El adiós a pesar de la distancia
En la basílica menor de La Merced, en el centro de Guayaquil, se efectuó ayer, a las 10:00, la misa en memoria y despedida del equipo periodístico asesinado. un misterio. “Falta tanto -se lamenta entre lágrimas Anabella, la hermana de Kathy- ya mismo se cumplen tres meses y todavía no hay ninguna clase de noticia”. Levanta un cartel con los dos rostros y asiste a la misa con los ojos enrojecidos y el corazón cargado de negros presentimientos.
La iglesia está llena de gente y de flores. Al pie del altar, los tres féretros cubiertos con banderas tricolores y enterrados bajo una montaña de rosas blancas terminan siendo rodeados por una pequeña multitud de periodistas en llanto. Para los compañeros de oficio de los tres asesinados no es la retórica del cumplimiento del deber lo que conmueve, es la incómoda certeza de que lo mismo pudo haberle ocurrido a cualquiera de ellos.
Que estas muertes no sean absurdas, pidió Eugenio Arellano, el vicario de Esmeraldas que concelebró la ceremonia con varias autoridades de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. “Que sirvan para ayudar a la sociedad ecuatoriana a posicionarse ante algunos problemas. Que nos ayuden a entender que solo solucionaremos los problemas de la frontera norte con desarrollo, con educación de calidad, con salud y oportunidades para todos. En eso consiste la paz”.
Volvieron a gritarse los nombres de los asesinados; Volvieron a escucharse las consignas de la Plaza Grande; hubo ofrendas de herramientas periodísticas (una libreta de apuntes, una cámara de fotos, las llaves de una camioneta) que se depositaron sobre el altar; y aplausos (furiosos, sentidos, prolongados) para Yadira Aguagallo y su clamor de justicia: “Justicia -dijo ella- para quienes perpetraron este crimen horrendo; justicia para quienes lo permitieron; justicia para quienes no lo pudieron evitar”.
Y más lágrimas al final, cuando el cantor popular Jaime Guevara (una presencia inesperada) pasó al frente con su guitarra de palo bajo el brazo y cantó “Chao compañeros nuestros” con su entrañable voz de barricada. Y más gritos y más consignas. Los periodistas, decenas de ellos, se congregaron en torno a los ataúdes y permanecieron un buen rato en silencio, abrazados unos a otros. Finalmente se dividieron en tres grupos, los cargaron sobre sus hombros y salieron con paso lento y oscilante por el pasillo central hacia la lluvia.
GUAYAQUIL