Los huracanes y las urnas
El huracán Florence, que se abatió sobre el sudeste de Estados Unidos, es el último en una serie de fenómenos meteorológicos extremos que han aumentado el interés en la preparación para desastres. Ante la creciente frecuencia de grandes tormentas, las autoridades en todo el mundo están respondiendo con mejoras de los sistemas de alerta temprana y de planes de evacuación y estrategias más activas para proveer refugio a la población. Pero se acerca el día en que incendios, sequías y tormentas, agravados por el calentamiento global, superarán con creces nuestra capacidad de respuesta. Cada nueva catástrofe hace más evidente la necesidad de reducir las emisiones de CO2 y frenar el ritmo de calentamiento antropogénico. Hace tres décadas, James Hansen científico de la NASA, advirtió que la actividad humana estaba calentando el planeta, pero muy pocos lo escucharon; hoy todos pagamos el precio. En 2018 el mundo ha experimentado suficientes fenómenos meteorológicos “históricos” para toda una vida: desde incendios forestales por sequías en la costa oeste de EE. UU., Grecia y Suecia, hasta inundaciones en Hawaii, sur de India y otros lugares del sur de Asia. Mientras Florence azotaba las Carolinas, el tifón Mangkhut anegaba Filipinas y el sur de China. Las advertencias de Hansen llegaron cuando la ciencia climática aún estaba en su infancia; hoy, los científicos establecen la relación entre las emisiones de CO2, el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos, y las investigaciones vinculan el calentamiento global con las olas de calor extremo, como las que hace poco padecieron California, China, Japón y Corea del Sur. Y más datos muestran la relación entre la gravedad de los huracanes en el sur de EE. UU. y el calentamiento de las aguas del Golfo de México. En 2013, en Odisha se advirtió con tiempo de la llegada del ciclón Phailin y cuando la tormenta tocó tierra, muchos ya habían evacuado. Sin embargo, a las iniciativas de respuesta a emergencias les será difícil seguir el ritmo al caos provocado por el cambio climático porque mientras se acumula la evidencia científica, existe una peligrosa desconexión entre el conocimiento y la acción. Muchos asesores económicos aún piensan que las soluciones para el cambio climático son perjudiciales para el crecimiento (en vez de favorecerlo), pese a que la adopción de tecnologías de baja emisión de carbono crea nuevas oportunidades de inversión y empleos. Además hay renuencia de las autoridades a promover cambios significativos, como impuestos a emisiones o eliminación de subsidios a combustibles fósiles. La mayoría considera que el ‘statu quo’ es políticamente más seguro, pero las falencias más evidentes se dan en el nivel de la formulación de políticas, sobre todo en EE. UU. Justo cuando la respuesta internacional al cambio climático se encuentra en una encrucijada, el gobierno de Trump está encaminando la economía estadounidense hacia una mayor emisión de CO2, al derogar límites a emisiones de centrales termoeléctricas a carbón, alentar más producción de combustibles fósiles y revertir el apoyo a la energía eólica y solar. Nada de esto tiene sentido económicamente. Por ser el mayor emisor de CO2 per cápita del mundo, EE. UU. tiene responsabilidad especial para ayudar a resolver el problema del cambio climático. En noviembre, los estadounidenses deben analizar las políticas de los candidatos en relación con el cambio climático. Fenómenos meteorológicos extremos como Harvey y Florence han convertido el calentamiento global en un problema local con incidencia electoral directa.
Hay que elegir gobernantes que se tomen el cambio climático en serio. En Estados Unidos, la próxima oportunidad para hacerlo será en la elección legislativa intermedia de noviembre’.