responsabilidad en común para Europa, a pesar de ostentar una economía tan robusta (desde 1945). El resultado de esta actitud (“haced como nosotros o dejadnos solos”) lleva a la inercia, en momentos que Europa necesita desesperadamente un impulso. Hoy Francia está llevando a cabo las reformas internas que Alemania tanto había esperado, y presionando para un cambio a nivel de UE. El presidente francés Emmanuel Macron quiere crear una UE soberana que pueda resistir la presión de figuras como los presidentes Donald Trump de EE. UU., Vladimir Putin de Rusia Xi Jinping de China y Recep Tayyip Erdogan de Turquía. Lamentablemente, Alemania se resiste a las propuestas francesas. Si bien la canciller Ángela Merkel suele alabar a Macron por su valentía y metas políticas, parece reticente a aceptar cualquier medida que fortalezca la UE. Reconocer que la eurozona solo puede funcionar sobre una base de interdependencia y solidaridad sería pensar precisamente del modo que los ordoliberales alemanes rechazan. Ven la economía supranacional como la suma de las economías nacionales. Para ellos, la solidaridad se sustenta en una gestión consistente. Esta forma de razonar lleva a tres líneas de argumentación que impiden un análisis estratégico básico. Primero, Alemania cree en la ficción egoísta de que no debe nada a nadie por su prosperidad. Pero conocemos muy bien el grado de dependencia de la economía alemana de la demanda europea, y cuánto se beneficia de la subvaloración del “euro alemán” (mientras el “euro italiano” sufre de sobrevaloración). Alemania es el país que más se beneficia de las políticas del Banco Central Europeo. Segundo, Alemania insiste en que toda desaceleración se debe enfrentar con mayor disciplina y austeridad, no con políticas anticíclicas. Según líderes alemanes, no importa lo graves que sean los efectos de un enfoque así: son el precio de la redención tras cometer el pecado de acumular un nivel de deuda excesivo. Finalmente, Alemania está convencida de que en una economía de mercado el Estado tiene la responsabilidad de fijar reglas, no dirigir las decisiones de los actores económicos. Esto pasa por alto el hecho, puesto de relieve por un estudio reciente de Guntram B. Wolff, de que es el resultado no del frenético deseo de los hogares maduros de ahorrar más, sino de la subinversión de las empresas que buscan resistir la presión salarial al alza. Esto presenta a Francia un serio desafío. Una opción para superar la obstinación alemana sería una serie de pequeños acuerdos, pero que podrían llevar a concesiones mínimas e incluso ilusorias. La alternativa sería un momento decisivo que muestre el debate al público europeo. Quizás esto era lo que Macron ya intentó iniciar. Una confrontación así no tendría por qué bloquear los avances en otros temas como seguridad fronteriza, inversiones en sectores industriales del futuro, tributación de los gigantes tecnológicos estadounidenses y defensa del multilateralismo. La integración europea debe mucho a la Francia de Robert Schuman y la Alemania de Helmut Kohl, con la prioridad que ambos dieron a los intereses europeos estratégicos por sobre la búsqueda de ventajas nacionales inmediatas. Hoy Macron está listo para actuar de manera similar, pero necesita un par alemán dispuesto a desafiar el rigor ordoliberal en nombre de la prosperidad paneuropea. Lamentablemente, no está del todo claro que vaya a ser Merkel.
El presidente francés Emmanuel Macron quiere crear una UE soberana que pueda resistir la presión de figuras como el presidente estadounidense Donald Trump’.