Redescubrir la energía nuclear
En la Conferencia de NN. UU. sobre Cambio Climático en 2015 en París, los líderes mundiales parecieron por fin reconocer la realidad, mas su respuesta es fundamentalmente errada: depende de “fuentes de energía renovables” (solar, hídrica o eólica, y biocombustibles) que en realidad son perjudiciales para la naturaleza. Irónicamente, la mejor opción que tiene el mundo es confiar en una fuente de energía que suele ser demonizada: la nuclear. La generación hídrica, eólica y solar no puede proveer un suministro de energía confiable de la magnitud necesaria para una economía moderna. Un sistema hidroeléctrico capaz de generar la misma cantidad de energía que un equivalente impulsado por carbón tendría que ser enorme, con altos costos ambientales y humanos. De igual modo, para competir con una central a carbón de un gigavatio se necesitan varios cientos de turbinas en granjas eólicas. Lo mismo vale para las granjas solares: para que sean competitivas deben ser inmensas, extendidas sobre vastas superficies de campo. Incluso si estas estructuras masivas y ambientalmente dañinas se instalaran, no podrían producir un suministro confiable de energía suficiente. Si fuera posible almacenar en forma eficiente la energía no utilizada, los períodos malos se podrían compensar, pero la tecnología de las baterías no se puede mejorar más allá de lo que permiten las leyes de la química. Algunos dicen que la solución es usar biocombustibles (etanol y biodiésel), que en ciertos lugares están subsidiados. Pero estos tienen el mayor impacto ambiental entre todas las fuentes de energía renovables: su producción demanda grandes áreas de bosque y tierra cultivable, y generan un aumento de la emisión neta de dióxido de carbono. La nuclear es una fuente de energía sin emisión de carbono que no tiene estas desventajas ambientales. El combustible nuclear tiene 100.000 veces la densidad de energía del carbón, de modo que una central nuclear de un gigavatio solo demanda 15 ha de tierra. Centrales modulares más pequeñas pueden combinarse con el paisaje sin alterarlo, los minerales nucleares están geográficamente bien distribuidos y el combustible es fácil de transportar y almacenar. Las centrales nucleares (capaces de operar por 60 años) son más tolerantes a extremos meteorológicos que las plantas eólicas o solares. Pese a estas ventajas, los países se niegan a invertir en nuevas centrales nucleares, e incluso cierran las que ya hay. Esto se debe a una falta de comprensión sobre el hecho de que estamos expuestos a radiaciones de procesos nucleares (parte integral de la naturaleza) todos los días. Las actitudes públicas hacia la energía nuclear y la radiación nunca se recuperaron de la conmoción de las bombas nucleares arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Pero los efectos a largo plazo de la radiación liberada por las bombas han sido muy exagerados. Algo similar ocurre con los accidentes de Chernóbil y Fukushima. El mundo debe superar la fobia a la radiación y aceptar normas más flexibles para el uso de energía nuclear, basadas en evidencia empírica. Lo que más se necesita es voluntad política para cuestionar el “statu quo” y tomar decisiones inteligentes y previsoras, junto a una mejor educación de la opinión pública. La energía nuclear es la mejor elección para nuestro futuro colectivo. Deberíamos adoptarla.
Para evitar apagones sería necesario construir generadores de respaldo confiables y mantenerlos en modo de espera, a un costo imputable a las fluctuantes energías renovables’.