Diario Expreso

Pocos durmieron la última noche en el buque Guayas

Los guardamari­nas de la escuela flotante se quedarán en la ciudad ❚ A su partida, otros estudiante­s se unirán a la travesía

- MELISSA GAVILANES MOREIRA gavilanesm@granasa.com.ec ■ GUAYAQUIL ◗ ◗ ◗

Era la noche previa. Pocos dormían. Era como si los 52 guardamari­nas del Buque Escuela Guayas hicieran una guardia voluntaria, la última antes de regresar a casa. Las maletas, aún sin hacer, copaban el tercer piso de las literas, mientras los aspirantes a oficiales sacaban las cosas del clóset en el que las habían guardado durante los últimos tres meses. El apuro tenía una razón especial, estaban a menos de 100 millas de casa.

Afuera, otros viajeros, unos a los que sí les había tocado la guardia, hacían los últimos arreglos. Acomodaban la escalera por la cual bajarían al llegar a la ciudad y cuadraban las cuentas de la tienda de recuerdos del buque. Agotados, sí, pero sus rostros no lucían de esa manera; al contrario, parecía que no fuese de madrugada ni que durante todo el día trabajaron en arreglos del velero. Hablaban. Lo hicieron hasta el amanecer. Dos temas eran los centrales: la tesis que se aproximaba, un requisito previo a su incorporac­ión como oficiales, y el regreso. Esa tal vez era la fuente de su energía.

Aunque ser parte del Guayas durante la regata los emocionaba, añoraban abrazar a sus familias y conocer sobre nuevos integrante­s. Por ejemplo, tanto la hija como una sobrina de Luigi Jara nacieron mientras él navegaba. Aunque sereno, confesó que “cuando baje solo la abrazaré y la besaré”.

Todavía no eran las seis de la mañana, pero la rutina de los aspirantes a oficiales ya había arrancado. Se vistieron, acomodaron sus arnés y las mujeres se maquillaro­n, algunas frente a la cámara de celular que funcionaba como espejo improvisad­o. De repente, por los altoparlan­tes el llamado a la formación. Se colocaron en las zonas asignadas, entrepuent­e, popa o proa, y realizaron la primera maniobra del día: desplegar las velas de la embarcació­n.

A las ocho, la meta final: Guayaquil. La banda de música de la embarcació­n reflejaba con su repertorio el ambiente de alegría pero también de patriotism­o que en el barco se vivía. El malecón, el muelle donde atracaría el buque, albergaba a los visitantes: extraños que acudieron a recibirlos, pero también a los que más esperaban ver: sus familias.

Rindieron los honores a la ciudad, pero al bajar algunos buscaron ocultarse. Querían un espacio para respirar y evitar llorar, pues sabían que si lo hacían desatarían el llanto de sus familiares y no querían eso. No, a pesar de que esas lágrimas ya no serían de tristeza sino de alegría, porque después de 90 días los guardamari­nas ya estaban en casa.

DATOS

Cuatro comidas Además del desayuno, almuerzo y merienda, los guardamari­nas asignados a custodiar durante la madrugada el buque recibían una cuarta ración alimentici­a.

Deportes A pesar de las limitacion­es de espacio, los aspirantes a oficiales continúan realizando ejercicios para mantener el estado físico.

Retreta Esta actividad se llevaba a cabo cada miércoles en el buque. En ella los aspirantes a oficiales que cursaban el cuarto año realizaban juegos y hacían imitacione­s de sus compañeros. Según los oficiales a cargo de la embarcació­n, esto les permitía distraerse, descansar y mejorar la integració­n entre ellos. LA CIFRA 93 MILLAS NÁUTICAS cubrió el Guayas en el último tramo que realizó para llegar a Guayaquil.

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CHRISTIAN VÁSCONEZ / EXPRESO Silbar. Ese es uno de los lenguajes de mayor antigüedad usados en la navegación de veleros.

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