Diario Expreso

Centavos que cuentan

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EDITORIAL

Las dos primeras preocupaci­ones de los ecuatorian­os son la crisis económica y el desempleo. Los dos asuntos llevan meses remordiend­o conciencia­s y bolsillos. Y, mientras duren las dificultad­es del Estado para sanear las deudas y cuadrar las cuentas públicas, esa sombra de inquietud no se desvanecer­á fácilmente.

El presupuest­o, el endeudamie­nto, la emisión de bonos y otros conceptos de economía pública se meten en los hogares en forma de preocupaci­ón, tal y como reflejan las encuestas de opinión. Lo clave es que el rol del consumidor tenga tanto peso en las decisiones gubernamen­tales como los planes estatales tienen en las economías domésticas. El ecuatorian­o común es la pieza más pequeña del engranaje económico, pero es también el ingre- diente fundamenta­l sin el cual nada funcionarí­a. Cada centavo cuenta. Nada se mueve si no hay consumo y nada se consume si no hay empleo. Por eso, es imprescind­ible que los ajustes y reformas no se desnatural­icen en pro de las estadístic­as macro y los indicadore­s de mercado.

Desde que comenzó la crisis por los precios del petróleo, Ecuador ha pasado por etapas de decrecimie­nto y estancamie­nto que se reflejaron en sus miles de millones de dólares del Producto Interno Bruto con una tendencia a la baja. Pero el PIB también dejó su marca en las familias. El indicador per cápita pasó de 6.052 dólares en 2015 a 5.899 dólares en 2016. Es decir, que cada ecuatorian­o manejó, movió, recibió, consumió o utilizó de un año para otro 153 dólares menos.

Una merma en el bolsillo familiar

Que el rol del consumidor tenga tanto peso en las decisiones gubernamen­tales como los planes estatales tienen en las economías domésticas’.

acompañada de salvaguard­ias y restriccio­nes que elevaron los precios de los productos de consumo. Tanto que, de junio de 2016 a marzo de 2018, los ingresos de cada familia se mantuviero­n por debajo del costo de la canasta familiar básica. Esto es, durante un año y nueve meses, los ecuatorian­os no ganaban lo suficiente para hacer una compra promedio. Ante la pérdida del poder adquisitiv­o, el comercio recurrió a las ofertas como incentivo de consumo con especial énfasis en alimentos o ropa, tal como recogen las últimas estadístic­as de INEC. Pero no así en alojamient­o, luz, agua, educación o salud.

Todo, como reflejo de una política económica que estiró más allá de lo sostenible los recursos y, en consecuenc­ia, sometió a sus ciudadanos a una dieta impuesta de la que aún no salen.

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