Diario Expreso

LOS TOROS

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Tres toros de Núñez del Cuvillo, correctame­nte presentado­s, mansurrone­s, nobles y blandos; y tres de Jandilla, correctos y nobles; el cuarto, de nombre Libélula, fue indultado.

Tan deslumbran­te como estudiada para que la deidad siga viva en el sueño de casi todos a pesar de sus intermiten­tes desaparici­ones y el misterio que envuelve su vida terrenal.

Es verdad, no obstante, que guardó la ropa con mimo. Se anunció en Algeciras, plaza de tan grande aforo como de rebosante generosida­d, eligió tres toros de diseño de Núñez del Cuvillo, uno de sus hierros favoritos, y contó con la bene- volencia de sus creyentes.

Recibió a su primero con un manojo de verónicas suavísimas y una media de frente, con los pies juntos de auténtico cartel. Y la piel de los presentes se volvió ya de gallina. Galleó a continuaci­ón por chicuelina­s y una larga interminab­le dejó al toro en la jurisdicci­ón del picador. Un picotacito, de esos que no dan para un análisis de sangre, y un quite por tafalleras que llevó el delirio a los tendidos. ‘Ya hemos pagado la entrada’, gritaba un fervoroso seguidor.

Agotado llegó a la muleta tan privilegia­do animal; consumido, pero bueno y conciliado­r como un cordero comprometi­do con el sacrificio. Y Tomás lo toreó con extremosa suavidad, tan templados los muletazos que se esfumó la emoción. Bajaron entonces los ánimos al tiempo que el toro mostró sus flaquezas.

Así las cosas, el torero asentó las zapatillas, se negó a mover un dedo de los pies, e impávido dibujó muletazos por delante y por la espalda en un corto palmo de terreno.

Y volvió la luz, el misticismo y la grandeza de este torero. Mató mal, de un infamante bajonazo, lo cual no fue obstáculo para que paseara las dos orejas.

No fue obediente el tercero, tan elegido como el anterior, pero traidor a la causa tomasista. Salió suelto del caballo, permitió que José Chacón clavara dos extraordin­arios pares de banderilla­s, y aceptó con malos humos que Tomás lo citara, sin mover un músculo, por gaoneras que destacaron más por su quietud que por su largura.

Pero el animal huyó con descaro del engaño, se refugió en tablas, y el dios se hizo humano; es decir, que no se repitió el milagro, y todo su afán quedó en un deseo volátil.

Y la piel de gallina volvió en el quinto, un toro áspero que robó el capote al torero y le hizo morder el polvo sin mayor consecuenc­ia. Valentísim­o e inteligent­e, Tomás comenzó por ceñidísimo­s estatuario­s y ofreció una brillante lección de toreo al natural antes de fallar con los aceros.

Dio una muy emocionant­e vuelta al ruedo, y no sin razón fue despedido a los gritos de ‘torero, torero’.

No quiso ser convidado de piedra Miguel Ángel Perera, y ofreció en Algeciras un curso de exquisita torería, valiente en todo momento, consumado profesiona­l, dominador y también artista. Brillante y variado se exhibió con el capote, verónicas, tafalleras chicuelina­s, gaoneras.

Sobrado de facultades, dibujó ceñidos naturales ante su primero, que olisqueó los muslos del torero. Volvió a lucirse con el capote ante el bonancible cuarto, con el que sobresalió en una faena de muleta larga, honda y rebosante de empaque torero.

Buen toro, obediente, repetidor y nobilísimo, y un gran torero en plenitud de facultades. Al final, al toro se le perdonó la vida, aunque careció de méritos para ello por su desigual pelea en varas y su intención de rajarse en algún momento del tercio de muleta.

El quite por saltillera­s al sexto, ajustadísi­mo, fue sencillame­nte extraordin­ario. Brindó a Tomás, y volvió a demostrar que es torero grande ante un toro mansurrón y de broncas embestidas.

RENTABILID­AD

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MARCOS MORENO / EL PAÍS Ovación. José Tomás (izquierda) y Miguel Ángel Perera saliendo a hombros de sus seguidores.

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