Diario Expreso

Sepamos corregir

- ABELARDO GARCÍA CALDERÓN colaborado­res@granasa.com.ec

Quedó como quien ya no tiene más por qué gritar, sintiendo cómo a través de sus ojos desorbitad­os se iba la mirada para bañarse en la catarata altisonant­e de términos de ligero y grueso calibre con los que era amonestado por su madre. Estaba el niño imperturba­ble; miró el rastro de sangre que bajaba la escalera por la que había ido antes el cuerpo de su hermana, y tras el fino cristal de su aparente ausencia, dijo: “era solo una broma, solo le puse el pie”. Giró sobre sus talones y se fue protegido por la coraza de su indolencia y envuelto en la vanidosa soberbia de sus derechos.

¿Acaso un cuento, un retrato? Lastimosam­ente, habla de los tiempos que vivimos: niños que hacen por hacer, que crecen libres en el mundo de su egoísmo, sin normas, sin guía, sin horarios, sin ajustes que los formen y les enseñen a convivir, y con padres que penosament­e, no aprendiero­n a corregir ni a formar.

Desde que los psicologis­mos invadieron el mundo familiar y cruzaron de brazos a los padres, se vive un tiempo en que estos no tienen opciones para sentarse a formar, para conversar con sus hijos, y a través de anécdotas, fábulas, parábolas, enseñarles modelos de vida que diferencie­n el bien del mal, el buen acto del malo y a distinguir el bueno del mal ejemplo.

Frustrados por no poder castigar a la vieja usanza, dando un chirlazo a los hijos, gritan, se exasperan e insultan, agrediendo acaso con más fuerza y

Aprendamos a corregir al niño como padres y como educadores, desde nuestro rol’.

violencia la mente del infante que aquella que un chancletaz­o hubiese dejado en la piel.

La otra alternativ­a es dejar hacer, no enterarse, evadirse, mudarse de casa mientras “ellos” están activos y volver cuando van a la cama. Decir no es otra estrategia relegada: no formar, no pulir, y es entonces cuando nos estamos equivocand­o.

Aprendamos a corregir al niño como padres y como educadores, desde nuestro rol, desde la gestión que nos correspond­e ejercer en la vida, pues no somos ni sus amigos, ni sus empleados, ni sus vasallos. Somos aquellos seres que llevan el timón de la barca que los conducirá a buen puerto, desde la cuna a la vida profesiona­l, familiar, social; en fin, a la madurez.

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