SECUESTRO
El 26 de marzo pasado Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra fueron a Mataje, Esmeraldas, a buscar información de la violencia que cobró la vida de cuatro militares.
La noticia del secuestro provocó en Yadira angustia en la garganta y en el estómago, hubo desesperación y una sensación de impotencia. Miles de ideas cruzaron por su cabeza y el cuestionamiento de si lo que hacía o adonde iba lo pondría en peligro o ayudaba.
A eso se sumó la sensación de que de parte de las autoridades hubo una especie de psicología de control para infundir miedo en las familias y el tratamiento que considera injusto a las víctimas al responsabilizarlas del hecho.
Desde que Paúl se fue, Yadira siguió con parte de una rutina que vivía con él. Sigue viviendo con Guadalupe Bravo, madre de Paúl, los días que le correspondía a este acompañarla. Bravo le repite “acuérdate que yo tengo la custodia compartida con tus padres”, recuerda.
Los hermanos de Paúl se han convertido en un soporte en este proceso, dice. Uno de ellos es Ricardo, para quien la vida nunca volverá a ser la misma. “Siempre faltará un pedazo en mi corazón y ese pedazo es de Paúl, todo cambió: la parte económica, sentimental y familiar, ahora hay que hacer cosas dife-