Pocos durmieron la última noche en el buque Guayas
Los guardamarinas de la escuela flotante se quedarán en la ciudad ❚ A su partida, otros estudiantes se unirán a la travesía
Era la noche previa. Pocos dormían. Era como si los 52 guardamarinas del Buque Escuela Guayas hicieran una guardia voluntaria, la última antes de regresar a casa. Las maletas, aún sin hacer, copaban el tercer piso de las literas, mientras los aspirantes a oficiales sacaban las cosas del clóset en el que las habían guardado durante los últimos tres meses. El apuro tenía una razón especial, estaban a menos de 100 millas de casa.
Afuera, otros viajeros, unos a los que sí les había tocado la guardia, hacían los últimos arreglos. Acomodaban la escalera por la cual bajarían al llegar a la ciudad y cuadraban las cuentas de la tienda de recuerdos del buque. Agotados, sí, pero sus rostros no lucían de esa manera; al contrario, parecía que no fuese de madrugada ni que durante todo el día trabajaron en arreglos del velero. Hablaban. Lo hicieron hasta el amanecer. Dos temas eran los centrales: la tesis que se aproximaba, un requisito previo a su incorporación como oficiales, y el regreso. Esa tal vez era la fuente de su energía.
Aunque ser parte del Guayas durante la regata los emocionaba, añoraban abrazar a sus familias y conocer sobre nuevos integrantes. Por ejemplo, tanto la hija como una sobrina de Luigi Jara nacieron mientras él navegaba. Aunque sereno, confesó que “cuando baje solo la abrazaré y la besaré”.
Todavía no eran las seis de la mañana, pero la rutina de los aspirantes a oficiales ya había arrancado. Se vistieron, acomodaron sus arnés y las mujeres se maquillaron, algunas frente a la cámara de celular que funcionaba como espejo improvisado. De repente, por los altoparlantes el llamado a la formación. Se colocaron en las zonas asignadas, entrepuente, popa o proa, y realizaron la primera maniobra del día: desplegar las velas de la embarcación.
A las ocho, la meta final: Guayaquil. La banda de música de la embarcación reflejaba con su repertorio el ambiente de alegría pero también de patriotismo que en el barco se vivía. El malecón, el muelle donde atracaría el buque, albergaba a los visitantes: extraños que acudieron a recibirlos, pero también a los que más esperaban ver: sus familias.
Rindieron los honores a la ciudad, pero al bajar algunos buscaron ocultarse. Querían un espacio para respirar y evitar llorar, pues sabían que si lo hacían desatarían el llanto de sus familiares y no querían eso. No, a pesar de que esas lágrimas ya no serían de tristeza sino de alegría, porque después de 90 días los guardamarinas ya estaban en casa.
DATOS
Cuatro comidas Además del desayuno, almuerzo y merienda, los guardamarinas asignados a custodiar durante la madrugada el buque recibían una cuarta ración alimenticia.
Deportes A pesar de las limitaciones de espacio, los aspirantes a oficiales continúan realizando ejercicios para mantener el estado físico.
Retreta Esta actividad se llevaba a cabo cada miércoles en el buque. En ella los aspirantes a oficiales que cursaban el cuarto año realizaban juegos y hacían imitaciones de sus compañeros. Según los oficiales a cargo de la embarcación, esto les permitía distraerse, descansar y mejorar la integración entre ellos. LA CIFRA 93 MILLAS NÁUTICAS cubrió el Guayas en el último tramo que realizó para llegar a Guayaquil.