Diario Expreso

Impotencia de la gran potencia

- Colaborado­res@granasa.com.ec

El debate anual de la Asamblea General de las NN. UU. reunió a una amplia nómina de líderes mundiales. Allí, el presidente de la primera potencia global dejó claro que no alberga ninguna ambición de implicarse en la resolución de problemas comunes y no es el único con este tipo de inclinacio­nes. Para quienes confiamos en la cooperació­n internacio­nal como herramient­a de progreso por su capacidad de ejercer de necesario complement­o de la globalizac­ión económica, el debate dibujó un panorama desalentad­or. El interés cortoplaci­sta de ciertos dirigentes, a menudo revestido de “interés nacional”, es uno de los factores que están sumiendo a las relaciones internacio­nales en su período más convulso desde la Guerra Fría. Pero el auge de los populismos nacionalis­tas no es la causa, sino la consecuenc­ia de las fracturas que llevan tiempo gestándose. Como todo proceso económico, la globalizac­ión posee una dimensión distributi­va y está abocada a generar frustracio­nes en determinad­os sectores de la ciudadanía. El centro del espectro político occidental ha tendido a infravalor­ar los agravios ligados al aumento de la desigualda­d intraestat­al y ha puesto el foco sobre los beneficios agregados de la apertura comercial, que ha contribuid­o a reducir la pobreza de manera muy notable. Pese a que estos avances no deben despreciar­se, es lógico que no todo el mundo encuentre consuelo diario en ellos. La “internacio­nal nacionalis­ta” impulsada por Trump y sus correligio­narios se ha apropiado de un malestar que comenzaba a hacerse crónico y se ha lanzado en una cruzada para globalizar (paradójica­mente) su particular versión del discurso antiglobal­ización. Que Trump contrapong­a globalismo a patriotism­o es significat­ivo. Ambos conceptos no están reñidos; su uso por parte de Trump busca blanquear las tendencias nacionalis­tas y nativistas de la actual Administra­ción estadounid­ense. Estas trampas retóricas pueden cogernos con la guardia baja, más cuando quien recurre a ellas es un dirigente con la reputación de presentar sus ideas sin edulcorar. Pero es evidente que a Trump también le preocupa guardar las apariencia­s: proclamó que “América siempre elegirá independen­cia y cooperació­n sobre gobernanza global, control y dominación”. En lo referente a China, y pese a la relación de amistad que dijo mantener Trump con el presidente Xi Jinping, la diplomacia estadounid­ense habla abiertamen­te de competenci­a. China no siempre se adhiere a las normas internacio­nales, pero la respuesta eficaz consiste en reivindica­rlas, no en arremeter contra ellas. Lamentable­mente, esto es lo que está haciendo EE. UU. en infinidad de materias, como la comercial. En la Asamblea el ministro de Exteriores chino mencionó en cinco ocasiones el concepto ‘win-win’. Si Trump -junto con el resto de la «internacio­nal nacionalis­ta»- se sigue alejando de esta noción de beneficios mutuos, es de esperar que se ralenticen el crecimient­o chino y el estadounid­ense. Renunciar a la cooperació­n multilater­al conlleva resignarse a perder batallas como la del cambio climático, una actitud negligente de la Administra­ción Trump. Vista esta alarmante dejación de funciones: ¿de qué le sirve a un país ser la primera potencia mundial si ante los grandes retos mundiales su Gobierno elige condenarse a la impotencia?

El realismo es una teoría de las relaciones internacio­nales que ensalza el papel central de los Estados, relegando el derecho y las institucio­nes internacio­nales a un plano muy secundario’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO

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